Marcos Roitman Rosenmann
En Madrid capital y sus cuatro costados, pueblos ricos y pobres, donde se desborda la urbe y crecen los asentamientos con ciudades de más de 100 mil habitantes, se construye de forma acelerada a pesar de la crisis inmobiliaria y el aumento de las hipotecas. Bajo una furia especulativa por adjudicarse terrenos públicos recalificados emergen polígonos industriales, edificios e infraestructuras adosados a los ayuntamientos en los que es posible reconocer los rasgos del capitalismo en su estado puro. Las formas de explotación del siglo XXI deja al descubierto una mano de obra sin protección: la inmigración. Marroquíes, latinoamericanos, africanos, europeos del este, asiáticos, son víctimas de una estrategia calculada donde la rentabilidad, es decir, la relación costo-beneficio del empresario, es la única lógica por la cual miden sus objetivos. El trabajo basura a los sin papeles es ya una constante. Sueldos de miseria y horarios de 10 o 12 horas nos retrotraen a tiempos de la esclavitud, recuperándose los mecanismos extraeconómicos de control sobre la persona y la fuerza de trabajo. Miedo y subordinación absoluta. Si no se obedece sumisamente no hay trabajo a la mañana siguiente. Así, los castigos corporales y la extensión de horarios inherentes al capitalismo colonial en Europa occidental hoy no se practican por ser antiestéticos. Resulta más rentable evadir la legislación en materia de seguridad laboral e higiene en el trabajo.
El aumento exponencial de los accidentes en el tajo es una constatación del deterioro y la indefensión de derechos de estos trabajadores. Pocos se preocupan de los sin papeles, ni ellos, asustados y pendientes de los favores de sus jefes. En la mayoría de los casos prefieren aceptar las migajas antes que reivindicar. Se mueven en el filo de la navaja: el mal trato laboral y la expulsión del país. Incluso los inspectores de trabajo, en el caso de la Comunidad de Madrid, actúan coaligados con los empresarios. Para ellos es bueno una cierta dosis de sobrexplotación. Por consiguiente, accidentes mortales, lesiones irreversibles, amputación de miembros, cegueras al no cumplir la patronal las normas de seguridad y peligrosidad laboral, es decir negligencias continuas, no son consideradas falta ni tildadas de homicidio imprudente. La mayoría de las veces ni siquiera llega a los juzgados una denuncia. Los sin papeles, ni seguridad social, desvalidos, reciben consejos. Mejor perder una mano, un ojo y esperar que el empresario sea un buen samaritano. Seguro, ellos siempre premian el silencio, te volverá a contratar y te ofrecerá papeles a cambio de tu complicidad. Conocida la realidad, los políticos de arriba, los jueces y fiscales de oficio, cierran los ojos y esconden la cabeza. Abrirlos y tener dignidad supondría cuestionar el orden capitalista y su racionalidad. Acusar de homicidio imprudente a empresarios con medallas al servicio público es un despropósito. Ellos son una categoría especial, ciudadanos ejemplares, cuyo esfuerzo consiste en crear riqueza. Son la patria y el motor del crecimiento económico. Dan empleo a los pobres. Su entrega debe ser valorada y ser eximente de cualquier desliz cometido en bien del progreso.
Bajo esta premisa conscientes de su poder e impunidad, infringen las leyes. Además, en caso de ser cogidos in fraganti, la justicia será indulgente. Ya hay casos. Muchos empresarios son absueltos tras la muerte en la obra de trabajadores. La lista de ecuatorianos, por poner un ejemplo, es notable. Pero ninguna sanción ni administrativa ni judicial. Y para callar bocas, unos cuantos euros a los familiares para repatriar el cadáver. Deben estar agradecidos, “el amo” les dio de comer mientras residieron en España. Otros no hubiesen sido tan generosos. Así el capitalismo sigue funcionando en el día a día de la inmigración de los sin papeles. Todo está calculado, nada se escapa a la rentabilidad. El negocio y el tráfico de drogas, el ejercicio de la prostitución son parte de su lógica. Ellas se permiten con tal de no ver afectado el normal funcionamiento de la cadena de producción y reproducción del capital. Pero todo tiene un límite, no puede tolerar el robo de los medios de producción en cuanto afecta el sentido mismo de la propiedad privada. Es decir, por lado, fuerza de trabajo libre y por otro propiedad privada de los medios de producción.
Hoy, en la periferia y en el centro de Madrid, dos palabras aparecen rotuladas en colores chillones, expuestas en cartones o maderas en los cuatro costados de no pocas de sus construcciones: “Vigilantes gitanos”. Dichos carteles sustituyen los tradicionales eslogan para ahuyentar cacos: “No se acerque, perros peligrosos”, o “Cuidado, obra con vigilantes jurados”. Los empresarios y algunos gitanos, han entrado en complicidad. Los primeros no aceptan el continuo esquilme de sus materiales en el procesos de producción. Lo que se gana explotando a ilegales se pierde por el robo de materiales de construcción, sean estos cemento, rasilla, azulejos, bañeras, duchas, pintura, sopletes, cables, enchufes, etcétera. Los segundos, es decir los gitanos, negocian para que la obra en cuestión no sea objeto de asaltos. Y como entre ladrones anda el juego, no se van a robar entre ellos. Se paga la protección y no hay problemas.
La cuestión tiene guasa. Por un lado, los gitanos, al menos una parte, reivindican la imagen degradada propuesta entre otros por Lombroso, quien los conceptuó como raza de ladrones, criminales, capaces de vender su alma y desde luego a sus hijos por un real. Imagen utilizada por el nazismo para llevarlos a los crematorios y hoy desempolvada para evitar que unos gitanos roben a payos. En definitiva. No robes donde hay hermanos. Sufrirás las consecuencias. Pero hay otra lectura: son seres hediondos sin valores ni ley ni cultura incapaces de vivir en la sociedad occidental.
Si hoy sabemos que no hay razas sino etnias, lo curioso es que nadie de su colectivo ni de la sociedad paya proteste y exija responsabilidades ante tanta ignominia. Los carteles comienzan a multiplicarse. Parece que todos estuvieran satisfechos. Unos y otros se sienten cómodos bajo ese palio. Así, los empresarios salvaguardan el sacrosanto derecho de la propiedad privada y la rentabilidad económica. Dicen sentirse orgullos de dar trabajo a gitanos españoles no provenientes de Europa del este. Es decir, ver como se respetan las tradiciones de la raza de gitanos ladrones enraizados en nuestra cultura, rentables y eficientes. Vale la pena invertir en ellos.
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