Carlos Fazio
Porque no se puede silenciar la historia. Porque la memoria del horror está presente. Porque las grandes mayorías no saben que todo es posible. Porque debemos reintegrar a la memoria colectiva lo que, de olvidarse, retornaría. Porque debemos oponernos a la inercia del consenso, del borrón y cuenta nueva y el no te metas del discurso dominante que quisiera un pasado sepultado para siempre, víctimas y protagonistas de ayer y de hoy, familiares, luchadores sociales, juristas, intelectuales y colectivos humanitarios de distintas regiones de Nuestra América se reunirán los días 20 y 21 de junio en el caracol zapatista Torbellino de Nuestras Palabras, en Morelia, Chiapas, para establecer un diálogo intergeneracional que, a la vez de denunciar, informar y analizar la realidad actual, sirva para crear nuevas herramientas de prevención y protección ante el ascenso de la violencia y la impunidad de los que mandan.
Con gran profusión, algunos hechos del pasado reciente reaparecen en muchas latitudes, y asoma el gesto inaugural del poder totalitario que define al enemigo interno: el indígena, el insumiso, el pobre, el migrante, el extranjero como sinónimo de terrorista, con la intención de imponer una verdad única en la lógica del orden instituido y como estrategia de poder y prácticas rutinarias del neoliberalismo de guerra de Washington y sus peones, con sus leyes de punto final y sus archivos secretos del horror; con la impunidad como política de Estado; con sus vuelos de la muerte y sus cárceles clandestinas; con sus falsos positivos, como en la trágica Colombia bajo control de la narcoparapolítica uribista; con sus renovadas doctrinas de seguridad y sus fachadas y limbos jurídicos que criminalizan la protesta, la disidencia y a los luchadores por la liberación nacional a los que clasifica como sediciosos o combatientes enemigos carentes de derechos, como en Guantánamo, Abu Ghraib, el Cauca, Chillan en Chile o Acteal, Aguas Blancas, Atenco, Oaxaca, Pasta de Conchos o Puebla en la geografía mexicana.
El silencio es aliado o cómplice del terror. La palabra engendra esclarecimiento. La resistencia a saber, individual y colectivamente, y el asco y el miedo que despiertan la cárcel, la tortura, las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones, los genocidios, nos invitan a huir de esos temas. Por eso, a partir del testimonio de las víctimas, del esclarecimiento de la verdad y la recuperación de la memoria histórica, es necesario comprender qué ocurrió y cómo ocurrió. Porque documentarlo, sistematizarlo y compartirlo nos permitirá saber qué está ocurriendo hoy, cuando la potencia hegemónica, Estados Unidos, con la complicidad de algunos estados clientes –Colombia, México y Perú en la coyuntura–, lleva a cabo de facto una reconfiguración del mapa geopolítico hemisférico en beneficio del complejo militar industrial.
Con sus tratados de libre comercio, su Plan Puebla-Panamá, su Plan Colombia y su Iniciativa Mérida, las nuevas empresas colonizadoras del imperialismo asociado buscan aterrizar sus megaproyectos y sus contrarreformas agrarias, como renovada forma de apropiación territorial violenta para el saqueo de recursos naturales en nombre del dios mercado y en clave de contrainsurgencia.
Con su Escuela de las Américas, sus guerras sucias y sus matanzas manu militari de indígenas, como en Bagua, en la Amazonia peruana, y antes en Cobija, Pando, en el trópico boliviano, o en el Chocó colombiano, el sistema busca perpetuarse y reproducir sus intereses. Mientras impulsa golpes suaves, revoluciones de colores, guerras de cuarta generación y secesionismos en Santa Cruz, Zulia y Guayaquil, fabrica estados fallidos con sus Eliot Ness de ocasión y reconfigura su red de bases castrenses y sus centros operativos de avanzada, ordena el regreso de la Cuarta Flota y multiplica los ejercicios militares.
Con sus paramilitares y mercenarios disfrazados de contratistas privados; con su guerra reguladora a las drogas, sus mafias y sus padrinos; con sus Sucumbíos, sus Atencos y sus Parotas; con sus cercos de hostigamiento contrainsurgente a los zapatistas en Chiapas y a los comuneros de la Nación Mapuche en Cautín, Malleco, Temuco y la Araucania chilena; con sus feminicidios; con su racismo, discriminación y arrasamientos culturales; con su terrorismo mediático y sus oligopolios al estilo Televisa o Globovisión; con sus oscurantistas adoctrinadores tarifados tipo Mario Vargas Llosa y Enrique Krauze, Estados Unidos y sus capataces locales imponen sus normas. Sus tribunales clasistas que legalizan la impunidad a través de las fronteras nacionales, con sus leyes antiterroristas y sus supremas cortes de opereta, que sancionan impunidad arriba y terror abajo, en tanto instalan por doquier sofisticados sistemas de control y vigilancia electrónica de red en el contexto de la tolerancia cero de la doctrina Giuliani.
Conocer el origen y la naturaleza del dolor, los mecanismos del terrorismo de Estado y del discurso del poder que justifica la barbarie y el odio al otro, al diferente, implica quizás desarmar su lógica de manera preventiva, su vigencia hoy y su eficacia. Frente a la situación del horror renovado, lo que el sistema propone es huirle por asco y miedo. No hacerlo exige vigilancia, requiere una alerta constante.
El silencio y el olvido, la indiferencia y la impunidad favorecen la persistencia y reproducción de la violencia y el terror de Estado. Por eso es necesario identificar todas las formas de impunidad vigente en sus dimensiones militar, jurídica, económica, cultural y comunicacional, para empezar a elaborar un diccionario del horror; para crear una red de redes de las organizaciones de víctimas que diseñen estrategias de denuncia, defensa social y propuestas de acción comunes, y constituyan un Tribunal Autónomo Continental para juzgar los crímenes de guerra y de lesa humanidad, así como a sus autores y ejecutores.
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