Emergencia sin consecuencia
Nuestro país vive una emergencia económica y de seguridad, pero el gobierno y la mayor parte de los actores políticos y sociales no se atreven a reconocerla y menos a actuar en consecuencia. El resultado no puede ser sino aumentar los costos de la crisis para la sociedad y los peligros de ruptura del acuerdo constitucional. Falta visión. Falta estrategia. Falta sensibilidad. Falta oportunidad.
Falta visión. El gobierno aún no cobra conciencia de que no estamos ante una contracción cíclica normal, temporal, sino ante el derrumbe de una deformación del capitalismo financiero global que ha puesto al mundo en el límite de un colapso. Sigue aferrado a las políticas del Consenso de Washington que están en ruinas hasta en Washington. Sigue buscando las bendiciones de las mecas del capitalismo mundial, cuando en los propios centros de éste crecen los cuestionamientos. Con tan sólo leer los discursos de Obama, Brown o Sarkozy, se cobraría conciencia de qué tan perdido está el discurso oficial de México en estos tiempos de apremio.
Falta estrategia. Es incomprensible que ante el problema que se vive, el gobierno todavía busque esconder su gravedad. Que ante la necesidad de unir propósitos y definir un rumbo, se involucre en la disputa y permita o incluso contribuya a desatar la confrontación de todos contra todos. Que no mida sus fuerzas, para determinar cuál es su mejor estrategia: si quemar las naves en vista de la elección, o preparar un aterrizaje responsable para el segundo semestre.
Falta sensibilidad. ¿Qué pueden sentir los millones de desempleados, o quienes perdieron sus ahorros, o los empresarios cuyas empresas están al borde de la quiebra, cuando sus líderes se niegan a reconocer los hechos, responden sin contundencia y no les transmiten ninguna solidaridad con sus conductas?
Falta oportunidad. Desde septiembre era evidente que iba a haber salida de capitales y que los bancos iban a repatriar utilidades. ¿No se podía hablar, normar o incluso legislar para elevarles el costo? Se sabía también de los riesgos de quiebras y de la necesidad de direccionar el crédito. Desde hace más de un año se habla del programa de infraestructura “más grande de la historia”, pero las obras siguen sin arrancar. ¿Por qué no se decreta la emergencia (como en 1986 cuando el sismo), se define un responsable con autoridad plena y se establece un mecanismo de responsabilidad compartida de todas las fuerzas políticas y de transparencia fuera de duda?
En el momento donde crece la crisis económica y de seguridad, estamos atrapados en un enfrentamiento de todos contra todos. Lo que hoy domina es un proceso de balcanización que ha invadido al Estado, a las organizaciones políticas y sociales. Cada quien cuida sus pequeños espacios, sus territorios y sus intereses. Se aprestan a librar guerras que ya pasaron. Casi todos hablan de la necesidad de acuerdos, cuando, en un momento decisivo, lo que hacen es contribuir a destruir el acuerdo fundamental.
Miembro de la Dirección Política del Frente Amplio Progresista
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