Por Fausto Fernández Ponte
06 agosto 2010
ffponte@gmail.com
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“¿Por qué le temen los políticos al cambio de fondo? Por temor a perder sus privilegios como sicarios de la Mafia del Poder”.
Rogerio Derbez.
I
Para no pocos ciudadanos situados incluso en posiciones antipodales en el espectro ideológico y político de México, la existencia misma de Andrés Manuel López Obrador y sus afanes por un cambio de fondo del statu quo opresor, es algo inaceptable.
Cierto. Para algunos cenáculos de la izquierda –que en México su naturaleza le permite mimetizarse en pos de metas crematísticas--, los afanes de don AMLO en pos de la Presidencia de México mueven a desaprobación en grado variopinto.
Nos referimos aquí a la desaprobación no del conservadurismo hecho poder político del Estado mexicano y, desde luego, gobierno, que libera sus vocaciones antisociales al convertirse en plutocracia y servir a la oligarquía, o la mafia en el poder.
Y es que, sépalo o no éste personaje, su modo de ser y sus fines declarados por un cambio de fondo –sin decirnos cómo lo haría-- desde Los Pinos antójanse reformistas y, por ello, limitados. Se le califica de obsesivo, autoritario y mesiánico.
Se le señala como fomentador del caudillismo político, intolerante –no tolera discrepancias a su modo de ser, de pensar y de hacer las cosas. “Es terco, necio y obcecado”, lo calificó un ex allegado de nota que hoy labora por la alianza PAN-PRD.
Pero esos tirios –los de la izquierda de elusiva definición—tienen compañeros de alcoba en aquellos mexicanos, no pocos por cierto, identificados por ignorancia de la historia de México con el conservadurismo histórico, el panista y el priísta.
II
Así, a don AMLO se le dispara alevosamente desde varias troneras ora en la izquierda convencional, ora a la derecha, ora incluso en el centro. “Fuego amigo” de la izquierda mexicana o de los bien intencionados, pero confundidos e indecisos adeptos.
Otros disparos provienen, aviesamente, de vertientes ideológicas con representación limitada o, por decirlo con franqueza, sin ella, pero interesados en montarse sobre la cresta del movimiento de masas que insoslayablemente acaudilla don AMLO.
Pero éste, haciendo honor a la obcecación, la intolerancia y el autoritarismo que con razón o sin ella le atribuyen muchos que dicen conocerlo bien, no permite adhesiones de terceros pues desconfía de motivos y sospecha, cierto o no, de oportunismos.
Esa peculiaridad del modo de ser de don AMLO tiene, sin duda, un móvil: la sucesión de deslealtades., si no es que traiciones, de la que ha sido víctima desde sus años de activista y organizador político de causas sociales y jefe de gobierno del DF.
La reticencia de don AMLO a aceptar adhesiones de última hora de terceros de las variedades de la izquierda –la filosófica, la ideológica, la política, la partidista, la académica, la retórica, la pasiva y la pseudo, etc.— se ha mutado en acerada.
No en vano, el tabasqueño –nació en una congregación de Macuspana-- dijo en su discurso del 25 de julio, en un zócalo atestado de amloístas, que en su movimiento hay “políticos comprometidos a no mentir, a no robar y a no traicionar”.
III
Ésto nos lleva a la larga lista de tránsfugas del amloísmo: políticos de laya convencional y de modus vivendi y operandi pragmáticos que no se hallaron cómodos o a sí mismos en el entorno concéntrico del lópezobradorismo.
Por supuesto, no todos los que se han alejado del amloísmo han tenido motivos atribuibles a desencuentros o desencanto o magra empatía, sino por discrepancias honestas, genuinas, legítimas, de laya ideológico-política, estratégicas y táctico.
Las discrepancias, empero, entre el amloísmo y los que se han alejado y los que siempre han estado distantes y escépticos acerca del estilo personal de don AMLO, son respetabilísimas. Pensaríase que el amloísmo no debe prescindir de aquellos.
Sumar voluntades y esfuerzos le daría cohesión al objetivo común, que es --cómo dice el propio don AMLO-- “salir de ésta absurda e inhumana pesadilla”, para lo cual lograr la unidad popular, más allá del amloísmo y de la izquierda, es, diríase, vital.
