Alvaro Cepeda Neri
En los términos calderonistas, la iniciativa de reformas judiciales está plagada de contrarreformas. Y a pesar de las correcciones ya aprobadas por los diputados, tendrán que ser revisadas minuciosamente en el Senado. Este cuerpo colegiado, que ha llevado con mayores certezas el programa de la Reforma del Estado y que uno de sus capítulos exitosos ha sido la Reforma Electoral, ha de meter mano al tema judicial para tejer fino en un problema que exige soluciones pensando que lo primordial es la libertad. Sin que esto margine, al ser escuchado y vencido en juicio imparcial, que se impongan las sanciones previamente establecidas. Son contrarreformas calderonistas bastante represivas, propuestas en la urgencia por combatir a la delincuencia, particularmente la del narcotráfico y sus derivados; la ola criminal contra las mujeres; el abuso sexual contra la niñez; las injusticias a los indígenas y, en general, los excesos del poder de funcionarios. Autorizar, sin controles ni límites, por ejemplo, los llamados cateos, para irrumpir violentamente en los domicilios particulares (que se llevan a cabo arbitrariamente) pasa impunemente encima de los derechos humanos de inocentes.
Siempre se ha dicho que la gran falla judicial está en el sistema policiaco, de los cientos de policías (incluso del servicio privado) cuyos bajísimos salarios, total falta de educación e información constitucional, su improvisación técnica y la impunidad que se les da en el manejo de armas y patrullas, son causa de la crisis en la seguridad que se ha convertido en una aterradora inseguridad. Es por el terror que los ciudadanos tienen a la policía, la prepotencia de estos y ministerios públicos y la tardanza para denunciar delitos, lo que ha provocado que el sistema judicial tenga raíces putrefactas.
Un periodista, ya fallecido: Jesús Corral Ruiz (fundador y director de lo que fue por 30 años el mejor periódico del sur sonorense, Diario del Yaqui) contaba como trágico chiste, que la policía penetraba en las casas con toda tranquilidad, pisoteando derechos, robando lo que querían, humillando a sus habitantes, violando sexualmente a las mujeres, etc. y no había poder para denunciarlos, pues desde el policía al juez eran y son un círculo vicioso de corrupción y complicidades.
El chiste consistía en que ya entrando con violencia, los moradores increpaban a la policía, dirigiéndose al jefe del grupo que se comportaba como banda: "¿Y la orden de cateo?" A lo que mañosamente el uniformado respondía: "No es un cateo... es un esculque". Cateo o esculque, lo cierto es que la reforma judicial debe ser analizada con sumo cuidado y no perder de vista los derechos humanos, y otorgar todas las garantías, sustantivas y procesales, para incluso los presuntos delincuentes y no se diga para quienes nada tienen que ver penalmente. Para una sociedad democrática, se necesita un sistema judicial democrático, empezando por una policía democrática (José María Rico: Policía y sociedad democráticas. Alianza editorial).
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