Por Jesús Peraza Menéndez
No sólo la cultura se divide según las clases sociales en la “cultura culta”, la del buen gusto o sociedad refinada; y la “cultura inculta”, la del mal gusto o vulgar. Mientras que en la mesa de la élite del poder se degusta con refinamiento, en la choza pobre se devora. Los altos sentimientos son los de las élites, las bajas pasiones las de los desposeídos. Los de la élite no comenten delitos que no puedan ser perdonados, los de abajo deben ser castigados con severidad aunque sean inocentes, este es el problema cuando es legal la impunidad, la ley es injusta la convivencia está rota.
También en política se divide en política de altura y la política vulgar y verá usted que mientras la democracia permite a los grandes partidos decidir quién encabezará el Instituto Federal Electoral, pieza clave del fraude cometido contra Andrés Manuel López Obrador, y perfilar una convivencia pacífica y civilizada, es decir un reparto adecuado de los puestos de representación y los de la burocracia. Resulta que en el mundo de los de abajo, los desposeídos o los vulgares se les reserva la aplicación de la fuerza y la coerción del Estado democrático copado por la élite, la misma empleadora de la clase política. El Estado de Derecho de la élite aplica toda la fuerza, persecución, violencia psicológica, tortura, cárcel para los opositores vulgares, los desposeídos.
No es nuevo -decía Gramsci, preso de conciencia del fascismo musuliniano- que la clase dirigente es a la vez la clase dominante. Dirige cuando ha ganado el consentimiento social, es hegemónica y domina cuando pierde legitimidad, entonces reprime para mantenerse en el poder. La verdad que se mantiene con una combinación de convencimiento y fuerza en proporciones “adecuadas”. Cuando ha logrado el pleno dominio ideológico ya ni la fuerza necesita, pero cuando lo pierde es capaz de cualquier cosa. Cuando ya no convence al ciudadano común, para mantenerse recurre a la ley que sin legitimidad, es decir, sin la aprobación y consentimiento social, se aplica técnicamente es legal pero injusta, esto rompe cualquier convivencia pacífica si el desposeído se sabe condenado por principio legal.
Los banqueros del fraude en la Bolsa se Valores, los del FOBAPROA, así como Norberto Rivera y su horda de pederastas quedan impunes, pagan millones de dólares para quedar libres, el gobernador de Puebla, Mario Marín, queda impune y protegido por la ley. Se condena a las víctimas a las niñas y niños abusadas, explotadas sexualmente y la perdiodista Lydia Cacho quedan a expensas de los empresarios y políticos cuyo máximo placer en la cúspide del poder es reventarle la vagina a una niña virgen; si alguien los denuncia recurren a la justicia del Estado para reprimir a la denunciante, el juicio supremo señala que no hay delito que perseguir y las víctimas son culpables por ser desposeídas.
En La Jornada de ayer nuestro querido maestro Arnaldo Córdova apunta que mientras el pueblo tenga que elegir hay democracia, no importa si es entre dos o tres partidos y es por supuesto legal que entre partidos decidan quién será el árbitro de sus contiendas, pero esto igual es política de altura, refinada y culta de la que queda excluido el vulgo, las masas y sus métodos, como la autoorganización y la movilización. La única política es la de los políticos acotada por su marco legal que lo propios políticos establecen, ahondando la distancia con la sociedad que dicen representar y asumiéndose soberanos sobre el mando del pueblo.
Así permanecen los gobernadores de Puebla, el pederasta, y el tirano de Oaxaca Ulises Ruiz, son inamovibles dice el tecnicismo leguleyo “haigan hecho lo que haigan hecho”, como asegura la filosofía del Estado de Feli-pillo Calderón, el pelele o títere usado para el fraude electoral. La asepsia académica y periodística consiste en analizar o narrar el juego político a la luz de dos cánones: la ley destinada a mantener la convivencia (claro, por injusta que sea es legal) y la verdad (que es la que representa los intereses y el ánimo de la élite). Las pasiones y las posiciones personales “quedan fuera del juicio certero”, se dice lo que corresponde a esta realidad acordada por la élite del poder con la clase política, todo lo que salga de este círculo vicioso pone en peligro la convivencia civilizada, la estabilidad, la tranquilidad los oprimidos habrán de resignarse o sufrir las consecuencias por su reclamo humanizador.
