jueves, enero 24, 2008

Demagogia

Orlando Delgado Selley

La semana empezó con pánico. El plan de emergencia anunciado por Bush infundió miedo en vez de tranquilidad. Los inversionistas recibieron el mensaje de que la economía estadunidense se encaminaba claramente a una recesión y que su gobierno respondía tarde e inadecuadamente. Decidieron vender, a fin de conseguir la liquidez necesaria para enfrentarse a una recesión cuya duración e intensidad aún no es clara. El desplome bursátil mundial fue inmediato.

El martes la Reserva Federal redujo la tasa de los fondos federales, la que se cobra para préstamos de un día, tres cuartos de punto para llegar a 3.50 por ciento anual, buscando contrarrestar el movimiento especulativo mundial. El final de la jornada señaló que la intervención fue oportuna. La recesión en curso, sin embargo, sigue su marcha.

El impacto para la economía mundial será inmediato. De hecho, ha habido ya un corrimiento importante de las expectativas. El FMI ha advertido que la desaceleración mundial es “inevitable”. El pronóstico de 4.8 de crecimiento mundial para este año disminuirá sensiblemente. En el panorama mundial, no obstante, existen nuevos jugadores que pueden modificar el derrotero que se está previendo. China e India han crecido vertiginosamente, gracias a su inserción en los flujos comerciales de manufacturas de bajo contenido tecnológico y en ciertos servicios. Ello les ha permitido expandir notablemente su mercado interno, de modo que se ha convertido en un factor dinámico importante no sólo para ellos, sino para sus socios comerciales.

Se trata de un mercado de 2 mil 600 millones de consumidores que apenas han iniciado su incorporación a los patrones de consumo occidental. La recesión en curso podría servir para que esos gigantes asiáticos reorientaran rápidamente su economía, destinando al mercado interno parte de lo que exportaban, lo que implicaría que se convertirían en unas economías emergentes decisivas para la estabilidad económica mundial. Si esto se lograse, la recesión se atemperaría y el eje del crecimiento mundial se movería al Oriente. Ello implicaría que el enorme riesgo provocado por la irresponsabilidad del capital financiero estadunidense con la cartera inmobiliaria, probablemente podría terminar en una recesión de muy corta duración.

Para México la situación es distinta. El alineamiento prácticamente total de la economía con la industria estadunidense implica que las exportaciones se contraerán y que, en consecuencia, entraremos en una fase en la que con dificultad cerraremos el año con un crecimiento de 2 por ciento. Eso será posible si los precios del crudo se mantienen en los niveles previstos presupuestalmente y si las autoridades entienden que es indispensable instrumentar un plan de contingencia que detenga la tendencia y defienda el nivel de vida de la población.

En otro momento sería simple demagogia declarar que podemos enfrentar las condiciones actuales, que la economía está blindada, que tendremos la corriente en contra, pero sabremos avanzar, que ya encendimos dos motores que nos permitirán contrarrestar lo que pasa en Estados Unidos. En estos momentos es más que demagogia, implica el reconocimiento de que el gobierno federal está incumpliendo abiertamente con su responsabilidad fundamental. Mientras el gobierno del vecino del norte propone regresar a los pequeños causantes 150 mil millones de dólares, equivalente a uno por ciento de su PIB, y su banco central reduce la tasa de interés, que disminuirá aún más en los próximos días, en México se aplica un nuevo impuesto, se incrementa el precio de la gasolina y se abre la frontera a los granos básicos.

La encomienda fundamental de cualquier gobierno es mejorar las condiciones de vida de la población. La del gobierno de Calderón, que surgió de unas elecciones cuestionadas, es, con mayor razón, defender las condiciones de vida de la mayoría. Tras un año de gestión esa responsabilidad fundamental no se ha cumplido. En este 2008, con un desafío importante, no bastan palabras: se requieren programas inmediatos que sean capaces de paliar los inminentes efectos de la recesión estadunidense.

Nuestra economía quedó más unida que antes a Estados Unidos desde la firma del TLCAN. Los tecnócratas de entonces pensaban que era nuestro boleto al futuro prometido. No lo fue y no lo será. Si no se actúa para modificar esa dependencia, el futuro nos alcanzará, pero será muy diferente al esperado.

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