MEXICO, D.F., 21 de mayo (apro).- Embriagado aún por los aplausos que arrancó a demócratas estadunidenses, Felipe Calderón hubo de volver a su realidad.
A la realidad de la violencia que se vive en México; al ajuste de cuentas entre bandas del narcotráfico; al mundo de las cabezas rodantes de los traidores; de los asesinatos de dirigentes indígenas en Oaxaca; de los políticos priistas asesinados... de los políticos panistas secuestrados y, por si fuera poco, de la burla del Ejército y sus generales “condecorados”.
Felipe Calderón recibía “medallitas” de reconocimiento en España, mientras los mexicanos seguíamos viviendo las consecuencias de su desgobierno y la descomposición del país, que ya pega, y pega duro, a los reconocidos militantes de su partido.
Durante su gira por España, Calderón se veía atribulado, tan acabado como cuando murió su secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño. Pasaban los días y su discurso seguía siendo tan hueco y tan falto de sintonía con lo que ocurría en el país, que difícilmente algún mexicano pudo sentir tranquilidad ante los acontecimientos.
A medida que fueron transcurriendo sus meses en el poder, un gran sector de la población ha ido viendo y viviendo en carne propia la muerte que genera el desgobierno y la descomposición de la sociedad.
Esta inseguridad con la que conviven los mexicanos parecía no alcanzar a los políticos, a las grandes figuras de la política.
La escalda de inseguridad y violencia parecen no tener vuelta atrás. Hace menos de 15 días, en Valle Hermoso, Tamaulipas, el candidato a presidente municipal por el Partido Acción Nacional, Mario Guajardo Varela, fue asesinado junto con su hijo. Detrás de ellos quedaron los civiles muertos, llamados “daños colaterales” que ha generado la “guerra” de Calderón con el narcotráfico.
También hace menos de un mes, en San Juan Copala, municipio de Oaxaca, donde vive la comunidad trique, fue emboscada una caravana humanitaria de organizaciones nacionales e internacionales, con el saldo de un extranjero y una mexicana muertos.
Hace apenas dos días, en esa misma comunidad, el líder indígena trique y su esposa fueron asesinados.
El candidato a regidor por el PRI en el municipio de Calera, Zacatecas, Joel Arteaga Vázquez, fue encontrado muerto con tres impactos de bala.
El sábado 15 de mayo, en Chihuahua, tres camionetas del candidato del PRI a la gubernatura, César Duarte, fueron rafageadas por un militar, quien “accidentalmente” disparó su arma. Hace un par de días uno de sus brigadistas políticos, Jorge Ortega Ortega, fue ejecutado por un comando.
Todo esto sin contar con los granadazos en las oficinas de la policía de Nuevo León, la desaparición de federales o los constantes enfrentamientos entre sicarios y militares en diversas partes del país.
A esta realidad de violencia e inseguridad es a la que regresó el siempre ausente de Felipe Calderón, quien ahora, ya sin poder evadirse, deberá dar la cara y una explicación sobre la desaparición del panista Diego Fernández de Cevallos, quien fue privado de su libertad justo un día antes de que el encargado del Ejecutivo federal surcara los aires para ser ovacionado, mientras en su país es repudiado por muchos.
Calderón deberá dar la cara ante estos hechos, pues el silencio no hará olvidar ni ignorar, sino acrecentar más la incertidumbre, el coraje e indignación de muchos mexicanos, quienes ahora se están dando cuenta de que, efectivamente, el crimen organizado no tiene límites y que la descomposición que se vive en el país no sólo tiene como saldo de los “daños colaterales” a desconocidos… también a reconocidos políticos, a los políticos emanados del mismo partido que el del “Presidente”.
Calderón ha tenido que regresar a la realidad que ya no puede seguir evadiendo, a esa realidad donde, en un acto que parece ser no sólo de atrevimiento, sino también de burla y humillación, se atenta contra un miembro del Ejército, del mismo Ejército que enfrenta “la guerra” que el mismo Calderón declaró contra el crimen organizado.
El Ejecutivo federal ha regresado al país, donde fácilmente alguien se acercó, sacó su arma y atentó contra el “multicondecorado” general del Ejército, Mario Arturo Acosta Chaparro, un hombre acusado de tener vínculos con el narcotráfico y haber encabezado la persecución y asesinato de líderes sociales y guerrilleros durante la llamada “guerra sucia” de los años setentas.
Al hombre de hierro, al implacable Acosta Chaparro y actual asesor de la Secretaría de la Defensa Nacional para combatir el crimen organizado, logró llegar un desconocido y atacarlo, justo en momentos en que la especie sobre su participación en el esclarecimiento de la desaparición de Diego Fernández de Cevallos empezó a tomar más fuerza.
A esta realidad llegó Calderón, a la realidad donde el crimen no tiene límites.
Apenas el pasado fin de semana, en España, Calderón aseguró que México no era Colombia. Dijo que el crimen organizado secuestró al Poder Judicial y mató a un candidato presidencial, a políticos, y en México eso no ocurre.
¿Qué tan seguro está Calderón de que eso no ocurrirá o que eso no ocurre en México? Alguien tiene que informarle a quien se dice Presidente de México, qué es lo que pasa; cuál es la realidad que se está viviendo en este país; alguien tiene que sacar de ese embelesamiento a Calderón… aunque, ¿servirá eso de algo?
Quizá no, pero por lo menos, la población sí está informada y ahora más que nunca, con el ataque al general Acosta Chaparro y la desaparición de Fernández de Cevallos, sabe que nadie esta a salvo, nadie mientras este tipo de gobierno continúe al frente del país.
mjcervantes@proceso.com.mx
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