Julio Hernández López
Nada cambiará para bien después de los comicios dominicales. El andamiaje institucional derruido mantendrá todavía al aire, por un tiempo, la imagen virtual de la bonanza democrática a base de espots y de la presunta esperanza popular en cambios por esa vía electoral maltrecha. Pero el ritual de los votos y los candidatos ha llegado a su fin, al menos en la versión que hasta ahora hemos conocido.
Sólo en términos de un cinismo autoritario extremo podría darse continuidad a esta farsa pestilente en 2012 (¡ah, el 2012, cuán lejos queda, cuántas cosas habrán de pasar de aquí a ese entonces que puede ser tan confuso y peligroso!). Un impensable asomo de inteligencia política debería llevar a los responsables del presente derrumbe a idear formas de nuevo engaño que mantuvieran al embravecido toro social sujeto el embrujo de los muletazos y los capotazos oficialistas. Es decir, una reforma política de avanzada, que incluyera amnistía a presos políticos como los de Atenco, apertura a la participación de candidatos sin partido, reducción de los montos de financiamiento a los partidos, consolidación de los candados a la contratación directa de propaganda con las televisoras, y rediseño de los órganos autónomos que organizan, regulan y juzgan el proceso electoral (el IFE, el comúnmente llamado Trife y la fiscalía para delitos del ramo).
Pero el actual aparato de poder no tiene entre sus prendas la inteligencia política ni la audacia arquitectónica. Los poderosos están más bien preocupados en alzarse con lo más que les sea posible antes de que llegue una catástrofe que huelen, negados a la consideración de que pueden trazarse planes de rescate a mediano plazo, metidos en la apropiación de lo inmediato, atemorizados por las centenarias coincidencias de los ánimos sociales desbordados, atenidos al mantra de la manipulada programación noticiosa televisiva (claro que harán una reforma electoral, pero regresiva, para restituir el fuero de la facturación propagandística a la teledictadura y para cerrar el paso a opciones que incomoden al votofundismo pripánico).
En las circunstancias antes descritas, el voto es lo de menos. Ni siquiera hay una franja amplia de candidatos de izquierda no cooptada por los cuales se pudiera sufragar con expectativas favorables fundadas. Un puñado de personajes aceptables hacen que no siempre se pueda medir en su graduación negativa el conjunto de las propuestas que en un malabarismo difícil de entender y apoyar forman el perredismo no formalmente chuchista y el PT y Convergencia. Entonces, ¿votar o no votar? Ésa es la bronca. Lo primero que ha de decirse aquí es que el famoso voto nulo no va a servir de nada. Si el voto efectivo no pudo hacerse valer en 2006 en medio de una magna movilización social, mucho menos habrá de suceder algo importante por la simple inercia de un sufragio de protesta desorganizada y, lo peor, utilizable por los mismos destinatarios de esas presuntas quejas o convertible en mercancía de moda por parte de quienes ya sueñan con masivos frentes o partidos del voto nulo que les abran las puertas de las prerrogativas y los recursos del erario.
¿Votar por los partidos, más allá de los candidatos? Grave error sería. Ninguno de los actuales partidos mantiene congruencia mínima con sus postulados. ¿Votar, entonces, por los candidatos, más allá de los partidos? A fe de este tecleador escéptico ésa sería una posibilidad medianamente aceptable, a sabiendas de que las cartas están echadas para que el último trienio de Calderón sea dominado por el PanPristein y que lo más importante no será votar, sino mantener un espíritu activo de lucha, sin caer en el espejismo electoral, pero tampoco permitiendo que el ejercicio cívico básico sea escamoteado por abstención por quienes saben que en la abstención y el desánimo tienen inmejorables aliados para avanzar en la imposición de estados de excepción. Muy bien, pero, ¿y si no hay un candidato más o menos aceptable, si la oferta de aspirantes es absolutamente rechazable? Sólo entonces, como último recurso, a sabiendas de todo lo que significa el voto nulo, de la manipulación anunciada y de la intrascendencia de las sumas que se acumulen, podría optarse por usar la papeleta electoral como vehículo de inconformidad. ¡Uf: cuántos enredos para hacer como que de verdad vamos a elegir!
Astillas
El uso electoral de la tragedia de Hermosillo ha quedado de manifiesto. El calderonismo hace como que va a encarcelar a los portadores de apellidos protegidos (entre ellos, la prima Gómez del Campo), pero los beneficiados por las subrogaciones entre cuates ya están fuera del país y, en dado caso de que fueran detenidos, podrán salir bajo fianza con rapidez. Por otra parte, el director del Seguro Social, miembro del círculo íntimo del felipismo, habrá de concurrir ante congresistas para hablar de la desgracia de la guardería, hasta muchos días después de las elecciones. En Sonora, el enojo popular está siendo inducido hacia el voto de castigo al PRI y la elección del cambio con el PAN... Cuartelazo dado, ni Obama lo quita, sería la tesis con la que se están moviendo los intereses de la elite gringa en el caso hondureño. Una de dos: o Barack está jugando con un doble discurso (lo que no tendría nada de extraño) o los diseñadores de las operaciones de intervencionismo (la CIA, la FBI, el Pentágono) se mueven sin tomar en cuenta al presidente decorativo. Lo cierto es que, conforme pasa el tiempo, el golpe hondureño se consolida... Y, mientras este domingo llega a su desenlace el denodado esfuerzo felipista por entregar el negocio llamado Campeche a la familia Mouriño como una especie de pago de marcha por Juan Camilo, ¡feliz fin de semana, conmemorando que el miércoles pasado se cumplieron cien años del nacimiento de Juan Carlos Onetti, el gran literato uruguayo de una de cuyas más conocidas obras tomó título esta columna abismal!
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