“Un guerrillero no muere para que se lo cuelgue en la pared”
Roberto Jacoby
Roberto Jacoby
A cuarenta años de la relampagueante muerte física del mítico guerrillero argentino Ernesto Che Guevara, los falsos izquierdistas con apoyo mediático de la ultraderecha pro-imperialista y exponentes del clientelismo internacional, con el cual el complejo IAF-NED-USAID mueve los hilos de las expresiones artísticas, políticas e intelectuales en Paraguay, ultiman el cadalso para su muerte metafísica con su “Semana del Che”.
Nada más absurdo que un homenaje de favorecidos por agencias del imperio para quien hace medio siglo identificó al poder norteamericano como el enemigo global número uno de la humanidad, y a quien nada ni nadie irritaba tanto como el mercenario, posesionado como estaba de una causa con tanta potencia como para acabar coronando con un brutal y elocuente epílogo sus propias convicciones.
Nuestros exponentes locales, guevaristas de simulacro, más que el famoso lema marxisto-guerrillero “Patria o muerte ¡Venceremos!”, deberían adoptar el “Patria o muerte ¡Venderemos!”, al estilo del sitio web “The Che Store” que acepta tarjetas de crédito VISA y ofrece todos los accesorios de vestuario para “tus necesidades revolucionarias”.
Sabemos que la cultura pop de la que somos consumidores viene arremetiendo contra el mensaje guevariano mucho antes que la marca de vodka Smirnoff, propiedad de una familia rusa zarista que debió huir a Estados Unidos con el advenimiento de la revolución de Octubre, adoptara el famoso retrato de Korda a sugerencia de una agencia de publicidad inglesa.
Hoy, evidentemente, el mundo ha sido tan enjuagado por el marketing como para que una familia zarista -o beneficiarios de dólares de George W. Bush como los dirigentes de nuestro PMas-, y el célebre guerrillero comunista, confluyan en un trago aguardentoso a modo de armisticio dialéctico.
La leyenda del Che tiene muchos cultores que la asimilan más para conmover ocasionalmente relaciones interpersonales que para encender la lucha de clases, aunque unos pocos admiradores sinceros, como Rodolfo Walsh, hayan tenido la integridad suficiente como para acusar la propia vergüenza de que Guevara haya muerto con tan pocos a su alrededor.
Sin lugar a dudas nuestros héroes locales no se hubieran contado entre los leales en Valle Grande ni en La Higuera, incapaces como demostraron ser de la mínima entereza para rechazar los 127.000 dólares que George W. Bush, a través de la IAF, les facilitó para su activismo de “izquierdas”.
De pertenecer a la especie no se salvan los beneficiarios de USAID que militan en el movimiento Tekojoja, los filizzolistas a quienes bajo directivas del norte se les fue la mano con el arte abstracto expresionista en la vía pública durante su administración municipal, o los opinólogos seudo-izquierdistas que desde las páginas de la prensa maccartista cantan loas a los planes energéticos de W. Bush, mientras nos presentan un mundo tiranizado sin lugar para el futuro, donde solo puede existir el consumo, aunque la mercancía a vender sea ocasionalmente el mismo CHE.
Es común que se crea que el traidor es indispensable para que se produzca el fracaso del héroe, pero por lo general fracasan las propias carencias, la propia hipocresía, los propios errores.
Ciro Bustos, artista que acompañó como guerrillero al CHE en su aventura boliviana y a quien muchos acusan de ser el gran traidor de la empresa, se ha defendido diciendo que la izquierda a veces confunde los roles con excesiva facilidad y cree aproximarse a la categoría de iglesia (las sectas luguistas lo confirman), instalándose allí con pretensiones hegemónicas, tanto que a veces también necesita del Judas alegórico, de carne y hueso, que justifique sus falencias y fracasos.
La situación se complica en nuestro caso, cuando el Judas se hace necesario para alcanzar el éxito.
Adversarios ideológicos rechazan las ideas políticas de Guevara, pero con frecuencia comparten los valores que giran alrededor de su mito: revolución, coraje, solidaridad y sobre todo la coherencia.
Me atrevo a decir que los admiradores de esta categoría son mejores que los otros, al reconocer que estar moralmente en lo correcto es, en última instancia, más importante que lograr una victoria.
Algunas de las sectas luguistas que hoy se proclaman furiosas guevaristas han demostrado en los hechos estar dispuestas a renegar mil veces de lo moralmente correcto a cambio de alcanzar una victoria electoral que les permita acceder al zoquete.
La artista plástica Liliana Porter, cuyo sello son las ideologías y significados entrecruzados intencionalmente, llamó “Simulacro” a su obra donde un CHE de juguete orbita junto a Mickey y Donald, mientras el rockero argentino Moris lo asocia en una de sus letras con Drácula y King Kong.
