León Bendesky
La migración es un asunto cada vez más relevante para comprender cómo es que funciona esta economía. Tiene efectos crecientes y directos en dos campos cruciales: el mercado laboral y el flujo de dólares. Esos efectos no son los únicos, pero están estrechamente ligados con la definición de las políticas fiscal y monetaria que han sido capaces, en los años recientes, de crear un entorno de estabilidad financiera, aunque no de crecimiento y mayor bienestar.
La gente emigra a Estados Unidos por falta de oportunidades de trabajo en México. Pero no se trata de la falta de cualquier tipo de trabajo, sino de aquellos que ofrezcan buenas condiciones de salario, prestaciones y seguridad en el empleo. Esa seguridad tiene que ver no sólo con el hecho de que su puesto sea duradero, sino que genere, también, con el tiempo, una posibilidad de retiro viable y con dinero que alcance.
Por eso es que no es igual aproximarse a la forma en que opera el mercado de trabajo en términos del empleo, entendido de modo integral, que en los de la ocupación, como lo hace el gobierno desde hace unos años. Esta modalidad de medir la ocupación como una representación de la situación del mercado de trabajo equivale a una aceptación tácita de las condiciones de precariedad que privan en el empleo.
En el centro de la economía está el trabajo y en México no se generan suficientes empleos y, menos aún, de calidad. La migración es un elemento clave para que los desequilibrios que existen en ese mercado no se muestren en toda su dimensión.
Y, además, los migrantes aportan alrededor de 25 mil millones de dólares cada año (es la segunda fuente de divisas luego del petróleo), con los que se previene la degradación mayor de los niveles de vida de una parte relevante de la población. Pero también se contribuye, así, con la acumulación de las reservas internacionales del banco central que sirven para mantener la relativa estabilidad del peso frente al dólar, es decir, ayudan a prevenir una devaluación.
Las condiciones favorables para el trabajo no se están generando hoy, y no se ha conseguido hacerlo desde hace mucho tiempo en México, casi ya durante un cuarto de siglo. La economía no crece de manera suficiente para emplear a todos los que llegan al mercado de trabajo (en torno a un millón 250 mil personas por año) y a los que deben agregarse aquellos que pierden su empleo y buscan uno nuevo. Ese es un factor que provoca que alrededor de 600 mil personas cada año vayan a buscar trabajo en Estados Unidos.
Unicamente con esos pocos datos se aprecia la relevancia del debate legislativo sobre la reforma migratoria en el Congreso de aquel país. Las reglas que se fijen para acoger a los trabajadores migratorios de manera temporal y las que se apliquen para legalizar a los que ya están allá afectarán la existencia de muchos mexicanos y la de sus familias, así como su seguridad y hasta su integridad física.
La ley sobre migración está aún en una etapa de discusión y va a tener muchos ajustes. La comunidad mexicana, allá y acá, debe estar muy atenta a la evolución de los debates, a las propuestas que se presenten y a la versión final de la legislación. Hay muchas posiciones e intereses encontrados dentro de los grupos políticos y diferencias entre la misma comunidad de migrantes mexicanos y sus federaciones en distintas partes de Estados Unidos.
Se trata de ver cuántos trabajadores serán admitidos, en qué condiciones y qué tipo de acciones tomarán las autoridades policiacas de la frontera para contenerlos.
Ante esas cuestiones cuya relevancia no puede exagerarse, llama la atención, aunque no sorprende, la pasividad del gobierno mexicano que, si bien es cierto está fuera del debate político en el Congreso estadunidense, podría hacer una diplomacia más activa, comprometida e inteligente a favor de los migrantes que el país expulsa todo el tiempo y de los cuales depende cada vez más.
Pero la cancillería carece de liderazgo, no se aprecia qué hace o cuando menos que quiere o intenta hacer. La reciente visita de la canciller Espinosa a la secretaria de Estado Rice pasó inadvertida, aunque ocurrió en medio del debate de la ley de migración y mostró la pasividad que priva al respecto en este gobierno. No hay una política estatal con respecto a la migración masiva y ésta es una grave carencia política y pone en evidencia una faceta más de un grave problema social.
La migración de mexicanos a Estados Unidos es un asunto de interés nacional y no hay estrategia alguna para enfrentarla. Pero el hecho es que esto representa cada vez más el fracaso de las medidas de gestión económica que se siguen aplicando en el país y la falta capacidad política para definir acciones que prevengan que la gente tenga que irse e, igualmente, que protejan a los migrantes. La comunidad mexicana en Estados Unidos representa cada vez más una fuerza económica y política que no puede ignorarse.
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