Carlos Fazio
Durante el pasado cuarto de siglo, México ha sido considerado un laboratorio de la mundialización neoliberal. País tercermundista, tierra de pobres hambrientos, desde la fraudulenta imposición de Felipe Calderón se sumaron la guerra y las muertes violentas en clave ascendente, y ahora llegó el flu mexicano, rebautizado por razones de imagen política como virus A/H1N1.
Hoy que la crisis sanitaria desapareció de los medios de difusión masiva con la misma celeridad con la que había llegado, algunas cosas van quedando claras. Por ejemplo, que luego de dos semanas de una demagogia oficial atemorizante y de saturación, a ratos triunfalista o chauvinista, que incluyó la manipulación de cifras, el engaño, la distorsión informativa y una campaña de rumores apocalípticos, afloró, bajo la influenza, el miedo. Un miedo pánico paralizador, fragmentador, desmovilizador de toda acción colectiva y de la solidaridad social.
Con el apoyo de las principales cadenas de radio y televisión bajo control monopólico, que en la coyuntura volvieron a actuar como dispositivo de poder de la actual estructura de dominación de clase, el gobierno logró sacar a millones de mexicanos del espacio público y los acuarteló en sus casas, presas pasivas del duopolio televisivo y sus papagayos. En otra clara acción de terrorismo mediático, los forjadores de opinión volvieron a sembrar alarmismo, temor y desolación, y ayudaron a construir en el imaginario colectivo la idea de un nuevo enemigo devastador oculto.
En ese ambiente manufacturado, la dictadura sanitaria de Calderón –como la llamó uno de sus apologistas– logró cuajar de facto, sin aprobación del Congreso (en abierta violación del artículo 29 constitucional), sin toque de queda formal ni tanques en las calles, una extraordinaria experiencia de control de población y disciplinamiento social. Entre otras medidas, el Estado de excepción sin fecha de caducidad decretado por Calderón permite el allanamiento de morada por la policía y el ejército, sin orden de cateo de alguna autoridad judicial, en flagrante violación de las garantías individuales.
Con el paso de los días y nuevas informaciones de especialistas y gobiernos extranjeros queda la sensación de que Calderón y su entorno exageraron la reacción a la influenza, y en un exceso de ortodoxia con la medicina amarga dieron otro golpe brutal al aparato productivo. Y ahora que se vuelve a la normalidad por decreto y reaparece la devastadora crisis económica global que ha sumido en la pobreza y el paro a millones de hombres y mujeres concretos, el saldo, en México, es el reforzamiento, desde arriba, en clave de lenguaje de guerra, de la violencia y el miedo, dos núcleos duros explotados por los medios para generar más inseguridad y fragmentación social.
Superada la crisis epidemiológica y sanitaria, tras el anuncio oficial de que pese a los programas contracíclicos gubernamentales México ya había entrado en recesión luego de dos trimestres consecutivos con crecimiento negativo –información que se retrasó de manera deliberada–, se consolida el escenario propicio para la “teoría del shock”.
Creada por el monetarista Milton Friedman, padre de los Chicago boys que introdujeron a sangre y fuego el neoliberalismo en el cono sur en los años 70, dicha doctrina es la historia no oficial del libre mercado. Un programa de ingeniería social y económica que Naomi Klein identifica como el capitalismo del desastre. Se basa en la aplicación de eventos violentos o traumáticos para infundir miedo, temor y pánico a los individuos, con el fin de debilitarlos y doblegarlos, y, en el contexto de la crisis, introducir impopulares medidas de choque económico, que pueden llegar acompañadas de represión en un estado de excepción.
El virus A/H1N1 existe. Su epicentro fue Perote, Veracruz, y el gobierno lo ocultó. Pero como dice el epidemiólogo Marc Siegel, el virus más poderoso es el miedo. Por otra parte, más allá de teorías comparativas, todos esos elementos de la doctrina del shock están presentes en México. Incluida la terapia de choque económico, según las palabras utilizadas la semana pasada en Estados Unidos por el titular de Hacienda, Agustín Carstens. Ante el Consejo de las Américas, en presencia de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, el secretario dijo que la terapia de choque funcionó durante la emergencia del flu mexicano, y que el gobierno prepara reformas estructurales adicionales para la segunda parte del año.
A confesión de parte, relevo de pruebas. Después de las elecciones de julio –otros comicios de miedo– vendrá lo peor. Incluido, tal vez, un oportuno rebrote del virus A/H1N1. Nuestro Al Qaeda de ocasión. Habrá que ver cuánto de ese miedo nocivo que ha sido inoculado desde las instancias oficiales a través de los medios, se quedará en el fondo de la sensibilidad social y por cuánto tiempo. Es difícil saberlo ahora.
No obstante, a pesar de la fatalidad inducida en la hora, existen opciones para desplazar la guerra mediática manipuladora reproductora de la ideología dominante y llevarla al terreno de lo público. A los espacios comunes, a la calle, los parques, los foros abiertos y las universidades. Y, como dice Robinson Salazar, dado que el verdadero pavor reside en la subjetividad de los que mandan –en los grandes financistas, banqueros, empresarios y sus administradores de turno–, temerosos de la movilización popular y los sujetos rebeldes y libertarios, la mejor estrategia para romper con las ataduras mediáticas y los espantos engañosos de moda son la contrainformación, la organización y la participación, con un sentido de cambio profundo de las injustas estructuras. Por cierto, ¿qué habrá querido decir Fidel Castro con eso de que Calderón suspendió un viaje que ya había suspendido?
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