Durante la intervención militar en Vietnam –acontecida a mediados de la década de 1960–, Estados Unidos utilizó armas químicas devastadoras contra el comunismo, un régimen que entonces encarnaba la lucha por la independencia nacional del pueblo vietnamita, que se oponía a su dominación.
En su reciente obra Agente naranja. Apocalipsis Vietnam, André Bouny señala que, casi medio siglo después de la guerra, las madres vietnamitas siguen dando a luz bebés monstruosos.
—Aunque la guerra de Vietnam pueda parecer lejana a las generaciones jóvenes, su obra parece temiblemente actual, porque muestra que los efectos del agente naranja siguen desplegando hoy sus espantosas consecuencias sobre millones de personas y, también, porque recientemente se han utilizado armas similares (como el uranio empobrecido) en Serbia, en Afganistán, en Irak, en Gaza, en Líbano, y se siguen utilizando. En la conclusión del libro, usted afirma: “Tomar conciencia de la catástrofe generada por el agente naranja es la primera etapa necesaria para prevenir y evitar otros desastres del mismo tipo (ecológicos, medioambientales y sanitarios), e incluso peores”. En este sentido, ¿ha establecido contactos con grupos o investigadores que investiguen estas nuevas armas? ¿Planean ustedes acciones comunes?
—Para mi generación, Vietnam evoca la guerra; para los más jóvenes, un destino turístico. Una nueva guerra hace olvidar la anterior y oculta en gran parte sus consecuencias, tanto más cuanto que la información se concentra exclusivamente en la última. En el caso de Vietnam, efectivamente están naciendo niños afectados por graves minusvalías y a veces con formas inhumanas, aunque la ciencia no ha demostrado ni comprendido todavía los mecanismos que demostrarían que estos efectos teratógenos se deben a una modificación genética adquirida por las víctimas del agente naranja, como es el caso en la experiencia con [moscas] drosófilas efectuada por dos biólogos estadunidenses. Con todo, las autoridades vietnamitas se plantean si se debe dejar procrear a las víctimas del agente naranja.
“La similitud entre los efectos del agente naranja y los del uranio empobrecido en los recién nacidos es sorprendente y obliga a una comparación. Conocemos por experiencia los riesgos y las secuelas de la radiactividad. Además, la controversia sobre la radiactividad de baja intensidad –por ejemplo, la asociada a las partículas ingeridas o inhaladas disipadas por el efecto piróforo de las ojivas de las armas de uranio empobrecido? recuerda a la que ha conocido el agente naranja ante el lobby de la química; en el caso del uranio empobrecido se trata del nuclear. De la misma manera, los límites de dioxina admitidos en la alimentación en ningún caso pueden dejar de tener efectos. El paralelismo entre ambos venenos existe también en los usos civiles: para el caso de la dioxina, agricultura, gestión de los bosques y eliminación de residuos, entre otros; para la radiactividad, la energía y el uso médico.
“La conciencia de una catástrofe como la del agente naranja sobre el medio ambiente y toda forma de vida que lo habita no se da por hecho en nuestras sociedades de consumo, que dejan creer que existe una solución para todo por medio del progreso y de la transformación de materias en ‘bienes’ de consumo, que contaminan la naturaleza y, por lo tanto, nuestros organismos. Con esto se genera un círculo vicioso sin fin. Dirigir la lucha tanto por la justicia, el reconocimiento y porque las víctimas sean indemnizadas no deja tiempo ni energía para estar en varios frentes, aunque toda víctima tenga derecho a nuestra compasión y, por encima de todo, a nuestra ayuda y solidaridad. Sin embargo, se constata que, a imagen del CIS , hay muchas personalidades que se activan incansablemente a favor de las víctimas del uranio empobrecido. Sí, la conciencia de estas personas ya tiene como acción común la información.”
—En su obra exhaustiva Agente naranja. Apocalipsis Vietnam, usted hace un balance completo de los muchos aspectos del problema. ¿Cuáles son los elementos específicamente nuevos que aporta usted?
