Jorge Eugenio Ortiz Gallegos
Entre se formulan "dizque" grandes planes económicos y del orden jurídico en México, más contrasta la inamovilidad en el campo democrático. Modernidad, y espíritu universal tienen escenario y aplicación, dejando reservada como zona de excepción esclerosada la de la política. Veamos algunos aspectos:
Herencia del caciquismo.- La escasa sociedad civil mexicana dio paso a la dictadura personal de Porfirio Díaz y a la caída del dictador no hubo espacio para una concertación de fuerzas civilizadas. El salvajismo precedente que durante 30 años había esclavizado a la mayoría, fue la herencia de Caín y la revancha de un Abel proteico, que juntos se apoderaron de la Revolución no sólo en su primera etapa sino también después durante los años del militarismo que posesionado del botín dejaría la contienda para el reparto entre los sobrevivientes. Así se haya desvanecido luego la influencia directa del militarismo, sin su respaldo amenazante y con frecuencia sanguinario, no se explicaría el largo período de autoritarismo que llega hasta nuestros días, presente siempre en todos los estilos de edificar y de desedificar el Estado mexicano desde 1929 hasta nuestros días.
El péndulo engañoso.- Un sexenio detrás de otro pueden describirse por la tendencia pendular que describiera Federico Hegel en los comienzos del siglo pasado: -Los extremismos de un presidente recién ido pasan a ser corregidos mediante decretos o supuestas enmiendas. Pero al final de su período el gobernante en turno remata siempre con las mismas arbitrariedades-.
El avance y retroceso, el extremismo y la ponderación, el populismo y la austeridad, las crisis económicas y sus aparentes erradicaciones, el exagerado prurito de legislar, son juzgados por algunos politólogos e historiadores consecuencias del autoritarismo.
Tales argumentos serían convincente peso en la reflexión, si no se profundizase en el examen de los componentes directos del sistema gubernamental, es decir, en el porqué de todo ese conglomerado sujeto no a teorías ni siquiera a ordenamientos jurídicos sino a una peculiar praxis política. Desde el presidente de la República hasta el más insignificante alcalde, luego de pasar por secretarios de Estado, gobernadores, jueces, miembros del Senado y de la diputación, todos han actuado y actúan sujetos a los dos condicionamientos que hacen de México un país históricamente irredento, estancado en su desarrollo político.
Primero: México es un país donde priva el autoritarismo de una oligarquía dispensadora de bienes, que subsiste por sí misma, a pesar de y sobre la mayoría de la nación.
Segundo: La fuente del poder no es la que se señala en la Constitución. El poder no emana del pueblo sino de la imposición arbitraria; es la costumbre de aceptar la autoridad sin límites de un presidente de la República (aunque cambie de color) quien sigue el mismo viejo procedimiento para implantar a su sucesor.
Democracia autoritaria, pues, y poderío sin democracia que es soportado por la sumisa e inorgánica sociedad civil mexicana.
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