Dentro del mismo contexto, la semana del CHE organizada por la izquierda purista del PMas es otro ejemplo de cómo el cinismo y la fortuna de un icono lo pueden empujar a la ficción, sin lograr resignar su lugar en la verdadera historia.
Nada más absurdo que un homenaje de favorecidos por agencias del imperio para quien hace medio siglo identificó al poder norteamericano como el enemigo global número uno de la humanidad, y a quien nada ni nadie irritaba tanto como el mercenario, posesionado como estaba de una causa con tanta potencia como para acabar coronando con un brutal y elocuente epílogo sus propias convicciones.
Nuestros exponentes locales, guevaristas de simulacro, más que el famoso lema marxisto-guerrillero “Patria o muerte ¡Venceremos!”, deberían adoptar el “Patria o muerte ¡Venderemos!”, al estilo del sitio web “The Che Store” que acepta tarjetas de crédito VISA y ofrece todos los accesorios de vestuario para “tus necesidades revolucionarias”.
Sabemos que la cultura pop de la que somos consumidores viene arremetiendo contra el mensaje guevariano mucho antes que la marca de vodka Smirnoff, propiedad de una familia rusa zarista que debió huir a Estados Unidos con el advenimiento de la revolución de Octubre, adoptara el famoso retrato de Korda a sugerencia de una agencia de publicidad inglesa.
Hoy, evidentemente, el mundo ha sido tan enjuagado por el marketing como para que una familia zarista -o beneficiarios de dólares de George W. Bush como los dirigentes de nuestro PMas-, y el célebre guerrillero comunista, confluyan en un trago aguardentoso a modo de armisticio dialéctico.
La leyenda del Che tiene muchos cultores que la asimilan más para conmover ocasionalmente relaciones interpersonales que para encender la lucha de clases, aunque unos pocos admiradores sinceros, como Rodolfo Walsh, hayan tenido la integridad suficiente como para acusar la propia vergüenza de que Guevara haya muerto con tan pocos a su alrededor.
Sin lugar a dudas nuestros héroes locales no se hubieran contado entre los leales en Valle Grande ni en La Higuera, incapaces como demostraron ser de la mínima entereza para rechazar los 127.000 dólares que George W. Bush, a través de la IAF, les facilitó para su activismo de “izquierdas”.
De pertenecer a la especie no se salvan los beneficiarios de USAID que militan en el movimiento Tekojoja, los filizzolistas a quienes bajo directivas del norte se les fue la mano con el arte abstracto expresionista en la vía pública durante su administración municipal, o los opinólogos seudo-izquierdistas que desde las páginas de la prensa maccartista cantan loas a los planes energéticos de W. Bush, mientras nos presentan un mundo tiranizado sin lugar para el futuro, donde solo puede existir el consumo, aunque la mercancía a vender sea ocasionalmente el mismo CHE.
Es común que se crea que el traidor es indispensable para que se produzca el fracaso del héroe, pero por lo general fracasan las propias carencias, la propia hipocresía, los propios errores.
Ciro Bustos, artista que acompañó como guerrillero al CHE en su aventura boliviana y a quien muchos acusan de ser el gran traidor de la empresa, se ha defendido diciendo que la izquierda a veces confunde los roles con excesiva facilidad y cree aproximarse a la categoría de iglesia (las sectas luguistas lo confirman), instalándose allí con pretensiones hegemónicas, tanto que a veces también necesita del Judas alegórico, de carne y hueso, que justifique sus falencias y fracasos.
La situación se complica en nuestro caso, cuando el Judas se hace necesario para alcanzar el éxito.
Adversarios ideológicos rechazan las ideas políticas de Guevara, pero con frecuencia comparten los valores que giran alrededor de su mito: revolución, coraje, solidaridad y sobre todo la coherencia.
Me atrevo a decir que los admiradores de esta categoría son mejores que los otros, al reconocer que estar moralmente en lo correcto es, en última instancia, más importante que lograr una victoria.
Algunas de las sectas luguistas que hoy se proclaman furiosas guevaristas han demostrado en los hechos estar dispuestas a renegar mil veces de lo moralmente correcto a cambio de alcanzar una victoria electoral que les permita acceder al zoquete.
La artista plástica Liliana Porter, cuyo sello son las ideologías y significados entrecruzados intencionalmente, llamó “Simulacro” a su obra donde un CHE de juguete orbita junto a Mickey y Donald, mientras el rockero argentino Moris lo asocia en una de sus letras con Drácula y King Kong.
Dentro del mismo contexto, la semana del CHE organizada por la izquierda purista del PMas es otro ejemplo de cómo el cinismo y la fortuna de un icono lo pueden empujar a la ficción, sin lograr resignar su lugar en la verdadera historia.
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