Jorge Eugenio Ortiz Gallegos
"Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen" es un adagio equivalente a la fórmula "la sociedad civil engendra y permite el tipo de sociedad política que retiene el gobierno". A su vez, la sociedad civil recoge en su evolución el estilo de las personas que conforman su aglutinamiento, y de ellas reproduce el perfil del carácter, de acuerdo con la educación y cultura, con el grado de civilización y desarrollo alcanzado, con la historia, las tradiciones e idealismos de los habitantes, de sus comunidades, grupos sociales y naciones.
A fin de cuentas, la sociedad civil es un conjunto de sociedades y de organismos primarios, entrelazados, estimulados e influenciados entre sí. Obedece en su naturaleza y orientación, a los credos religiosos y a las costumbres de las familias, a los avatares de sus asentamientos, hacinamientos y traslados, a su ubicación en las urbes o en los campos, a la base de su producción y comercialización.
El estilo de ser del mexicano, y el perfil de la gran sociedad civil en que se integra el conjunto de instituciones y redes interpersonales, dan fisonomía a la sociedad política que dirige los destinos de la nación y determina el rumbo del Estado.
"El perfil del hombre y la cultura en México", cuyo análisis profundo comenzara en los años treinta con el original discurrir de Samuel Ramos, en aquel caserón de fachada barroca, el de Mascarones en la vieja Calzada de Tacuba, el hombre y la cultura y su descripción son el fruto hermanado de una amalgama transcontinental de sociedades civiles y políticas.
A pesar de la distancia geográfica entre la Península Ibérica y las Indias Occidentales, y del silencio de entre ambas aguas que se rompió con el "encuentro" de 1492, a pesar de sus profundas anacronías culturales y civilizadas, las estructuras españolas e indígenas resultaron homólogas.
El emperador absolutista de la España guerrera y civilizadora compartía con el Pontífice Católico el poder oligárquico para la designación de obispos y el deber prioritario de extender el Evangelio. Príncipe era que imponía sobre la sociedad civil sus potestades políticas y religiosas.
La jerarquía del poder temporal, las noblezas y mitras del cortejo, casi siempre sumisas, y las estratificaciones sociales y sus condicionamientos raciales para moros, judíos, y para sus mescolanzas, hallaron su correspondencia aquende el piélago tramontado por los navegantes y sus espadas y crucifijos.
El cacique, en el vocablo del desaparecido lenguaje taino de Santo Domingo, de la América de entonces, presentaba y mantenía la verticalidad social, de donde proseguirían hasta 500 años después, gracias, sin duda, a esas coincidencias de estructuras afines, el caudillismo y las dictaduras latinoamericanas y su estrecha asociación con el latifundismo, los patriarcalismos de vidas, haciendas y cultura, que evolucionan hasta los monopolios y oligopolios del poder liberal en el México de nuestros días.
Las armas y las letras al servicio del emperador español y de los caciques y dictadores latinoamericanos, tienen que ver con una cultura que hereda el desinterés, la casi imposibilidad de una democracia en estas naciones. La sociedad civil se hace tributaria servil de los mandos políticos, y la modernidad que ha de invadirnos, la modernidad que es cambio y autocrítica, y reevaluación y transformación de estructuras, parece tan sólo hasta estos momentos un vientecillo que hace ruidos en una zona muy limitada de una nación mexicana con mayoría de analfabetos funcionales, que no leen, ni se educan, ni se interesan en los temas de la cultura o de la política, porque se ahítan de espectáculos televisivos y divertimientos multitudinarios, futboleros y de "rocanrol".
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