De Blogotitlan
La Legión Extranjera Que Gobierna México
Nunca había estado México tan a merced de sus enemigos, como desde que arribaron al poder los tecnócratas educados en Estados Unidos y otros países extranjeros.
Desde el gobierno de Miguel de la Madrid, cuando empezaron a firmarse a escondidas las famosas “Cartas de Intención” con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para conseguir préstamos a cambio de entregas de soberanía; pasando por el nefasto periodo de Salinas de Gortari, cuando se inició en los hechos el desmantelamiento del Estado y el regalo de empresas paraestatales a los amigos del régimen; hasta la frustrante etapa de la supuesta alternancia —sólo de siglas, que no de enfoques ni prácticas—, más entreguista que la anterior, México ha estado en una pendiente descendente al abismo insondable de su desaparición. ¿Tremendismo? No. Realidad.
Han sido 25 años de entreguismo servil, de una total carencia de la mínima dignidad nacional, siquiera para “taparle el ojo al macho”. Los extranjeros hacen y deshacen en el país, para servirse y servir a sus intereses. Lo peor no es su pretensión, lógica en quienes sienten y presumen superioridad, sino la docilidad y consiguiente auxilio que dan los "gobernantes" mexicanos descastados durante su “formación” en el extranjero y que aspiran a convertir a México en colonia del Imperio donde ellos puedan ingresar a su corte.
Si durante los últimos 18 años del priato se intentó infructuosamente guardar ciertas formas de dignidad perdida, con la llegada del foxiato se fue la vergüenza y el mínimo decoro, para que George Bush, Jr. se enseñoreara del país y de su ridículo presidente, quien en los colmos del servilismo llegó a pedir a un mandatario invitado al país que sólo comiera y se fuera, porque el amo no quería ofenderse con su presencia. Y ante el escándalo que se armó al conocerse el insulto, todavía llegó a retar al ofendido: “si tiene pruebas, que las presente”. Y éste las presentó, exhibiendo al botudo anfitrión como un lacayo, hablador, mentiroso y pendejo.
Pero no fue lo único. Bastó una simple orden de Bush para que en todos los aeropuertos de México personal extranjero sometiera a los mexicanos, en su propia patria, a una grosera revisión como potenciales maleantes, violando el precepto constitucional que ordena que “nadie puede ser molestado en su persona o propiedades, si no es por mandato de autoridad judicial que funde y motive la acción”. Y todo el gobierno federal y su partido blanquiazul, apoyados por el PRI, se pusieron a justificar la orden del amo como “seguridad para los mexicanos”.
Pero hubo más. En exhibición de gran indignidad, el presidente de México anduvo mucho tiempo desconsolado porque el amo Bush se negaba a hablarle y a sonreírle, molesto porque no fue con él a la invasión de Irak. Pero, en cambio, hizo anunciar con todo bombo y platillo, plato fuerte de los noticieros nocturnos de televisión, como una colosal deferencia del amo al vasallo, los pocos minutos que Bush le concedió de pasadita, apenas para un saludo protocolario, en que —según la mentira foxista— trataron varios importantes asuntos bilaterales, de los que obtuvo excelentes perspectivas para México, traducidas en un muro que de inmediato empezó a levantarse en la frontera.
Pero si de allende el Bravo llegaba un intervencionismo grosero en los asuntos nacionales, de ultramar también llegaron oleadas de intervencionismo, aprovechando la extrema debilidad política y social de la nueva clase gobernante, incubada en el oscurantismo religioso y en el revanchismo conservador, con gran facilidad para aceptar cualquier indignidad disfrazada de concesión superior, cuasi divina.
Y llegó Antonio Solá, de la mano de José María Aznar, el mentiroso presidente del Gobierno español —sacado del poder por eludir su responsabilidad en el apoyo a Bush en su guerra contra Irak, que le motivó serias represalias musulmanas—, quien llegó a apoyar en México al anodino Felipe Calderón, un mediocre burócrata partidista, inflado con trampas gubernamentales y millones empresariales para contrarrestar al popular candidato opositor Andrés Manuel López Obrador, verdadero ganador de la elección presidencial mexicana del 2006, a juzgar por las ilegalidades descubiertas —aunque legalizadas por el tribunal superior electoral— y las grandes masas ciudadanas que lo siguen, incansables, en contraste con las escasas asistencias —cada vez más exiguas y controladas— que acompañan a Calderón.
