Luis Linares Zapata
Armado con un paquete de 1.8 mil millones de pesos, y otros favores adicionales, el señor Calderón amarró alianzas temporales con las televisoras y varias cadenas de la radio. Tal fue la inversión en comunicación electrónica presupuestada para este año electoral. Un descomunal aumento respecto de los años precedentes, manirroto derroche en tiempos de crisis y desempleo mayúsculo. Ésa fue la táctica pergeñada por los estrategas divisionistas del PAN y complementada con los furiosos ataques, sin orden, pero sobre todo sin mañana, contra sus rivales partidarios. Querían, los panistas, capitaneados por el valiente de la pantalla y el de los encendidos discursos, asegurar mayoría en la Cámara de Diputados, objetivo que se les muestra elusivo si no es que por completo inalcanzable.
Pero esa alianza financiera, de negocios y ambiciones, ha funcionado para motivos de la promoción cotidiana del señor Calderón con cualquier motivo, por baladí que pueda ser. Se pretende trasladar su ruda o meliflua arenga hasta los más recónditos oídos de los mexicanos. Televisa, hay que decirlo, ha sido el factor primordial en el intento de sembrar el espejismo: un líder energético, decidido y valeroso. En tal personaje desean convertir, ante los desconcertados y sufridos ojos de los telespectadores, al autonombrado salvador de la humanidad. Su partido, el PAN, sólo ha jugado un papel secundario. Dicen, a voz en cuello, llenos de orgullo infantil, que lo apoyan con determinación total. Los múltiples candidatos panistas, por tanto, sufren de empequeñecimiento prematuro mientras esperan, ansiosos, que la fama y las simpatías populares les lleguen por simple goteo desde la nebulosa cúpula.
La embestida mediática ha sido tal que el señor Calderón ha levantado vuelo inusitado. Ya no se restringe o apega a los prosaicos asuntos terrenales y a un autoritarismo plagado de soberbia. En tiempos recientes se ha elevado hasta las alturas de la trascendente clarividencia.
Su Dios, al que sin duda conoce por esa fe infusa que desde niño y por confesión directa alumbra su destino, lo ha librado de caer en vicios despreciables. Vicios que, a los demás rejegos no creyentes, los precipita hasta el mero fondo de un abismo donde pululan pasiones malsanas. Por ese abismo se entiende no sólo el del pecado, sino a la narco dependencia más feroz. Dependencia fincada, como la atribuida al cantante Michael Jackson, en su decadencia personal, ésa que lo llevó a la muerte repentina. Un diagnóstico instantáneo, realista, informado, inapelable y terminal del señor Calderón. Similar al que, en terrenos menos celestiales, dictó el Tribunal Federal Electoral del Poder Judicial de la Federación al hacer candidatos del PRD a Jesús Ortega y a Silvia Oliva, sólo por citar algunos de sus más preclaros dictámenes independientes y apegados a derecho.
Las andanzas de Televisa, sin embargo, no se agotan en esa alianza de las complicidades monetarias. Se ha lanzado con furia a la arena de las promociones políticas y los abiertos desafíos al Congreso y sus leyes. Se ha adueñado de un partido (PVEM) dentro del cual introyecta sus posturas e intereses para que los defienda, con furor inusitado, en diversos foros. El IFE en primer término, pero no desaprovechan cualquier otro escenario para hacer oír sus desplantes. Complementa el cuadro con varias candidaturas adicionales de su propia cosecha y preparación.
Televisa fortifica su músculo como un grupo de presión al que pocos pueden resistir. Usa, para probar su empuje e impunidad, cuanto intersticio encuentra en los ordenamientos electorales. Quiere la empresa televisiva asentar que la reciente reforma electoral es vengativa, ineficaz, mal concebida, un atentado contra la libertad de expresión. Acentúan sus argumentos, sin temor alguno, con seudopromocionales de sus propias revistas que son, en la práctica difusiva, detallados mensajes de su partido (PVEM) y de uno que otro candidato panista afín a la causa (Nava).
Pero su mayor embestida se empecina en exhibirse, sin tapujos ni recato, como el gran elector para la próxima contienda por la presidencia de la República. Será, según su designio, el taumaturgo de la conciencia colectiva. Una conciencia trasmutada, por su propio quehacer de fantasías, en el horizonte virtual que concitará a los electores de 2012. Para darle vigencia y actualidad a sus propósitos políticos escogieron, casi desde el inicio del sexenio, una figura ad-hoc a sus intereses (Enrique Peña Nieto), que Televisa ha ido labrando a su más pura semejanza clasista y empastelada con su moralina creatividad. Será, qué duda cabe, su obra maestra final. Sin embargo, para que dicha aventura prospere, es preciso, piensan, adicionar muchos otros elementos que eviten ser descubiertos por los incautos electores. Por ello han trabajado, sin descanso y sin escatimar habilidades técnicas en una imagen pegajosa, engominada, de sonrisa plastificada, retacada de lemas para cualquier ocasión. Su candidato aparece en las pantallas en control del escenario, la audiencia y la tribuna. Pero, como consecuencia ineludible de su creación mediática, a tal personaje lo han vaciado de conceptos para evitar la controversia. Lo han privado así de visión y crítica de la realidad imperante.
Televisa se ha convertido, por sus andanzas sin freno ni proporción, no sólo en una empresa que manipula, junto con su compañera de viaje (Tv Azteca) el mercado en el que se mueve a sus anchas, sino, lo más grave, en un serio obstáculo para la democratización del país. No cejarán en su intentona de parar cualquier esfuerzo de las agrupaciones políticas para concretar una mejor legislación de medios (ley Televisa). Más aún si tal pretensión la juzgan atentatoria contra su dominante conformación duopólica. Que nada se diga entonces de abrir el espacio radioeléctrico a la competencia y se admita, al menos, otra cadena nacional.
Televisa se opone también a la modernización de las telecomunicaciones en general y, para ello, contarán con su fracción en el Congreso y sus múltiples ardides disuasivos contra todo aquel que se cruce en la ruta de su proyecto de poder. El señor Calderón, el socio de esta aventura plutocrática, se revela, por su parte y de cuerpo entero, como el fundamentalista personaje que, en verdad, ha sido y es un peligro para México.
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