León Bendesky
Durante varias semanas la situación financiera en el mundo ha sido turbulenta. La causa, ahora, es la insolvencia desatada entre deudores del mercado hipotecario en Estados Unidos. Ha sido producida por un nuevo exceso especulativo que han generado los bancos que alentaron la expansión del mercado inmobiliario durante varios años. Una versión del episodio especulativo anterior que se dio con las acciones de las empresas de tecnología que cotizan en el Nasdaq y que estalló en 2001.
Las autoridades monetarias en ese país y en Europa han intervenido, primero, poniendo dinero en el mercado para evitar que se “secara” el crédito. Y la semana pasada la Reserva Federal redujo su tasa de interés de referencia por primera vez en cuatro años para aliviar las condiciones de estrechez entre los que tienen deudas.
El presidente de la Fed, Ben Bernanke, sorprendió al reducir dicha tasa en medio punto porcentual y situarla en 4.75 por ciento. Los especialistas esperaban que bajara sólo un cuarto de punto, así que la medida puede significar que se alarmaron en el banco central estadunidense, o bien que la cosa es tan seria que requería una acción decisiva.
En todo caso, se considera que la intervención fue relevante en términos cuantitativos y, también, como señal de la decisión de impedir que se desate una crisis. La reacción en el mercado fue doble. Por una parte, un repunte significativo y casi inmediato de las cotizaciones de precios de las acciones y títulos en las bolsas de valores, en un signo de que la especulación está a la orden del día. Por otra parte, la depreciación del dólar frente al euro, el yen y el dólar canadiense.
La acción de la Fed pretende evitar que la economía entre en una recesión pero, al mismo tiempo, no perder el control sobre el crecimiento de los precios; la intervención es una medida del costo de oportunidad que se ha estimado en las condiciones vigentes. Los inversionistas han respondido deshaciéndose de los dólares, pues estiman que en efecto la actividad productiva, el empleo y el gasto de los consumidores van a ser menores de lo esperado, o que los precios subirán más de lo previsto. Al aumentar la oferta de dólares, baja su precio.
Por supuesto que en la Fed y en el Tesoro esperaban esa reacción. Así que resulta que en un efecto de tipo carambola de “dos bandas”, la reducción de los intereses se va a plasmar como un abaratamiento de las mercancías estadunidenses, es decir, de sus exportaciones, y un encarecimiento de sus importaciones. Esto provocará un ajuste en las relaciones comerciales en las que ese país había acumulado un gran déficit y alienta la producción interna.
El cambio en los precios relativos no va a ser una buena noticia para las empresas europeas, japonesas y canadienses. Si la medida de devaluar la moneda hubiese sido tomada por un país latinoamericano para mejorar su competitividad internacional sería de inmediato reprobada por el FMI y el Banco Mundial.
A pesar de las acciones de los bancos centrales, las condiciones de incertidumbre en las transacciones financieras sigue estando en el escenario. Ya hay varios bancos grandes que se han deshecho de sus paquetes de deuda relacionada con las hipotecas de baja calidad provenientes de Estados Unidos y asumido las pérdidas consecuentes. Esos y otros bancos tendrán menores utilidades que las previstas en el segundo semestre y aún no se reanudan los flujos normales en los mercados interbancarios.
La medida decisiva de la Fed de bajar las tasas luego de haber inyectado dinero en el sistema deja al banco central con menos márgenes de maniobra, por eso es que se esperaba una caída menor de las tasas. Además, esa medida no altera de modo esencial las condiciones generales del funcionamiento de esa economía, que no está generando suficiente empleo, y se prevé que las familias van a contraer su consumo para proteger su ahorro y su patrimonio.
La devaluación del dólar va a continuar, pero con ello se tenderá a frenar el flujo de las inversiones de otros países que se colocan en títulos del Tesoro, los que han sido tomados como seguros y rentables por largo tiempo, pero resulta que ahora pagan menos intereses.
La dinámica del ajuste de esta turbulencia financiera esta aún en curso, y queda expuesta a una situación en la que se establecen estrechas relaciones entre los bancos en diversos mercados y con distintas monedas, todo eso mediante los instrumentos llamados derivados y los mercados secundarios.
Al final todos son dependientes unos de los otros. Y todo esto se da en un entorno de poca regulación sobre los límites de lo que pueden hacer los operadores financieros y bajo la idea de que los mercados tienden a ajustarse si se les deja seguir su curso. Con eso siempre se esconde el hecho de que la asignación de las pérdidas y las ganancias asociadas con el ajuste son muy desiguales, y que se transfieren recursos y riqueza de una a otra parte de la sociedad. A los que cometen excesos y aplican malas políticas económicas no se les pide que rindan cuentas.
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