María Teresa Jardí
Dicen los perredistas que las cosas son como son --por poner un ejemplo, harto conocido, dicen, "que el que camina como pato se convierte en presidente aunque sea un usurpador"-- y que hay que ser tolerantes, en lugar de cambiar de raíz lo que no debe ser, para no enfrentar y esas cosas. Pobres justificaciones del partido que tuvo la oportunidad de hacerlo todo de manera diferente desde que llegó Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de gobierno de la capital de la república, sí, el mismo Cuauhtémoc Cárdenas hijo del presidente que les quitó a las compañías extranjeras el petróleo mexicano que explotaban en beneficio propio, regresando ese bien a su legítimo dueño: el pueblo mexicano soberano, el mismo Cuauhtémoc Cárdenas que, por odio a AMLO y para encubrir a su vástago, se hace amigo de Fox y de Fecal y acaba justificando el regreso del petróleo a manos de los modernos y actuales colonizadores españoles.
El PRD pudo y no quiso. Y en la naturaleza de la derecha, con su doble moral inherente a esa ideología, está el llegar a los grados de corrupción e impunidad que hoy imperan. Derecha que llegó con el PRI para quedarse y ya con el PAN como cabeza (convertidos PRI y PAN en PRIAN) para rematar lo poco que de país independiente le queda a México.
La izquierda brilla por su ausencia y el PRD espanta por su complacencia. Y como los mexicanos tampoco hemos sabido o querido formarnos como ciudadanos, no tiene la sociedad mexicana la capacidad de impulsar las propuestas de funcionamiento de la cosa pública que a la sociedad afecta y así en lugar de exigir, hasta lograr, que exija el gobierno a los supermercados no embalar los productos que compramos en las contaminantes bolsas de plástico obligando a substituirlas, como se ha hecho en otros lados, por otras, de lona por ejemplo o invitando a los compradores a llevar sus propias bolsas de mandado; en lugar de ponernos a reciclar la basura para no contaminar e incluso para romper el problema que las concesiones --tan mal elegidos los concesionarios prestadores de ese servicio en general en Yucatán y sin duda en Mérida-- nos generan, nos conformamos con hacer el coraje el día de recogida los más y los menos, además de tanto en tanto lo escribimos y así en todo lo que tiene que ver con la cosa pública que atañe de manera directa a los gobernados y así es como llegamos a niveles educativos que ya nos sitúan, en lectura de compresión, por ejemplo, por debajo de los que tiene el pueblo haitiano. Y con esto no quiero decir que los gobernantes y los usurpadores surgidos de los partidos no tengan una responsabilidad inmensa, como la tienen los jerarcas de las iglesias y los empresarios siempre beneficiados con la deseducación, entre otras cosas, como la impunidad, que con el apoyo de la telebasura, aquí se fomenta.
Pero, como gobernantes, usurpadores, partidos, iglesias, empresarios, intelectuales a modo y un largo etcétera, no quieren que las cosas cambien, tendríamos que propiciar el cambio nosotros. Al ir al supermercado llevar el sabucán como lo hacemos cuando vamos al mercado y cada vez explicar porqué no aceptamos que nos embalen en bolsas de plástico.
Por supuesto que las cosas deben y pueden cambiar de raíz. Basta para lograrlo un cambio de mentalidad y de manera de actuar social.
Como de manera escolarizada lo único que van a seguir enseñando a los infantes es a leer un cheque, en casa tenemos la tarea de ayudar a nuestros niños a comprender lo que leen, para que, convertidos en adultos, México no siga siendo un pueblo de analfabetas que se conforman con nada y le permiten cualquier exceso a los que mandan. Incluso, se me ocurre, que se podría pensar en poner por las tardes escuelas para suplir lo que en las escuelas, dependientes de la SEP, no se enseña. Claro que no tendrían valor curricular esas enseñanzas, pero en cambio tendrían la virtud de ayudarnos a formarnos como ciudadanos para cruzar el bache que con la deseducación se fomenta.
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