Jesus Valencia
Don Juan Carlos, rey de España por la gracia de quien sabemos, cumplió 70 años. Llegado a este onomástico, decidió cambiar el protocolo de los 69 anteriores: si aquéllos fueron celebrados en la intimidad familiar, éste tendría el máximo realce. Como requieren los protocolos, invitó a los grandes del Reino para que participasen en tan fastuosa celebración.
Dio inicio el ceremonial en el salón de Los Austrias, donde tuvo lugar el besamanos. Los grandes de España rindieron pleitesía a su monarca: atuendos de gala, sonrisas ensayadas, cervices reverenciales...La corte española -incluido Ibarrtexe- reafirmó su reconocimiento a la Corona que nos rige. Acabado el besamanos, se trasladó el cortejo al salón de los Borbones, donde tuvo lugar la regia cena. La composición de cada mesa estaba perfectamente calculada. La que asignaron al lehendakari era una visualización casi acabada de la España integral. El príncipe heredero encarnaba a la monarquía y su proyección de futuro; la Constitución, como instancia vertebral, estaba referenciada en Peces Barba, uno de los padres de la misma; el Gobierno de la nación estaba presente en la figura de su vicepresidenta; Rajoy personificaba a la oposición, elemento nuclear en un régimen de democracia pluripartidista; Solana expresaba la vocación europeista del Reino. ¿Cómo encajaba Ibarrtexe en aquella mesa? ¿Por qué él y no otro presidente autonómico? El lehendakari es una pieza clave para al resto de las instancias con las que compartía mantel. Sólo un cortesano incondicional puede frenar los impulsos independentistas de Euskal Herria y garantizar su integración en España.
Acabada la cena, acometió Ibarretexe el arduo trabajo de justificar su presencia: «hay una cosa muy clara en el pueblo vasco: la educación, ser educado y, por lo tanto, mantener las formas». Efectivamente, este pueblo distingue con claridad entre educación y sumisión, entre cortesía y cortesanía. Por eso reclama de sus dirigentes que se relacionen con la monarquía en calidad de iguales, ya que representan a un pueblo que reafirma su soberanía originaria (el cortesano sólo puede acercarse al monarca en calidad de vasallo pues todo su estatus se lo debe a la Corona). Cuando el lehendakari se reúne con Borbón, debería hacerlo para reafirmar nuestros derechos ancestrales, no para consolidar la monarquía ocupante. En este pueblo, harto y decepcionado, hay una extendida reticencia al rey que nos rige, al Estado que nos coloniza y a los jauntxos que viven de la pleitesía. Sentimiento habitual, pero especialmente agudizado en estas fechas.
Ninguna cena monárquica es gratuita y tampoco ésta. El guiso de vieras hay que pagarlo aplicando la Ley de Partidos; los langostinos con verduritas, eludiendo denuncias de tortura y elogiando a la guardia civil; la lubina al horno, permitiendo que la justicia española se cebe con los paisanos, y el pastel de limón, reprimiendo a los familiares de los presos. Deberíamos guardar la imagen de aquella cena. Cuando Ibarrtexe reclame el respeto a los derechos, la foto nos recordará con quien compartió langostinos y con quien comparte violencias para liquidar a la izquierda soberanista`.
* Jesus Valencia es educador social
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario