Guillermo Almeyra
Nunca había sucedido que, apenas a dos meses de instalado un gobierno mexicano, debiese enfrentar, en un día de trabajo, una enorme marcha de repudio, compuesta a mitad por contingentes sindicales y campesinos numerosos como en un primero de mayo, y por sectores populares que siguen al candidato a presidente que fue víctima de un fraude abierto y escandaloso. En ese sentido, la marcha del 31 fue un éxito y una respuesta a la actual ofensiva brutal y cínica del gobierno del presidente fraudulento contra los derechos democráticos (Oaxaca, Atenco, el fraude) y contra el nivel de vida de los trabajadores. Hay, sin embargo, algunos peros...
Es importante que incluso algunas direcciones sindicales y campesinas charras hayan debido adherirse a la marcha, presionadas por el descontento y el temor a sus bases, pero lo cierto es que lo hicieron para "mostrar los músculos", pero para negociar con el gobierno en mejores condiciones y no para presentar un frente unido de oposición social sino para romperlo (¿mañana, pasado mañana?) si les tiran unas migajas desde el poder. El aguerrido contingente de los electricistas, que saben que están en la mira del gobierno y tratan de formar un frente social para combatir contra la política del gran capital que aplica Calderón, era por eso una excepción. Además, la resistencia priísta a permitir un discurso de López Obrador, y hasta la falta de curiosidad por saber qué diría, se expresó en el éxodo de muchas organizaciones del Zócalo, que quedó amarillo. Dicho sea de paso, esta es una nueva demostración del fracaso del coqueteo perredista con el priísmo que (hasta ahora) se opone a Calderón.
Aunque la Declaración del Zócalo, en líneas generales, hace críticas y formula puntos de lucha correctos, no dice sin embargo cómo organizar el combate para concretarlos ni da objetivos inmediatos. Es más, la exigencia de las organizaciones sociales y del propio AMLO de un nuevo "pacto social" demuestra que, por razones de interés, ignoran deliberadamente el carácter del gobierno y de los capitalistas a los que proponen ese pacto, los objetivos y planes de ambos y el sentido de su política y de su ofensiva. ¿O alguien cree en serio en la neutralidad del gobierno espurio y en el sentido social de los capitalistas mexicanos y de sus achichincles? El discurso de López Obrador demuestra ese mismo intento negociador y conciliador. AMLO formuló objetivos (aumento general de salarios, defensa del campo, etcétera) pero dejó todo en manos de su fracción parlamentaria. Ahora bien, aparte de que la misma es minoritaria y, por consiguiente, en el mejor de los casos sólo puede levantar banderas que le rendirán hipotéticamente en futuras elecciones pero que no organizan hoy, esa fracción es la que aceptó el presupuesto del gobierno, sin presentar una alternativa, y esos partidos son los mismos que presentan en Yucatán a la yunquista ex dirigente panista Ana Rosa Payán como nueva Virgen Roja del derecho, las libertades y el progresismo. Por eso y como la gente tiene politización y olfato, ni el Zócalo se llenó para escuchar al Pejepresidente, ni hubo entusiasmo y creatividad, ni la marcha y el acto posterior contaron con la indispensable proporción de jóvenes necesaria para una lucha seria. ¡Ah!, una vez más los de la otra campaña se destacaron por su ausencia sectaria, y Marcos por su silencio, que Calderón agradece...
El Diálogo Nacional (DN), que trata de asegurar la continuidad de las movilizaciones y de construir un frente social amplio, no puede ignorar cuál es la relación de fuerzas ni dejar de considerar hasta dónde pueden ir sus aliados transitorios y qué se debe hacer para llegar a la mayoría de los trabajadores y de la población. La gente común desconfía de los que se agitan para que el gobierno los vea y para negociar con éste en mejores condiciones, formulando amenazas, pero sin intentar cumplirlas. El DN, contrariamente a AMLO y a la otra campaña, sólo puede subsistir si inicia un trabajo lento pero importante para unir a la mayoría de la población detrás de su programa y de sus objetivos irrenunciables, pero organizándola, explicando un programa nacional y obrero alternativo, cómo construir otro país. Para eso es necesario unir la acción a la palabra. Si a dos meses de la toma de posesión de Calderón más de 100 mil personas se unieron en una marcha es porque existe, en amplios sectores, disposición a moverse si su esfuerzo parece efectivo, tal como lo demostraron el plantón perredista en el Zócalo y la lucha de la APPO hace unos pocos meses. Es posible, pues, preparar con movilizaciones la convocatoria de un paro cívico nacional por las reivindicaciones comunes de los que asistirán al DN y de los que asistieron a la marcha, y en la perspectiva de la lucha por una política alternativa a la del gran capital. Los planes alternativos para la energía, la educación, la sanidad, la ciencia, el campo existen desde hace rato y son fruto de una elaboración colectiva. AMLO los ignoró y los enterró, la otra campaña simplemente los ignora y buena parte de las direcciones sindicales y campesinas los dejan de lado para negociar, como sucedió con los planteamientos de El Campo no Aguanta Más. Pero la esperanza del Peje en los Sabines y en las Ana Rosa Payán o en futuros triunfos en las elecciones por venir no tiene nada que ver con lo que pasa en el país y en el mundo. Calderón sólo puede aplicar su política hambreadora y antinacional con la ilegalidad y la represión (y eso incluye también la anulación de cualquier elección que no esté amañada y preparada, como estuvo la que organizó el PAN). Si se quiere trabajo, defensa del campo, tortillas, democracia, hay que contar por lo tanto con las propias fuerzas. Nadie en el poder nos regalará nada, ni por iluminación del Espíritu Santo hará nada menos que un nuevo pacto social con quienes quiere aplastar.
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