Raúl Zibechi
La remodelación del gabinete ministerial realizada por el presidente uruguayo Tabaré Vázquez, con el objetivo de afrontar los dos últimos años de su gobierno y reposicionar a la izquierda de cara a las elecciones de fines de 2009, deja un sabor amargo para quienes apuestan a fortalecer el Mercosur y promover la integración regional.
Vázquez removió a cinco de sus 11 ministros con el argumento de dar un perfil más técnico que político a su equipo de gobierno y reducir la edad promedio del gabinete. Dos de los relevos son los más destacados: José Mujica, dirigente tupamaro y ministro de Ganadería, y el canciller Reinaldo Gargano, histórico líder socialista, dejan sus cargos para retornar al parlamento. Mientras el cargo de Mujica lo pasa a gestionar su más cercano colaborador, el de Gargano será ocupado a partir del primero de marzo por el hasta ahora secretario de Presidencia, Gonzalo Fernández.
Gargano ha sido el más firme defensor del Mercosur en el gobierno de Vázquez y se enfrentó directamente al ministro de Economía, Danilo Astori, en todos los temas importantes: en las relaciones de Uruguay respecto a sus vecinos, Argentina y Brasil, sobre la conveniencia de integrar el Banco del Sur, la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y el énfasis en la integración regional. Por eso Gargano fue blanco de la derecha y de los grandes medios de comunicación, quienes lo tildaron de “blando” en el conflicto con Argentina y de llevar adelante una política exterior errática por su defensa del Mercosur y de la incorporación de Venezuela a la alianza regional.
Con el nuevo canciller las cosas van a cambiar, aunque paulatinamente. En el conflicto por las fábricas de celulosa con Argentina no pueden esperarse cambios de fondo. Pero en la relación con Estados Unidos y en la posición uruguaya ante el Mercosur, Fernández parece más cercano a las posturas del ministro de Economía, quien ha sido un ferviente defensor del TLC y de marcar distancias con la región. La sorda disputa que se daba en el interior del gobierno de Vázquez en torno a estos temas parece haber llegado a su fin.
La nueva relación de fuerzas, promovida directamente por Vázquez, es un guiño a la interna del Frente Amplio (FA), la fuerza que sostiene al gobierno y se dispone a elegir al candidato a suceder al actual presidente. El FA atraviesa una difícil y crítica situación interna, aunque el gobierno cuenta con un amplio apoyo en la opinión pública que hace casi seguro su triunfo en las elecciones del próximo año.
En su último congreso, celebrado en diciembre, el FA no pudo elegir nuevo presidente ante la imposibilidad de llegar a acuerdos de consenso entre las fuerzas que lo integran. Pero ese equilibrio de fuerzas deberá romperse en los próximos meses y el recambio ministerial anuncia algunas tendencias posibles. Una, quizá la más importante, es la fuerza que viene adquiriendo la candidatura presidencial de Danilo Astori. Hasta ahora, sus adversarios apostaban a una renuncia conjunta con Mujica –los dos principales precandidatos–, ya que ninguno de los dos tiene los consensos necesarios. Sin embargo, si bien Vázquez no se ha pronunciado públicamente en favor de Astori, debe recordarse que cuando lo nombró como futuro ministro de Economía en una gira por Estados Unidos, aun antes de ganar las elecciones, le aseguró que sería “su” candidato en 2009.
Este deslizamiento hacia posiciones afines a acuerdos comerciales con Estados Unidos se produce en una coyuntura continental en la cual aún no se han sedimentado las más recientes convulsiones. Entre ellas, cabe destacar la nueva realidad venezolana posterior a la derrota del referendo sobre el “socialismo del siglo XXI” y la guerra comercial en curso de la multinacional Exxon Mobil contra el gobierno de Hugo Chávez. Este año será decisivo para el futuro del proceso bolivariano, jaqueado por problemas económicos, elevada inflación y escasez de alimentos, y las dificultades del chavismo para abrir un debate sobre las razones de la derrota en el referendo de diciembre. Todo indica que la inestabilidad tiende a instalarse nuevamente, pero ahora de la mano de errores en la conducción del proceso.
El gobierno encabezado por Evo Morales tampoco consigue superar los permanentes jaques de la oposición, que cuenta con considerable apoyo de masas.
En líneas generales, la impresión dominante es que la tensión hacia los cambios, que fue claramente perceptible entre 2003 y 2005, se ha ido diluyendo hasta casi desaparecer. Por un lado, el eje más dinámico ha dejado de ser el conformado por Bolivia, Ecuador y Venezuela, para trasladarse a Brasil y Argentina, empeñados en jugar un papel dirigente en la región. Pero en ambos, no sólo se ha desvanecido cualquier intento por salir del modelo neoliberal, sino que las opciones realizadas los llevan a seguir profundizándolo de la mano de los monocultivos de soya y caña de azúcar y del complejo forestación-celulosa. Por otro, las principales propuestas de cambio regional, formuladas las más de las veces por Venezuela, siguen sin concretarse –como el Gasoducto del Sur– o encuentran serias dificultades para convertirse en verdaderas alternativas, como el recién creado Banco del Sur.
La mayor parte de los gobiernos autoproclamados progresistas y de izquierda de la región comienzan ahora a mirar de reojo las consecuencias para la región de la crisis mundial provocada por el hundimiento del sector inmobiliario de los Estados Unidos. De no darse pasos rápidos hacia la creación de una unidad monetaria regional, como advirtió hace pocas semanas el economista peruano Oscar Ugarteche, es probable que no se consiga eludir la onda expansiva de la crisis en curso.
En suma, ingresamos en una situación de pre-crisis, que presenta la oportunidad de implementar cambios de fondo si se aprendieran las lecciones de los últimos cinco años, en los que faltó voluntad para comenzar a salir del modelo hegemónico.
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