—El elemento más destacable es sin duda el nuevo cálculo del volumen de los agentes químicos que he establecido a partir de los datos del Informe Stellman (un estudio oficial financiado por Estados Unidos a principios de la década de 2000 en Vietnam), que altera a la baja todos los cálculos comúnmente admitidos hasta entonces. Simplificando las cosas, partí de datos establecidos por los archivos del ejército estadunidense, que probablemente son incompletos, y los crucé con otras informaciones salidas también de estos mismos archivos. El resultado es simplemente terrorífico. Jeanne Mager Stellman, una científica estadunidense que elaboró un informe que lleva su nombre, leyó atentamente mi libro y no puso en tela de juicio en ningún momento el nuevo cálculo que propongo sobre los volúmenes de agentes químicos utilizados en Vietnam.
“Por otra parte, la manera en que se habla de la guerra de Vietnam en este libro no es la que se cuenta en los manuales de historia occidentales: la perspectiva es la de los vietnamitas. En efecto, el telón de fondo está jalonado de muchos elementos demasiado poco conocidos, olvidados por la amnesia selectiva. Hablo del falso ataque sufrido por los barcos estadunidenses en el golfo de Tonkin, que permitió desencadenar la guerra contra el Vietnam del Norte comunista y engañar al Congreso estadunidense, o de la trama de las guerras secretas que se llevaron a cabo en Laos y Camboya en la más perfecta ilegalidad nacional e internacional, o incluso el inimaginable tonelaje de bombas arrojadas durante esta segunda guerra de Indochina, la cantidad impensable de muertos y heridos, o del embargo que multiplicó los daños de esta larga guerra de independencia sobre la población civil, primera víctima de los últimos conflictos poscoloniales… Éstos son algunos ejemplos.
—¿Cómo son hoy los efectos del agente naranja en los seres humanos, la flora y la fauna en estos países de la antigua Indochina en los que residen excombatientes, y dónde se ha almacenado el producto?
—La situación actual en Vietnam es simplemente catastrófica. Hace sólo unos días [julio de 2010], el vicepresidente de la Asamblea Nacional de Vietnam anunció que 4 millones de personas estaban actualmente contaminadas. Esto puede parecer descomunal y, sin embargo, proporcionalmente, estas cifras están muy por debajo de las de los veteranos surcoreanos que han llevado el asunto a los tribunales… Ahora bien, ellos no se vieron expuestos de una manera comparable a la situación en la que se sigue encontrando la población vietnamita. Tanto excombatientes como población civil, sin distinciones, padecen enfermedades incurables y cánceres. Están, además, los recién nacidos que vienen al mundo con deformaciones monstruosas, ausencias parciales o totales de miembros y/o deficiencias mentales. Lo mismo ocurre en Laos y Camboya, países en los que faltan cruelmente medios para establecer, a semejanza de Vietnam, cuál es realmente la situación epidemiológica. Tanto en Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, como en torno a las bases militares en Filipinas en las que se almacenaba el veneno, veteranos y civiles que fueron expuestos al agente naranja desarrollan los mismos males.
“Por lo que se refiere al medio ambiente, la selva tropical desaparecida no se regenera y no se puede hacer que vuelva a surgir cuando los suelos erosionados han perdido sus nutrientes, generados por la propia selva y que le permiten crecer y existir: es una situación inextricable y desesperante. En Vietnam hay zonas enteras en las que se ha prohibido cultivar o que son de acceso prohibido; son los hots spots. Estos “puntos calientes” suelen ser antiguas bases militares estadunidenses que se extendían por superficies considerables –auténticas ciudades– en las que se almacenaba el agente naranja antes de trasvasarlo a los aviones o aparatos terrestres, y cuyos alrededores eran ampliamente defoliados por razones evidentes de seguridad.
“En lo que concierne a Estados Unidos, Canadá, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, el problema afecta más particularmente a los veteranos y en diversos grados a los lugares en los que se experimentaron los agentes químicos (o a veces se fabricaron, como en el caso de Nueva Zelanda) durante las pruebas para ponerlos a punto. La lucha de los veteranos de estos países, enfermos y con una descendencia paralelamente afectada, es más conocida porque, en comparación con Vietnam, estos países se benefician de estructuras sanitarias. Pero, aun así, la lucha de estos veteranos de países llamados desarrollados fue larga y feroz para obtener el reconocimiento de las relaciones de causa-efecto entre el agente naranja y sus enfermedades. Y esta lucha sigue actualmente. Para la mayoría de los veteranos, el reconocimiento y las indemnizaciones se siguen haciendo esperar.”
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