03 diciembre 2009
Por supuesto que no es desdeñable el nuevo llamado de Felipe Calderón. Incluso sus críticos más severos y aun sus más recalcitrantes opositores habrían de darle el beneficio de la duda.
Pero si el Presidente convoca a la buena fe, debe empezar a ejercerla él mismo. De entrada suena a exclusión que lamente que “en la discusión de los temas medulares para el país prevalezcan el cálculo político, el dogma partidario y las posiciones irreductibles”. A ver, quién será el juez que determine a los dogmáticos e irreductibles de qué lado de la mesa. Calderón lamenta también que nos perdamos en “debates estériles”. Cuando lo que más ha faltado es un gran debate nacional incluyente, concurrente e inteligente para dirimir el rumbo de la nación. Qué fue si no entonces el Pacto de la Moncloa. Qué han sido, para no ir muy lejos, los congresos constituyentes en México si no grandes debates para darnos un país más justo.
A Calderón menos que a nadie conviene ya el autoritarismo. Una actitud que ha contribuido a la baja en sus calificaciones según confirma la encuesta de EL UNIVERSAL-Berumen de esta semana: 6.56 en escala 1-10; la mitad de encuestados dice que vamos por mal camino; una mayoría desilusionada de Calderón; y 73% asegura que las cosas han empeorado en este 2009 que ya queremos se termine. A manera de sugerencia. Tal vez al Presidente le convenga hacer las cosas al revés de cómo las ha hecho: primero consensuar —y por qué no debatir— y luego presentar sus iniciativas. Tal vez así tendrían mejor destino.
A propósito —y sin asomo de ironía— que si de verdad se propone acciones que él mismo llamó de fondo, ¿no podría plantear una gran reforma del Estado y no sólo una reforma política limitada a la reelección de legisladores y alcaldes, el referéndum y el plebiscito?
Aprovechando el viaje, ¿no se valdría pensar en algo más que una reforma fiscal y la modernización de Pemex? Digo, de una vez entrarle a: construir un nuevo modelo económico propio que se ocupe de algunos otros aspectos como una gran revolución educativa como palanca del desarrollo; una estrategia nacional para abatir las causas estructurales de pobreza y desigualdad, no sólo sus manifestaciones; reactivar el mercado interno y la generación de empleos; y una planeación consensuada a mediano y largo plazo. Ya son muy pocas las oportunidades de Calderón para recomponer y dar un sentido a su gobierno. Como diputado y dirigente del PAN ganó buena fama de negociador. Tiene que volver a hacerlo ahora desde la Presidencia de la República.
Pero, por favor, ya no más actos faraónicos y escenográficos que no sirven de nada que no sea el halago a los egos. No le vendría nada mal al ocupante de Los Pinos recordar los primeros días del gobierno de Obama en que se encerró con unos y otros en mangas de camisa a diseñar su estrategia anticrisis. Porque, aunque esté a mitad del camino, para Calderón puede ser la última llamada.
Pero si el Presidente convoca a la buena fe, debe empezar a ejercerla él mismo. De entrada suena a exclusión que lamente que “en la discusión de los temas medulares para el país prevalezcan el cálculo político, el dogma partidario y las posiciones irreductibles”. A ver, quién será el juez que determine a los dogmáticos e irreductibles de qué lado de la mesa. Calderón lamenta también que nos perdamos en “debates estériles”. Cuando lo que más ha faltado es un gran debate nacional incluyente, concurrente e inteligente para dirimir el rumbo de la nación. Qué fue si no entonces el Pacto de la Moncloa. Qué han sido, para no ir muy lejos, los congresos constituyentes en México si no grandes debates para darnos un país más justo.
A Calderón menos que a nadie conviene ya el autoritarismo. Una actitud que ha contribuido a la baja en sus calificaciones según confirma la encuesta de EL UNIVERSAL-Berumen de esta semana: 6.56 en escala 1-10; la mitad de encuestados dice que vamos por mal camino; una mayoría desilusionada de Calderón; y 73% asegura que las cosas han empeorado en este 2009 que ya queremos se termine. A manera de sugerencia. Tal vez al Presidente le convenga hacer las cosas al revés de cómo las ha hecho: primero consensuar —y por qué no debatir— y luego presentar sus iniciativas. Tal vez así tendrían mejor destino.
A propósito —y sin asomo de ironía— que si de verdad se propone acciones que él mismo llamó de fondo, ¿no podría plantear una gran reforma del Estado y no sólo una reforma política limitada a la reelección de legisladores y alcaldes, el referéndum y el plebiscito?
Aprovechando el viaje, ¿no se valdría pensar en algo más que una reforma fiscal y la modernización de Pemex? Digo, de una vez entrarle a: construir un nuevo modelo económico propio que se ocupe de algunos otros aspectos como una gran revolución educativa como palanca del desarrollo; una estrategia nacional para abatir las causas estructurales de pobreza y desigualdad, no sólo sus manifestaciones; reactivar el mercado interno y la generación de empleos; y una planeación consensuada a mediano y largo plazo. Ya son muy pocas las oportunidades de Calderón para recomponer y dar un sentido a su gobierno. Como diputado y dirigente del PAN ganó buena fama de negociador. Tiene que volver a hacerlo ahora desde la Presidencia de la República.
Pero, por favor, ya no más actos faraónicos y escenográficos que no sirven de nada que no sea el halago a los egos. No le vendría nada mal al ocupante de Los Pinos recordar los primeros días del gobierno de Obama en que se encerró con unos y otros en mangas de camisa a diseñar su estrategia anticrisis. Porque, aunque esté a mitad del camino, para Calderón puede ser la última llamada.
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