Gustavo Esteva
Circula en Oaxaca, en medio de la brega cotidiana, una imagen que busca sintetizar aspectos de lo ocurrido.
Años de corrupción feroz y autoritarismo desbordado convirtieron a Oaxaca en una olla de presión sobre fuego lento. Ulises Ruiz echó leña al fuego hasta que la presión botó la tapa el 14 de junio. La Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) aglutinó el descontento que se cocinaba dentro de la olla y lo convirtió en acción transformadora. La ferocidad de las fuerzas federales puso una pesada tapa sobre Oaxaca el 25 de noviembre pasado, pero el fuego continúa. Alivian la presión pequeños agujeros abiertos por iniciativas de la gente, pero son insuficientes. La presión sigue acumulándose y en cualquier momento botará de nuevo la tapa. La experiencia permitirá quizás dar cauce más ordenado a la presión, pero nadie puede prever lo que ocurrirá. Hay demasiadas fuerzas enfrentadas.
Otra metáfora puede contribuir a entender lo que viene. Hace más de 35 años, en las últimas páginas de La revolución interrumpida, Adolfo Gilly recogió unas frases de León Trotsky: "Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor".
¿Cuál es esa "materia real, inasible e indefinible" que Trotsky llama "energía de las masas" y compara con el "vapor"? A diferencia de éste, agrega Gilly, esa materia tiene "sentido, entendimiento y razón y por eso no se disipa, como el vapor, sino que perdura transmutada en experiencia, invisible para quien cree que el movimiento reside en el pistón y la caldera (es decir, en los aparatos organizativos), pero presente en aspectos posteriores inesperados de la vida cotidiana".
Oaxaca se mantiene "a todo vapor". Parte del generado en el pasado año se condensó ya en experiencia y se ha vuelto comportamiento: está en actitudes cotidianas de mucha gente, que nunca volverá a la antigua "normalidad". Otra parte del "vapor" generado ayer o del que surge cada día es impulso de toda suerte de iniciativas. Y hay "vapor" que se sigue acumulando, que levanta presión y que acaso se replantea el rumbo que tomará al liberarse de cuanto ahora lo retiene -que no es caldera con pistón, sino cobertura opresiva de la represión que continúa, bloqueo político y policiaco de la iniciativa popular.
Persiste la obsesión por averiguar quién genera ese "vapor", conforme al prejuicio de que la gente no puede tomar iniciativas por sí misma. Se da por sentado que alguien, persona o grupo, tiraría las piedras y escondería la mano: habría manipulado a las masas dóciles y querría seguirlo haciendo. Los medios construyeron dirigentes a modo, proyectando como tales a quienes se acomodaban mejor a la imagen que construían para preparar a la opinión pública a la liquidación violenta del movimiento. Las autoridades lo hicieron para organizar cooptación y represión; parecen creer que la APPO estará paralizada o al menos inválida mientras sigan en la cárcel quienes, según ellas, la dirigían. Actitudes semejantes se han observado desde la izquierda, dentro y fuera del movimiento. Quienes piensan que lo ocurrido sería incomprensible sin una organización dirigente, la ven ahora disuelta o debilitada y quieren renovarla o reconstruirla. O bien, cuando se reconoce la ausencia de dirigentes reales en la APPO, se traslada todo al pasado: esa carencia habría provocado que el estallido popular espontáneo se desvaneciera. La energía popular se habría disipado, como el vapor no contenido en una caldera.
Cuando no se trata de tomar el poder, sino de cambiar el mundo, el vapor, que se condensa continuamente en experiencia, actúa en su disipación, derramándose sobre la realidad. Ocasionalmente se acomoda en calderas y pistones que el propio vapor genera a su paso y utiliza para ciertas tareas, pero no puede estar contenido en "aparatos organizativos" ni ser conducido por "organizaciones dirigentes". Para que unos y otras sean relevantes y tengan un papel que cumplir han de renunciar a ser pirámide, cuando se trata de operar como red, y necesitan aprender a mandar obedeciendo. Además, han de operar a escala adecuada, adaptándose continuamente a condiciones y estilos de los hombres y mujeres reales que son siempre el vapor, el impulso, quienes finalmente determinan el rumbo y alcance de todo movimiento.
Las metáforas mecánicas se quedan siempre cortas frente a la riqueza de los procesos sociales reales. Pero la olla y el vapor son imágenes útiles para observar la compleja situación actual, en Oaxaca y en México, cuando lo más importante parece invisible.
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