Los partidarios de Manuel Zelaya se manifestaron ayer cerca del palacio presidencial en Tegucigalpa. El nuevo gobierno lucha contra una oleada de apoyo internacional para el derrocado presidenteFoto Reuters
Arturo Cano
Tegucigalpa, 30 de junio. En el local de comida chatarra sin ventanas no cabe un alma. Afuera se cae el cielo. Adentro, unas 200 personas miran a Carmen Aristegui entrevistar a un experto, reaparecida la señal de CNN. Sólo los pegados a la esquina del televisor alcanzan a escuchar, pero toda la concurrencia se desgañita en gritos de ¡culero! y ¡desgraciado!, cuando el presidente Roberto Micheletti aparece en la pantalla.
Una muchacha punketa brinca el mostrador y quiere robar unos panes para hamburguesa. Los gritos son más fuertes: ¡No, eso no! ¡Ellos están trabajando! La muchacha vuelve a brincar el mostrador con las manos vacías.
Los vidrios del local, claro, sucumbieron en las primeras protestas tras el golpe de Estado. Pero ahora los dirigentes y buena parte de las bases del Frente de Resistencia tratan de mantener a raya a los grupos proclives a destrozar comercios. Esta vez lo consiguen.
A muchos de los zelayistas les preocupa cómo los presentan: El nuevo canciller nos llamó chusma, ¿cómo se atreve? Yo soy maestra, egresada de la Universidad Nacional, dice Irma Flores, quien esta tarde de lluvia se va temprano porque quiere estar fresca para la concentración del primer día de julio: a las ocho de la mañana en todas las ciudades de Honduras, repiten desde el sonido los empapados líderes.
Los zelayistas saben que las próximas horas serán cruciales. Se requieren, dice Juan Almendares, ex rector de la Universidad Nacional y defensor de los derechos humanos, nuevas estrategias de protesta popular.
El problema, en parte, es que la dirección del Bloque de Resistencia ha tenido serias dificultades para funcionar, debido a que muchos de sus integrantes han pasado a la clandestinidad y otros se cuidan mucho de dejarse ver en lugares públicos. Pero en eso andan, a pesar de que saben que en cualquier momento pueden comenzar las detenciones selectivas.
El temor, o las precauciones si se quiere, no tienen nada de extraño en un país que vivió bajo la bota militar hasta mediados de los 80.
Muchos de los dirigentes experimentados de la resistencia no hablan de oídas cuando se refieren a la persecución y la tortura. Es el caso de Almendares, torturado en la época de la dictadura militar y ahora duro orador bajo la lluvia: Sí, hubo dos marchas, ¡una blanqueada y perfumada y otra curtida de dolor!
A unos pasos de la Casa Presidencial, custodiada por más de un centenar de soldados, Armendares –médico de pobres, se define– machaca : El ejército se ha equivocado otra vez, porque el pueblo organizado y movilizado es más grande que cualquier ejército.
Se reservan los zelayistas para las próximas batallas, esperanzados en que, efectivamente, Mel pueda volver el jueves. Y mientras tanto desgranan denuncias.
Marvin Ponce, diputado del Partido Unificación Democrática (PUD) –cuya bancada fue la única ausente en el nombramiento de Micheletti– reitera la denuncia de que miles de seguidores de Zelaya han sido detenidos en los caminos que conducen a la capital. Es el caso de los zelayistas de Santa Bárbara, Danlí, Juticalpa, Catacamas y Choluteca.
El dirigente sindical Juan Barahona habla del éxito del paro nacional.
El PUD denuncia que la esposa de su presidente, César Ham, está hospitalizada en la ciudad de Progreso luego de ser agredida por policías y soldados. El mismo partido informa que en zonas rurales el ejército está reclutando jóvenes mediante la intimidación de las armas.
Cuando se esperan los días más crudos del conflicto, las partes presentan sus saldos. Del lado del gobierno, 15 soldados y tres oficiales heridos, según el teniente coronel Ramiro Archaga, vocero de las fuerzas armadas. Según el diputado Ponce, entre los seguidores del presidente reconocido por la comunidad internacional, van 276 heridos, 11 de ellos de bala, además de 180 detenidos.
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