Juan Torres López
Rebelión
Un estudio reciente de Oxfam muestra los estragos que la industria farmacéutica produce en los países pobres, donde más de 30 millones de personas están condenados a la ceguera por culpa del sistema de patentes que encarece medicamentos esenciales.
El informe, titulado “Visión de negocio. Por qué las reglas de propiedad intelectual impiden prevenir y curar la ceguera en los países pobres”, señala que el 90% de los afectados por la ceguera vive en países empobrecidos.
Un porcentaje que claramente demuestra que este drama se padece como resultado de la desigual distribución de los recursos y, más concretamente, de la estrategia que imponen las grandes compañías farmacéuticas para lograr cada vez más beneficios.
Según el informe de Oxfam, el tratamiento contra las cataratas, responsables de la mitad de las cegueras en los países pobres, está sujeto a patentes que impiden comercializar una versión mejorada de las lentes intraoculares que evita que se empañen con el paso del tiempo. Debido a este problema, tres de cada diez pacientes vuelven a perder la vista dos años después de la operación. Estas lentes mejoradas cuestan unos 116 euros por unidad, y están protegidas por al menos seis patentes diferentes. Según los expertos consultados por Oxfam, la versión genérica de las lentes mejoradas podría costar unos 7 euros por unidad.
La lógica del beneficio que marca la estrategia comercial de las compañías farmacéuticas les lleva a producir preferente y casi exclusivamente los medicamentos que tienen demanda solvente en el mercado. y eso es lo que explica que sólo 21 de las 1.556 nuevas sustancias comercializadas entre 1975 y 2004 hayan estado dirigidas al tratamiento de enfermedades exclusivas de los países pobres, como el paludismo.
Y esa es también la razón que explica que esas compañías concentren sus ventas en los grades países industrializados, que es donde se encuentra la demanda solvente que puede comprar sus productos. En Norteamérica, la Unión Europea y Japón se concentra cerca del 90 por ciento de las ventas farmacéuticas mundiales.
El efecto paradójico y perverso de esa concentración es que la mayoría de los medicamentos que comercializan las grandes compañías son más caros en los países pobres que en los ricos, pues allí los mercados son más reducidos.
En Bolivia, por ejemplo, la pomada antibiótica para curar la conjuntivitis que puede dejar ciego a un recién nacido cuesta cuatro veces más que en España, donde la renta per cápita es diez veces mayor.
La paradoja criminal de nuestro tiempo es que esas compañías que realmente condenan a la ceguera, a la enfermedad y a la muerte a millones de personas son las que hablan al oído de los gobiernos para dictarles las políticas que mejor les convienen y, mientras tanto, algunos países que hacen esfuerzos sobre humanos para ayudar a que los más pobres salgan de ese drama y vean la luz, son demonizados por los grandes poderes del planeta.
En Bolivia, el país más empobrecido de América Latina, operarse los ojos puede costar entre 800 y 900 dólares, algo que está completamente fuera del alcance no sólo de los campesinos más pobres sino de la misma clase media.
Sin embargo, desde que Evo Morales llegó al gobierno más de 1000 médicos cubanos trabajan en los sectores más empobrecidos del antiplano devolviendo gratuitamente la vista a miles de personas, gratuidad que incluye el tratamiento, la operación, los medicamentos y las gafas.
Para los más de 200.000 latinoamericanos que han recobrado gratuitamente la vista en los últimos años se trata de un milagro. Y lo es: se trata de la Operación Milagro que impulsó para todo el continente el gobierno cubano y que a un ritmo de 600.000 pacientes al año se persigue devolver la vista a más de 6 millones de personas en América Latina en una década.
Esta es la realidad de nuestro mundo: unos condenan a la ceguera mientras que otros traen la luz.
Pero de estos últimos, de quienes hacen el milagro, no se habla sino para mal.
Se les critica y se ocultan sus políticas sociales. Hace un par de años, El País dedicaba cuatro páginas a comentar con todo tipo de alardes que una niña africana vendría a España a operarse de cataratas gracias a la generosidad de una fundación constituida nada más y nada menos que por 900 ópticas. Pero nunca hablarán bien de lo que en este sentido hacen, con infinitamente mayor eficacia y con menos medios, los gobiernos de Cuba, de Venezuela o Bolivia.
Devolverle la vista a los pobres que no pueden pagar los precios que imponen las multinacionales debe ser también una expresión de eso que llaman tan despectivamente el “populismo” y que nunca logran explicarnos bien lo que es.
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga (España) y colaborador habitual de Rebelión. Su página web: www.juantorreslopez.com
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