Tal noción explicaría el por qué historicista de un movimiento de insurgencia civil ante la opresión que abandera don AMLO y la existencia dialéctica misma del personaje. El por qué de un individuo así, ahora, tiene sentido en nuestra realidad brutal.
ffponte@gmail.com
Rogerio Derbez.
I
Para no pocos ciudadanos situados incluso en posiciones antipodales en el espectro ideológico y político de México, la existencia misma de Andrés Manuel López Obrador y sus afanes por un cambio de fondo del statu quo opresor, es algo inaceptable.
Cierto. Para algunos cenáculos de la izquierda –que en México su naturaleza le permite mimetizarse en pos de metas crematísticas--, los afanes de don AMLO en pos de la Presidencia de México mueven a desaprobación en grado variopinto.
Nos referimos aquí a la desaprobación no del conservadurismo hecho poder político del Estado mexicano y, desde luego, gobierno, que libera sus vocaciones antisociales al convertirse en plutocracia y servir a la oligarquía, o la mafia en el poder.
Y es que, sépalo o no éste personaje, su modo de ser y sus fines declarados por un cambio de fondo –sin decirnos cómo lo haría-- desde Los Pinos antójanse reformistas y, por ello, limitados. Se le califica de obsesivo, autoritario y mesiánico.
Se le señala como fomentador del caudillismo político, intolerante –no tolera discrepancias a su modo de ser, de pensar y de hacer las cosas. “Es terco, necio y obcecado”, lo calificó un ex allegado de nota que hoy labora por la alianza PAN-PRD.
Pero esos tirios –los de la izquierda de elusiva definición—tienen compañeros de alcoba en aquellos mexicanos, no pocos por cierto, identificados por ignorancia de la historia de México con el conservadurismo histórico, el panista y el priísta.
II
Así, a don AMLO se le dispara alevosamente desde varias troneras ora en la izquierda convencional, ora a la derecha, ora incluso en el centro. “Fuego amigo” de la izquierda mexicana o de los bien intencionados, pero confundidos e indecisos adeptos.
Otros disparos provienen, aviesamente, de vertientes ideológicas con representación limitada o, por decirlo con franqueza, sin ella, pero interesados en montarse sobre la cresta del movimiento de masas que insoslayablemente acaudilla don AMLO.
Pero éste, haciendo honor a la obcecación, la intolerancia y el autoritarismo que con razón o sin ella le atribuyen muchos que dicen conocerlo bien, no permite adhesiones de terceros pues desconfía de motivos y sospecha, cierto o no, de oportunismos.
Esa peculiaridad del modo de ser de don AMLO tiene, sin duda, un móvil: la sucesión de deslealtades., si no es que traiciones, de la que ha sido víctima desde sus años de activista y organizador político de causas sociales y jefe de gobierno del DF.
La reticencia de don AMLO a aceptar adhesiones de última hora de terceros de las variedades de la izquierda –la filosófica, la ideológica, la política, la partidista, la académica, la retórica, la pasiva y la pseudo, etc.— se ha mutado en acerada.
No en vano, el tabasqueño –nació en una congregación de Macuspana-- dijo en su discurso del 25 de julio, en un zócalo atestado de amloístas, que en su movimiento hay “políticos comprometidos a no mentir, a no robar y a no traicionar”.
III
Ésto nos lleva a la larga lista de tránsfugas del amloísmo: políticos de laya convencional y de modus vivendi y operandi pragmáticos que no se hallaron cómodos o a sí mismos en el entorno concéntrico del lópezobradorismo.
Por supuesto, no todos los que se han alejado del amloísmo han tenido motivos atribuibles a desencuentros o desencanto o magra empatía, sino por discrepancias honestas, genuinas, legítimas, de laya ideológico-política, estratégicas y táctico.
Las discrepancias, empero, entre el amloísmo y los que se han alejado y los que siempre han estado distantes y escépticos acerca del estilo personal de don AMLO, son respetabilísimas. Pensaríase que el amloísmo no debe prescindir de aquellos.
Sumar voluntades y esfuerzos le daría cohesión al objetivo común, que es --cómo dice el propio don AMLO-- “salir de ésta absurda e inhumana pesadilla”, para lo cual lograr la unidad popular, más allá del amloísmo y de la izquierda, es, diríase, vital.
Tal noción explicaría el por qué historicista de un movimiento de insurgencia civil ante la opresión que abandera don AMLO y la existencia dialéctica misma del personaje. El por qué de un individuo así, ahora, tiene sentido en nuestra realidad brutal.
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