Digamos que el último gran esfuerzo de dimensión nacional en esta crisis de ruptura convivencial entre la élite y la clase política con el pueblo, con los de abajo, los desposeídos que no son sólo los pobres en extrema pobreza sino los deudores de la banca, los productores del campo y los pequeños empresarios, los niños, niñas y jóvenes, las mujeres y ancianos despojados de presente, embestidos por lo monopolios trasnacionales, la privatización de los servicios, el encarecimiento de la vida, el abandono de la salud y la educación pública. Sobre todo, la inestable clase media depauperada que suman millones de seres humanos que no se ven representados por la clase política y que no tienen otro canal de expresión y gestión.
Desposeídos y clase media apostaron al cambio por la vía electoral, apoyaron una amplia alianza que encabezó AMLO y derivó en un descomunal fraude con la imposición de un presidente ilegítimo. Por más esfuerzos mediáticos de propaganda y la franca amenaza de represión, las fuerzas políticas reales no se han destensado, hay una amplia resistencia que se expresa y asume de distintas maneras desde las Juntas de Buen Gobierno del EZLN, la APPO que han pasado de la mera lucha económico corporativa a la lucha política y que, por supuesto, no caben en los estrechos márgenes de los procesos electorales, pero son reales y verdaderas como los que permanecen en la movilización poselectoral contra el fraude.
Los Chuchos en una suerte de fuga nos hablan de la “modernidad política” por un lado quieren el aparato partidario del PRD y por el otro pactan con la clase política y la élite del poder su sobrevivencia pues, ciertamente, nada tienen que hacer en los movimientos de resistencia social y política. Por sí mismos no logran crear la idea o la representación simbólica de que son la izquierda con consentimiento social es decir, no ofrecen desmovilizar sino apoyar la represión contra las movilizaciones sociales para que sea legal con el acuerdo de ls izquierda moderna. Por eso Rene Arce, senador distinguido de los Chuchos y oaxaqueño, apuntaba en su discurso frente a Nueva Izquierda, ya con el fraude consumado: “nosotros no hacemos política de barricadas” como la APPO, como el plantón poselectoral contra el fraude, como las Juntas de Buen Gobierno, como los compañeros de San Salvador Atenco lo que hacen es política de altura: venderse y vender al mejor postor sacan réditos del sacrificio social, son legitimizadores de la brutalidad de la élite que se sirve del Estado.
Sólo hay que mirar los resultados de semejante política moderna. A Ignacio del Valle, dirigente de San Salvador Atenco, Peña Nieto y Feli-pillo le declararon cadena perpetua. A Flavio Sosa lo mantienen en un penal de alta seguridad junto con decenas de presos políticos. Ulises Ruiz tiene en su haber una larga lista de asesinatos políticos, tortura, persecución (como a nuestra querida compañera Patricia Jiménez de la Coordinadora de Mujeres Oxaqueñas) que hasta ahora están impunes con su gobierno sostenido por la fuerza, no sólo encarcela sino vejan a las mujeres, las humillan en este “moderno y avanzado Estado de Derecho”. En Oaxaca la política moderna y civilizada le permite al tirano secuestrar, torturar, asesinar, pese a todas las indicaciones de organismos de derechos humanos los crímenes de Estado continúan con la izquierda moderna y la derecha no menos moderna, cuya metáfora de la modernidad no es otra que el sacrificio de las masas para beneficio de la élite, así es la política de altura. Qué otro camino hay entonces que no sea el de construir desde ahora otra cultura, otra sociedad con un ser humano nuevo que se sacuda de la élite, la vieja clase política, sus ideólogos y científicos, que deseche al opresor que cada uno lleva dentro, que deje las micro anarquías, el ideal heroico e inmaculado, que por primera vez ponga en el centro de la existencia la condición humana.
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