Ramzy Baroud
Al Ahram Weekly
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El 11 de enero marcó el sexto aniversario del establecimiento del campo de detención de Guantánamo. En el 2001, pocos meses después del comienzo de la invasión de Afganistán por EEUU, un inmenso avión de carga aterrizó en una base militar estadounidense en la Bahía de Guantánamo, en Cuba, llevando a un grupo de sospechosos de “terrorismo” encadenados, encorvados, con vestimentas naranjas y con los ojos vendados, representando, supuestamente, lo peor de lo peor. En el grupo había niños, ancianos, trabajadores de organizaciones de beneficencia, periodistas y gentes que habían sido vendidas al ejército estadounidense a cambio de una sustanciosa recompensa.
El debate sobre esta tristemente célebre prisión se ha visto viciado desde entonces por un reduccionismo fácil. El hecho es que Guantánamo no es ni un recinto que pueda justificarse para encerrar en él a la “gente mala” –como explicó el simple del Presidente Bush- ni tampoco es un lugar oscuro en el, muy al contrario, luminoso historial estadounidense de respeto hacia los derechos humanos, a las normas sobre la guerra y a los tratados internacionales. Si algo puede decirse es que Guantánamo es una mera extensión de una larga lista de incalculables violaciones practicadas por la administración Bush, condensadas en ese territorio para erigirse en símbolo de una extendida política fundamentada en socavar el derecho internacional, con un total desprecio hacia el mismo.
Puede decirse que esa prisión es una de las peores burlas perpetradas contra el derecho internacional, que había sido en parte redactado por expertos legales estadounidenses. Puede que las anteriores administraciones estadounidenses no hayan sido muy devotas seguidoras de las Convenciones de Ginebra, pero no desecharon nunca los tratados internacionales tan abierta y arrogantemente como la actual. El anterior fiscal general, Alberto Gonzales, amigo personal del Presidente Bush, llegó a dominar ese arte de forma tal que permitió que sus jefes adornaran sus injustificables acciones con el aire de legitimidad. Guantánamo fue su obra maestra final.
Cientos de prisioneros de Guantánamo han ido siendo liberados, y algunos entregados a la custodia de sus gobiernos respectivos. Quedan en el campo, aproximadamente, unos 275. De un total de alrededor de 1.000, sólo 10 han sido acusados. (*)
Los prisioneros de Guantánamo están “entre los asesinos más peligrosos, despiadados y mejor entrenados de la tierra”, según el anterior secretario de defensa Donald Rumsfeld. Si eso era así, ¿por qué no estuvo dispuesto Rumsfeld a juzgarlos en un tribunal legal? Después de todo ese juicio, emitido con tanta seguridad en sí mismo, muestra que poseía más pruebas de las necesarias de que ningún tribunal podría condenarles ni arrojarles en prisión. Pero, desde luego, el tema de la prueba o la ausencia de la misma era un asunto irrelevante para él.
Ni habeas corpus, ni proceso legal debido ni aplicación de ningún cuerpo de leyes, nacionales o internacionales, nada le importaba a una administración que se enorgullecía de su capacidad para situarse por encima de todo. Desde luego, ese desprecio se justificaba a partir de los intereses nacionales y de toda una serie de ficciones legales. El tiempo, sin embargo, mostró que Guantánamo, y la beligerancia profunda que simbolizó, ha hecho probablemente más daño a los intereses nacionales estadounidenses que cualquier otro hecho en la historia de EEUU.
Durante los primeros años se mantuvo a los prisioneros de Guantánamo en jaulas al aire libre, sin nada más que una esterilla y un cubo para el aseo. Anthony D Romero, director ejecutivo de la Unión por las Libertades Civiles Americanas, escribió en Salon.com: “Sabemos ahora que sólo un pequeño porcentaje de todos los cientos de hombres y muchachos que están retenidos en Guantánamo fueron capturados en el campo de batalla combatiendo contra los estadounidenses; el resto fue vendido en cautividad por señores de la guerra tribales a cambio de cuantiosas recompensas”. Romero cita los comentarios que hizo el que fue durante varios años comandante de Guantánamo, el Brigadier General Jay Hood. El comandante dijo al Wall Street Journal: “En bastantes ocasiones, no agarramos a quien debíamos.”
Además, tanto el anterior secretario de estado Colin Powell y la actual Secretaria Condoleeza Rice han pedido que se clausure Guantánamo, además de diversos organismos internacionales y numerosos grupos de derechos humanos, tanto estadounidenses como extranjeros. Pero la administración Bush persiste en mantener Guantánamo. Lo más probable es que si los prisioneros de Guantánamo fueran de algún valor en la Operación Libertad Duradera y en la supuesta guerra global contra el terror, cualquier información que alguno de ellos pudiera poseer ha sido ya extraída, con violencia o por otros medios. Además, si hubiera en efecto abrumadoras pruebas pendientes contra ellos, la administración Bush ya las hubiera llevado a cabo hace mucho tiempo. No hay posibilidad alguna que pueda resultar convincente.
Leigh Sales, al escribir para el Sydney Morning Herald hizo una evaluación dudosa manifestando: “El problema es qué hacer con los prisioneros [si se cierra el campo de detención]. Si se les traslada a cárceles estadounidenses, tendrán que ser acusados y juzgados bajo las leyes estadounidenses. En un tribunal normal, no se admitirían todas las pruebas logradas a través de interrogatorios coercitivos, y por eso Bush tendría que contemplar cómo gentes como Mohamed y Hambali salen en libertad.” Esos comentarios, repetidos por tantos otros, sugieren que la razón subyacente existente tras la conservación de Guantánamo responde, más o menos, a intereses nacionales.
Sin embargo, Guantánamo sigue en pie, por la misma exacta razón que la guerra de Iraq sigue adelante, y por las mismas similares razones por las que pervive la fracasada política global de la administración Bush. Clausurar Guantánamo sería la admisión de una derrota, una declaración de fracaso, y eso es algo que los patronos del imperio no se pueden permitir, al menos por ahora.
El 11-S fue un momento propicio para convertir en realidad una doctrina nueva, según apareció recogida en el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, un desesperado intento de mantener un imperio que enfrenta numerosos desafíos. Las tácticas utilizadas casi inmediatamente después de los ataques terroristas exhibían un estilo de política militar y exterior diseñada para mantenerse fuera de todo control, incluido el del pueblo estadounidense, el de las Naciones Unidas y el del derecho internacional. Guantánamo es una representación grotesca de esas tácticas y el fracaso de las mismas.
En efecto, Guantánamo es un punto oscuro en la historia estadounidense y será recordado como un símbolo de injusticia y opresión y continuará siendo un recuerdo discordante de inhumanidad, tortura y violencia extrema, asociada con la supuesta guerra contra el terror de la administración Bush.
N. de la T.:
(*) Sobre los prisioneros afganos liberados de Guantánamo, véase en Rebelión el artículo de Andy Worthington:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=61029
Enlace con el original:
http://weekly.ahram.org.eg/2008/880/in5.htm
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