Miguel Lamas
El ex vicepresidente yanqui Al Gore ha sido uno de los ganadores del Premio Nobel de la Paz 2007 «por sus esfuerzos por construir y divulgar un mayor conocimiento sobre el cambio climático». El premio fue compartido con el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), de las Naciones Unidas, que reúne a 2500 científicos, entre ellos 50 argentinos. Pero, como tantas veces, el premio Nobel viene con trampa.
Los científicos del Panel atribuyeron el calentamiento global a actividades humanas en 90% y pronostican un alza de la temperatura media del planeta en 2100 de entre 1,1 y 6,4 grados, y confirmaron que inundaciones, sequías y hambrunas se intensificarán a raíz de los daños ecológicos si los gobiernos no adoptan medidas para proteger el medio ambiente. Los científicos evidentemente merecen el premio.
Gore merece el Nobel... de la mentira
El principal destinatario del premio, y el único que se publicita, es Al Gore. ¿Al Gore defensor de la paz? El gobierno de Clinton, del cual fue vicepresidente (1993 al 2000) bombardeó Yugoslavia, Sudán, Afganistán, Irak, Haití, Zaire, y Liberia, utilizando toda clase de municiones destructivas incluidos proyectiles que contenían uranio empobrecido, causando la muerte de decenas de miles de civiles e irreparables daños ambientales.
¿Gore defensor del medio ambiente? En diciembre de 1997 más de 160 países, entre ellos EE.UU., firmaron en Kioto (Japón) un protocolo para limitar las emisiones de CO2. Gore firmó, pero «para la gilada». Pues luego, ni él ni Clinton hicieron nada para que fuera aprobado por el Congreso norteamericano. Por lo tanto Estados Unidos, el país más contaminador del planeta, nunca adhirió.
El año pasado Gore hizo un documental visto por millones de personas: «Una verdad incómoda», que muestra los efectos del calentamiento global. Pero es más lo que esconde. Afirma que “Somos todos responsables”. Oculta que el 20 por ciento de la humanidad, principalmente las multinacionales, cometen el 80 por ciento de las agresiones contra el medio ambiente, o que el consumo de energía de un ciudadano medio del Primer Mundo es 70 veces mayor que uno de los países en desarrollo. ¡En la propia casa de Al Gore se consume 20 veces más energía que en la de una familia media norteamericana!
La trampas del Nobel
¿Pero es sólo que le dieron el premio a un charlatán caradura y mentiroso? Hay algo mucho más peligroso. Gore está entre los que defienden los agrocombustibles. Es decir, que la soja y maíz se usen para producir combustible, y a su vez sustituyan a los cultivos de papas, trigo y arroz, alimentos básicos de cientos de millones de pobres del planeta. Estos monocultivos para biocombustible ya están causando desertificación de grandes superficies, destruyendo bosques, pastizales y tierra de cultivos tradicionales en Latinoamérica, Asia y África. Una deforestación que aumentará las emisiones de gases de invernadero por el drenaje de suelos y la agricultura intensiva, y justamente acelerará el calentamiento global, además de encarecer hasta niveles imposibles de alcanzar para los pobres los precios del pan, harina, hortalizas y otros alimentos.
Por otro lado, en el colmo del cinismo, el imperialismo pretende que organismos multinacionales manejados por ellos controlen áreas del planeta como la Amazonia, arrebatando la soberanía de países pobres para, supuestamente, «defender la ecología».
El destructor es el capitalismo
Lo que está devastando al planeta y a los seres humanos es el capitalismo, con sus multinacionales y gobiernos imperialistas al frente. Es la lógica perversa de un sistema para el cual sólo importan las ganancias para una minoría de super millonarios. El ejemplo muy cercano lo tenemos con la empresa finlandesa Botnia, la cual sobornó al gobierno uruguayo del Frente Amplio para que le permitieran montar su gigantesca papelera, al precio de contaminar el río Uruguay y otros daños ecológicos. Si Botnia tiene ganancias para ellos “no interesa” que produzca en el futuro miles de personas con problemas respiratorios o cáncer de piel.
La contaminación se puede frenar y revertir. El protocolo de Kioto, que prevé una reducción de emisiones de gas CO2 es sólo un pequeño paliativo. Para revertir el profundo deterioro ambiental hace falta un cambio revolucionario en la forma de producir, transportar, consumir y repartir. Una revolución socialista a escala internacional, que expropie a las multinacionales, derrote al imperialismo e imponga una planificación democrática de la economía al servicio de las amplias mayorías trabajadoras, contemplando el cuidado del conjunto de los seres humanos y de la Tierra como lo que es, el lugar en que vivimos todos.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario