Cuando los panistas dicen que Diego ha sido factor clave en la transición, están diciendo la verdad, pero deberían añadir que lo ha sido para impedirla. Resultó un abogado excelente para su partido, lo enganchó el proyecto personal de Carlos Salinas a cambio de que el PAN tuviera las mayores ganancias políticas en toda su historia y de que algunos panistas –Diego el más destacado– hicieran fortuna gracias a un cínico e impune tráfico de influencias. Extraordinario polemista, se inclinó por la codicia y no por la ambición política. Se dejó caer” ignominiosamente en la elección de 1994.
El PAN ganó espacios políticos, pero perdió su “alma”, porque era el partido conservador moderado de la gente decente que durante 50 años proclamó su fidelidad a la democracia. Cuando cerraron los ojos frente a los fraudes y abusos del PRI, primero contra Cárdenas y el PRD, y después contra AMLO, se les rompió el resorte interno para siempre. Hoy el blanquiazul está perplejo ante la posibilidad de que el PRI, aprovechando complicidades, recursos, encubrimientos e impunidades que le otorgaron Fox y Calderón, restaure el viejo régimen a carro completo (si es que nos dejamos).
Si un procurador se abocara a resolver el “caso Diego” tendría demasiadas líneas de investigación. Ofendió a muchos y se hizo vulnerable por su enorme fortuna. Habría que revisar la posibilidad de venganzas pasionales o derivadas de agravios en litigios. (Indagar con Fernando Gómez Mont y Antonio Lozano –sus socios–, como sugiere Ricardo Rocha). Quizá sacrificar a Diego sea réplica a los golpes de la narcoguerra y/o tomarlo como rehén para liberar a uno de los narcojefes. Ajustarle cuentas (recordemos su vinculación con estos temas siniestros). También habría que revisar si un grupo guerrillero no bajó a ajusticiarlo, o a tomarlo como “prisionero de guerra”.
Frente a un hecho tan grave y lamentable (yo lo lamento), Calderón como cabeza del Estado está en una posición de extrema debilidad. Su aceptación declina, su gestión es deplorable y su debilidad manifiesta. Diego es otro daño colateral en una guerra sin objetivos estratégicos, impulsada por la mala conciencia ante el fraude de 2006.
Hace meses, los expertos vienen pronosticando la escalada de los grupos criminales, ahora contra los políticos profesionales. Ahí ninguno estamos a salvo. Han empezado a matar perredistas y petistas en Guerrero; después un panista en Tamaulipas y ahora este atentado contra el mejor abogado de las peores causas y uno de los más eficaces enemigos que ha tenido la democracia mexicana.
joseaorpin@hotmail.com
domingo, mayo 23, 2010
Diego y la transición
El despertar
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