Carlos Fernández-Vega
No es nuevo el truco de recortar el mensaje del general para adecuarlo al espíritu privatizador.
Qué bueno que apenas están en la fase del “diagnóstico” y aún no “elaboran” la iniciativa de “reforma” energética, porque carentes de uno y otra de cualquier forma marchan directo hacia la privatización total.
Una de las áreas en ese sentido más adelantadas es la petroquímica, la cual, desde tiempos de Miguel de la Madrid, fue cedida, por medio de la “reclasificación” de básica a secundaria, a los grande corporativos privados, en aquel entonces mayoritariamente mexicanos. Los gobiernos subsiguientes utilizaron el mismo truco, por medio del cual se evitaron el engorroso cuan transparente trámite de modificar la Constitución.
Ya el inquilino de Los Pinos adelantó ayer lo de los “contratos de largo plazo para el suministro de materia prima para la industria nacional, concretamente etano y gasolinas naturales”, con lo que, dijo, “estaremos en mejores condiciones para atender la demanda de insumos petroquímicos en el país y podremos reducir las importaciones”. ¿Quién los produciría? Lo más seguro que los mismos a los que ahora se les compra etano y gasolinas en el extranjero.
Pero bueno, ya el equipo privatizador había anunciado el comienzo de “una campaña mediática para promocionar” la “no privatización”, que privatiza todo, por él promovida. Y una de las frases que en este contexto comienza a sonar es que con la “reforma” energética “vamos a rescatar el espíritu del cardenismo en Pemex… Tuvo razón el general en hacer ese acto de nacionalismo (la expropiación petrolera), pero también la tuvo en plantear una ley donde la participación de la iniciativa privada es perfectamente aceptable, viable y nacionalista” (senador panista y “negociador de Felipe Calderón en el tema energético”, según lo presentan, Rubén Camarillo Ortega, en declaraciones a Milenio).
En efecto, fue hasta 1958, último año de Adolfo Ruiz Cortines en Los Pinos, cuando se aprobó la ley reglamentaria del 27 constitucional en materia petrolera, pero de allí a que Lázaro Cárdenas promoviera o celebrara la participación del capital privado en esta industria existe un mar de diferencia.
De hecho, en su cuarto informe de gobierno (1938), el general Cárdenas subrayó: “Y para evitar en lo posible que México se pueda ver en el futuro con problemas provocados por intereses particulares extraños a las necesidades interiores del país, se pondrá a la consideración de vuestra soberanía que no vuelvan a darse concesiones del subsuelo en lo que se refiere al petróleo y que sea el Estado el que tenga el control absoluto de la explotación petrolífera”.
No es nuevo el truco de “privatizar” a la Esfinge de Jiquilpan. El más reciente fue el segundo director foxista de Petróleos Mexicanos, Luis Ramírez Corzo, quien cortó y recortó las palabras del general a su gusto y alcance privatizadores. Decía el ex funcionario (18 de marzo de 2005) que Cárdenas “reivindicó” la participación del capital privado en la industria petrolera nacional, y lo habría hecho en su quinto informe de gobierno (septiembre de 1939).
El problema es que el ex director de Pemex recortó el mensaje para adecuarlo al espíritu privatizador, igual que ahora. De acuerdo con este personaje del foxismo, en aquella ocasión Lázaro Cárdenas se limitó a decir que “el gobierno de la Revolución no desconoce la importancia de la ayuda que puede prestarle la inversión privada, la cual tiene legítimo campo de acción para fortalecer la economía nacional, y juzga que su actuación no es incompatible con la del gobierno si se adapta a las exigencias de su programa, de cuyos benéficos resultados a la postre también disfrutará”.
A Ramírez Corzo, sin embargo, se le “olvidó” mencionar el párrafo siguiente del informe presidencial, que precisaba: “si una parte de las fuerzas productivas del país se retrae y no participa u opone resistencia a esta grande empresa nacional; si para algunos elementos no existe otra mira ni propósito que obtener de sus inversiones el máximo de utilidades para beneficio propio exclusivamente, no sería concebible que la Revolución, nacida de una protesta del país entero en contra de un sistema económico estrictamente individualista y utilitario, y habiendo mantenido este espíritu durante 28 años, detuviera su marcha ante la consideración de que sus actos pudieran provocar momentáneos trastornos, contribución insignificante cuando se trata de alcanzar una organización económica que, descansando sobre bases humanas y de justicia, provoque permanente bienestar y un robustecimiento sano y fecundo de la explotación de los recursos del país”.
Y por si hubiera duda, el de Jiquilpan agregaba: “fomentar la riqueza para aumentar las utilidades de los inversionistas; emplear los fondos y la autoridad pública en rodear de todo género de facilidades y garantías a los privilegiados para que éstos retiraran un mayor lucro sin otro fin que disfrutarlo en beneficio propio, dictar leyes protectoras de esta política grata a los que ven en la riqueza un objetivo final sin preocuparse de quienes la disfruten, constituyó el ideal político de los gobernantes del país durante un largo periodo de nuestra historia y fue la causa del desencadenamiento en su contra de las incontrastables energías populares y del triunfo de la Revolución… los recursos del país no deben constituir reservas especiales en provecho de intereses personales, nacionales o extranjeros, sino ser explotados en beneficio de la colectividad”.
A Ramírez Corzo, como al citado senador panista y otros jilgueros, no le dieron los ojos para descubrir otro mensaje en el discurso de Lázaro Cárdenas: “mi gobierno (…) se encontró dentro de los términos contradictorios de un dilema ineludible, constituyendo uno de sus extremos la subordinación de todo programa de mejoramiento social a la conservación de la riqueza organizada, solución preferida por la clases conservadoras que, cerrando los ojos a la miseria y a las necesidades del pueblo, han perseguido un interés lucrativo individualista. El otro extremo, (…) la organización solidaria de los trabajadores... El gobierno se decidió por este último extremo del dilema”.
Las rebanadas del pastel
¿Van a “rescatar el espíritu del cardenismo en Pemex”?. Bien, pero que lo hagan completo, no a modo.
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