Por Alberto Híjar
El Rector de la Fuente va de las Cortes españolas a Los Pinos o cerca, de Televisa a los consejos empresariales, pero se cuida de no despedirse de los estudiantes aunque se organizó una especie de reconciliación, menos que simbólica, con la comunidad estudiantil a quien ha despreciado y reprimido sistemáticamente. Tal ocurrió en la inauguración del Centro Tlatelolco donde fuera la Secretaría de Relaciones Exteriores, desde donde fue posible contemplar la brutal masacre del 2 de Octubre de 1968. Con un piso dedicado a ese acontecimiento, queda zanjada la diferencia de fondo con el Rector que metió a la cárcel a mil estudiantes, expulsó a 300 y mantiene con proceso penal a no menos de 50, todo mediante acuerdo con los aparatos represivos del Estado mexicano. El Comité 68 facilitó la aparente reconciliación porque así preservará su valioso archivo y procuró con sus consignas gritadas, dar un toque contestatario al evento ante el asombrado concurso de los burócratas acarreados.
No pudieron ser las relaciones entre Rectoría y el Movimiento Estudiantil bajo el peso del Rector que llegó desde el gabinete de Zedillo para apaciguar a la UNAM. La Junta de Gobierno, como siempre, facilitó el nombramiento de Estado y cumplió así con la autonomía virtual atropellada por las incursiones policíacas y militares que dejaron como fruto a centenares de golpeados, encarcelados, procesados y no menos de cinco suicidados.
Queda una esperanza de que el Movimiento Estudiantil se recupere de la disgregación. En la candidatura de Luis Javier Garrido está la posibilidad de plantear la posición ausente de los debates por la sucesión rectoril. Por lo pronto, no pocos se han sorprendido de la asistencia de unas 3,000 personas al Auditorio Ho Chih Minh de la Facultad de Economía, incluyendo a grupos que no se acercaban a ese punto de reunión por diferencias que ojalá ahora resulten conciliables. Las diferencias en cuestiones de matiz como salir a marchar contra la Junta de Gobierno o levantar un pliego petitorio adecuado a la universidad necesaria hoy. Hasta ahora, Luis Javier Garrido, hijo de Luis Garrido quien fuera Rector, sólo ha aceptado su candidatura y ha evitado pronunciarse, él de por sí discreto y resistente a las comparecencias públicas, nada de lo cual impidió su defensa constante y muy bien razonada al Movimiento Estudiantil que paró a la UNAM casi un año.
La postulación de Garrido ha dado lugar a asambleas en el auditorio Ho Chih Minh donde luego de escarceos de prueba, grupos hasta ahora confrontados, descubren coincidencias inapelables contra el autoritarismo. A todos resulta absurda la elección de Rector por quince notables muy discutibles, como resultado de la vigencia de una Ley Orgánica y un Estatuto que legaliza un sistema con fundamento democrático en la elección, esa sí, de consejeros por facultad e institutos para construir a partir de ahí, representaciones espurias de recomendados por direcciones y la propia Rectoría con privilegio de los procedentes de grupos de poder externo a la universidad. Se trata de empresarios voraces que son médicos, ingenieros, veterinarios, científicos al servicio de consorcios trasnacionales, abogados trinqueteros, contadores, arquitectos, administradores incrustados en el poder empresarial y gubernamental. De aquí que el estudiantado resulte un estorbo digno de anulación. El cuento de auscultación resulta por tanto, como las encuestas para la elección presidencial o de parlamentarios, que en lugar de comparecer ante asambleas a exponer sus proyectos, se someten a discutibles y dudosos escrutinios de opinión obviamente mediada por la construcción de imágenes por la vía de los medios. A la par, éstos fatigan la imagen del estudiantado como la parte perniciosa y despreciable.
La asamblea en crecimiento descubre el rancio autoritarismo apoyado en una tradición monárquica nada respetable. Habría que tomar ejemplo de universidades como la de Oaxaca, donde la autonomía se ejerce con la elección de rector por votación directa y secreta. La asamblea ya decidió movilizarse con el argumento principal de la mayoría que repudia a la Junta de Gobierno. No se olvida el silencio de la Junta ante las infamias culminantes en la ocupación militar de Ciudad Universitaria en un 6 de febrero de 2000 como celebración de la anticonstitucionalidad y la cancelación de la autonomía, todo lo cual impuso como rector a Juan Ramón de la Fuente, conspicuo alfil de Ernesto Zedillo quien ya lo había probado como privatizador furtivo de los servicios públicos de salud. La Junta de Gobierno no tuvo más que convalidar un nombramiento evidentemente originado en la Presidencia de la República. De la Fuente, desde entonces, supo construir una imagen pública de él y la UNAM que le ha valido para coleccionar honores europeos, americanos y empresariales, pero nada de esto disculpa su inquina contra el estudiantado en lucha sintetizada en el desmantelado Auditorio Che Guevara, emblemático del 68 y del Movimiento Estudiantil en general. Hay dinero y apoyo de Slim para dilapidarlo en el absurdo Museo de Arte Contemporáneo que duplica las funciones del Museo Universitario de Artes y Ciencias en poder de una camarilla de ideólogos de la posmodernidad descomprometida, pero no hay recursos para salvar del abandono rectoril el auditorio Che Guevara ni al Ho Chih Minh. De aquí la importancia de mantener activo el auditorio y de construir espacios abiertos ante la cerrazón autoritaria. Tal ocurre con el llamado La Muela en la explanada frente a la Facultad de Medicina y con los agónicos cineclubes que han logrado sortear la decisión de sólo programar y tener acceso a las películas de la Filmoteca de la UNAM, previa autorización de las direcciones.
La propaganda de los intelectuales televisivos y adyacentes está en pleno y lo mismo descalifica como masacre genocida lo ocurrido en Acteal que la de Oaxaca, y exalta como sensatos autocríticos a los arrepentidos del 68. Uno de los Pérez Gay elogió el otro día a Gilberto Guevara Niebla por convertirse en burócrata de la educación, a González de Alba, presa de un feroz individualismo contra las mugrosas asambleas y exigió que Raúl Alvarez, del Comité del 68, se pronunciara contra la lucha armada. El miedo no anda en burro para los privilegiados del sistema, por lo que es de esperarse que la asamblea estudiantil pueda pasar de los gritos y las mentadas, a sustentar la profunda transformación contra el autoritarismo y por los nuevos planes y programas de estudio que le devuelvan a la Universidad su sentido inter y transdisciplinario tan distinto al de escuelitas bien portadas con bequitas y proyectos a desarrollar en las mediocres universidades españolas, la de Valencia, por ejemplo, donde son baratos los doctorados. Ojalá la asamblea, con Luis Javier Garrido, no sea flor de un día.
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