Periodismo alternativo
El camino hacia la consolidación de una izquierda mexicana desde 1988 hasta hoy, se ha visto obstruido entre otras cosas, por los reveses que Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano le ha dado y que han desviado la ruta hacia terrenos desoladores.
Símbolo en torno al cual se unieron las corrientes de izquierda mas importantes de aquel año, candidato fuerte, apoyado con declinaciones a su favor de contendientes como Heberto Castillo, Cárdenas significaba unión y fuerza suficientes para vencer al PRI.
Víctima de fraude avalado por Manuel Bartlet, Secretario de Gobernación, quien por la tarde de esa histórica jornada electoral, anunciaba la caída del sistema de cómputo de votos y que a la media noche una vez restablecido daba el triunfo a Carlos Salinas de Gortari. Tras este hecho surgía en torno a él la lucha por la defensa del sufragio efectivo a la que el Ingeniero puso punto final tras reunión secreta con el espurio de los ochentas.
Así naufragaba en su decisión, la dignidad de una sociedad dispuesta a vencer mientras el agraviado desistía de la lucha, entrando en el aro de las llamadas concertasesiones que legitimaban a Gortari en el mismo talante que lo hacían el entonces presidente panista Luis H. Álvarez y el diputado Diego Fernández de Ceballos, quien con característico fervor se pronunciaba por la quema del cuerpo del delito, las boletas electorales, papeles sin valor que según él incendiadas, dejarían de hacer daño y de formar encono político y social. Mientras, representantes de gran valía de la izquierda más pura de esos tiempos como la socialista Rosario Ibarra de Piedra, no comprendían por qué el considerado virtuoso dejaba de defender su triunfo, el triunfo de una sociedad que daba la pauta para un cambio sustancial en el país.
Compañero de causa, aunque adversario político que denunció el fraude, Manuel Clouthier, fue impunemente asesinado meses después en 1989, asediado por un helicóptero militar, persecución que terminó por llevarlo a estrellar el auto en el que viajaba contra un camión de carga, tras este hecho hubo una oficial declaración de muerte por accidente y se escribía así una página dolorosa de la historia de quienes mueren en la búsqueda de la justicia. Más de 500 compañeros de partido muertos en esos años tampoco fueron suficientes para que Cárdenas Solórzano se comprometiera de manera total con quienes le habían acompañado en el objetivo que no debió ser abandonado jamás.
Fundador del PRD, en el que en poco tiempo se desarrolló el gen de la complicidad y se volvió indignamente negociable y permisivo, en el que se admitía lo inadmisible bajo la tutela de un líder moral con contradicciones íntimas, partido político que dejó de representar a la sociedad para convertirse para él, en plataforma de progreso personal y familiar en la política, Michoacán por ejemplo, fue uno de los premios a la claudicación y el entreguismo, a la indiferencia y la traición de principios y compromisos mayores.
Un líder moral que no fijó una postura clara y optó por el silencio esquivo frente a un nuevo fraude 18 años después, no menos vil ni menos importante. Cuauhtémoc Cárdenas un símbolo de la izquierda que se deslinda de la resistencia civil pacífica, legítima y ejemplar, a la que le da la espalda y que sin su apoyo se organiza para defender causas que deberían importarle a él por antonomasia como la defensa del petróleo. Lucha que tuvo lugar el año pasado con todo en contra, incluso la postura del Ingeniero Cárdenas, el hijo del Presidente que en 1938 le devolvía a México su recurso natural más importante.
Este hombre, ahora exige la expulsión de Andrés Manuel López Obrador del partido en el que milita, sin empatía alguna por las razones de la estrategia que llevó a cabo en el pueblo de Iztapalapa en las pasadas elecciones intermedias y hace un llamado para la refundación del PRD.
Claro está que con esta trayectoria, la voz debilitada del que ahora solicita reparación de daños no encuentran eco, no halla respuesta ni la hallará, a menos que su llamado sea conveniente para quienes como él, comulgan con la idea de contar con un partido que gane espacios y votos al estilo “haiga sido como haiga sido” y que esperan el juicio de la historia con un descarada tranquilidad personal, sin temor siquiera al juicio de los contemporáneos tal como lo expresara el priísta criminal Gustavo Díaz Ordaz en sus momentos de autocrítica falaz.
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