Por María Teresa Jardí
A Colosio también lo asesinaron de un tiro a quemarropa y de otro también a semejante distancia, que, aunque no haya sido el mortal, hacía su trabajo para que la muerte no natural se consumara.
Y el hecho de que el disparo que mató a Brad Will se haya dado a cincuenta centímetros, como asegura el Ministerio Público, carente de autoridad moral por formar parte de una institución desmontada éticamente, no significa ni que a Colosio lo haya asesinado Aburto, por su cuenta, ni que Brad Will no hay caído a raíz de un disparo de un infiltrado por el gobierno asesino que encabeza Ulises Ruiz, en complicidad con la también asesina dictadura panista que encabeza FeCal a nivel federal.
En ambos casos se trata de obvios crímenes de Estado. Y lo mismo sucede con el caso de Acteal y con el de Atenco y con la represión a la APPO y con los presos políticos que dejó la toma de Mérida por los marines yanquis, luego de desarmar a la policía yucateca, como adelanto de lo que cocinaba Bush contra México, para deleite de la dictadura que en México encabeza el irredento PRIAN con el apoyo del PRD y de los partiduchos a modo, financiados con el dinero del pueblo, que para eso reciben el visto bueno del IFE, también a modo, y tan cómplice de lo que aquí ocurre como los intelectuales al servicio del sistema y la prensa vendida al postor en turno.
Cada instancia, desarmadas éticamente las instituciones, va realizando la parte que le corresponde.
Pero como son crímenes de Estado, aunque gozando de la inconcebible impunidad que tienen garantizada en nuestro país, por el sucesor en el puesto temporal, que es un puesto vitalicio, las mafias que se reparten el poder en México, con el beneplácito de Washington, se buscan encubrir, de mil y un maneras, por las instituciones a modo de la narcorrepública, sin ética, que en México se ha acabado por imponer con el PAN a la cabeza. Menudo honor el del pigmeo Calderón.
Y por eso, si Fox está pasando ya a la historia como un ejemplo de corrupción irredenta, la corrupción del fecalismo es ya público y notorio que no tiene parangón y eso que aún estamos el los inicios de la dictadura que consuma la entrega de México al Imperio yanqui.
No he hablado en el D.F., con un solo amigo, con solvente posición económica, que no me diga que ya está pensando en hacer las maletas para irse a vivir a otro país del planeta. Y uno a uno, la mayoría abogados, por aquello de que compartimos profesión, me ha explicado el avance brutal en la corrupción en todos los rubros de la vida de la nación, desde la óptica de la parte que compete a la materia que abarca cada uno de ellos: jueces, fiscalistas, defensores de los derechos humanos, dueños de pequeños negocios, académicos e incluso periodistas a modo que en corto hablan de lo mal que van las cosas.
Y hasta puede ser que el Ejército Nacional se sienta tan agraviado como los mexicanos pensantes.
Porque tampoco podemos excluir de la responsabilidad que tiene a la clase impensante que ha cerrado los ojos en aras de un confort, que supone que le va durar toda la vida, el que, aunque le dure, no va disfrutar, porque el miedo es mal compañero de viaje y lo que va calando es ya, por lo menos, el recelo en todos los estratos de la sociedad mexicana.
Y hasta puede ser que Aguilar Camín haya querido realmente recuperar la memoria histórica de lo ocurrido en Acteal. Como he comentado otras veces lo conozco de muchísimo años atrás aunque no he querido, a propósito, hablar con él porque prefiero esperar a acabar de leer las tres partes de lo publicado bajo su firma en Nexos. Pero investigación que, ciertamente, sería un milagro, que no quedara coja por lo que a la enorme responsabilidad gubernamental toca no sólo en cuanto a la incitación a los criminales sino en la actuación omisiva cómplice de todos los niveles de gobierno alertados por la Diócesis de San Cristóbal de lo que se fraguaba y que permitieron que sucediera.
Investigación que difícilmente imputará las criminales responsabilidades mayores con nombres y apellidos de los responsables que llegan a Zedillo empezando por el entonces impresentable gobernador de Chipas y pasando por el secretario de Gobernación.
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