Pero la reconquista no sólo llegó con esas dos carabelas, sino hay una más, anclada en el muelle calderonista, llamada Juan Camilo Mouriño, cuya excesiva cercanía al llamado presidente “institucional” (en contraposición al Presidente Legítimo, López Obrador) es caldo de cultivo de “filtraciones” y habladurías picantes en todo el gobierno federal. Mouriño es allegado, confidente y quién sabe qué más de Calderón, pero el hecho es que no se llega a éste sin pasar por Mouriño, cuya familia extiende sus dominios en la nueva encomienda llamada Campeche, desde donde teje complicidades con otro encomendero llamado Patricio Patrón.
Por si esta ola extranjerizante no fuera suficiente, ahora, con motivo de una ley que despenaliza el aborto hasta las 12 semanas de gestación (sin imponer la obligación del mismo, que queda, en todo caso, a decisión íntima y personal de la mujer embarazada), la iglesia católica dejó sus parcelas espirituales y se volvió a meter de lleno en los terrenos político-legislativos, para evitar que se apruebe tal ordenamiento. Como en los tiempos de Santa Anna.
Asumiendo de facto la representación completa de todo el género femenino mexicano, por boca de su principal dirigente, el cardenal Norberto Rivera Carrera, la iglesia católica emprendió una cruzada —y convocó en su auxilio a otras iglesias cristianas— contra los legisladores que discuten la ley y no sólo amonestó la intención legal, sino que amenazó con excomulgar a quienes la apoyaran. Cuando la reacción pública se mostró contraria al cardenal, éste se negó a hablar para los medios de comunicación, culpándolos de la incomprensión que había hacia su cruzada.
Para no dejar solo a su cardenal y exhibir la fuerza que la oligarquía teo-tecnocrática les ha dado a partir del salinato, los obispos, como grupo, tomaron la estafeta que parecía abandonar el cardenal Rivera, apabullado por su encubrimiento a la pederastia del sacerdote Nicolás Aguilar y del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, amigo y confesor de Marta Sahagún de Fox y de Lorenzo Servitje, dueño de la trasnacional Bimbo, quien ha empleado todo su poderío económico para proteger a Maciel y emprenderla contra quienes, según él, lo atacan.
Así se recibió, primero, a un enviado papal, quien abiertamente intervino en asuntos internos de México, no sólo como ciudadano español, sino como representante de un Jefe de Estado extranjero, para atacar directamente a un cuerpo legislativo mexicano en pleno ejercicio de sus facultades constitucionales y de las funciones que le corresponde.
Como ni estas intervenciones ni la aparente minucia de la evocación cristera en el vestuario de la representante de México en el concurso Miss Universo, lograron revertir o siquiera detener la iniciativa de despenalización del aborto en el Distrito Federal —la única entidad mexicana que marcha con la evolución global—, intervino el mismo Papa Benedicto XVI.
Desde el Vaticano y en carta enviada al Episcopado Mexicano, llama a una cruzada medieval, supuestamente en defensa de la vida, y se lanza contra “una ley mexicana”, en abierto intervencionismo, muy lejano de la cautela diplomática que emplea para referirse —cuando la fuerza de los acontecimientos lo obligan a ello— a las masacres perpetradas por Estados Unidos y otros gobiernos, anteriormente bendecidos como “anticomunistas” y hoy solapados como “antiterroristas” y hasta enjuiciados por "genocidas".
La polarizada sociedad mexicana tal vez saque de este momento el curso final por donde quiera llevar al país: de vuelta a la oscuridad medieval de los señores feudales asociados a la jerarquía católica, esclavizante de cuerpos y almas, o a la nueva dignidad que ponga en su sitio a los manipuladores que se aprovechan de la mesura y cordura social para interpretar una aprobación a sus prácticas mafiosas y una aceptación del fin de la nación, entregada a los intereses extranjeros de todo tipo.
Ya veremos, dijo un ciego.
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