viernes, febrero 22, 2008

Y el presidente, ¿cuándo?

Por Miguel Ángel Granados Chapa

La desintegración del primer círculo de Sergio Vela en Conaculta hace pensar que el encargado de ese despacho debería seguir el camino que le han mostrado sus ahora ex colaboradores. Aunque tardíamente Javier González Rubio ha salido del consejo encargado de la cultura mexicana, sus dificultades en el trato con sus compañeros fueron causa en ese desenlace
Después de tomar tardíamente la decisión de desembarazarse del estorbo que significaba para el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes su secretario técnico B Javier González Rubio, y sin poder con ello evitar el descabezamiento de la estructura que encabeza, parece que la única otra decisión que debe asumir el maestro Sergio Vela, presidente de Conaculta, es la de su propia dimisión.
Al frente de la administración cultural de la República ha mostrado una abulia que no se le conocía, una dejadez que le impidió resolver cuestiones urgentes. Después de un desempeño sobresaliente en cargos de la misma índole pero de rango diferente, Vela llegó a un nivel donde sus vacilaciones o negligencia generan daños de naturaleza semejante a los que provocó, por otros defectos, su antecesora Sari Bermúdez. Sus dotes artísticas, su condición de abogado, cercano al presidente de la República, sus antecedentes en la administración cultural fueron insuficientes, resultaron vencidos por una falta de carácter inadmisible, que le impidió no sólo abordar las grandes líneas de la política a su cargo sino disolver los grumos que generó en la organización de su grupo de trabajo.
Pareció comenzar con el pie derecho al designar secretaria técnica A a la doctora en derecho Carmen Quintanilla, que seis años antes se había iniciado en la misma responsabilidad pero en la cual no perseveró porque su temple y perspicacia le facilitaron ver que no iría lejos con la presidenta Bermúdez. Quizá creyó lo contrario en diciembre de 2006, cuando tornó al Conaculta y emprendió la vastedad de tareas que implicaba deshacer entuertos y orientar el aparato jurídico y administrativo hacia nuevas metas. Una de ellas era imprescindible y urgente: generar el anteproyecto de ley que aliviara al consejo de la paradoja legal que padece desde su nacimiento en 1989: desde la fragilidad de un decreto presidencial está por encima, coordina y supervisa las labores de institutos nacionales como el de Bellas Artes y el de Antropología e Historia, regidos por leyes orgánicas y dueños de una tradición propia de que el consejo carece. El borrador respectivo yace en el escritorio de la presidencia del Conaculta desde junio pasado, como si se tratara de un asunto postergable por su escasa importancia.
Por ésa y otras razones la doctora Quintanilla renunció a su puesto el lunes pasado. Algo semejante ocurrió en otro campo, documentado ahora al conocerse los motivos de la dimisión del escritor Vicente Herrasti a la Dirección de Publicaciones. Presentó en mayo, hace cerca de 10 meses, el plan editorial para el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, sin que fuera siquiera discutido y menos aprobado, no obstante que recaía en Vela la responsabilidad general de esos fastos. Tal vez por demoras como ésa fue necesario nombrar un coordinador especial que remediara los faltantes dejados por el presidente de Conaculta, que fue uno de sus predecesores, Rafael Tovar.
Herrasti se fue también porque se dispuso que su dirección dependiera del secretario González Rubio, y ya no más de la doctora Quintanilla. 'Era imposible trabajar con él -explicó Herrasti- por varias razones. Por una parte, un maltrato generalizado, todo el mundo se quejaba de algunos excesos del señor González Rubio y yo no puedo trabajar con alguien así... En una relación de trabajo cotidiana las cosas no hubieran marchado bien'. Diestro para la maroma burocrática, el depuesto secretario B se había hecho adjudicar, desplazando al director de Publicaciones, la participación mexicana en el Salón del libro de París 2009.
Afectado por el complejo del ciclista, que patea al de abajo e inclina la cabeza ante el de arriba, González Rubio había cubierto una mediocre carrera en la burocracia, las letras y el periodismo. Conocía ya y era conocido en Conaculta, por lo que su ascenso al segundo nivel generaría previsiblemente las dificultades que a la postre, con demora excesiva, lo han puesto en la calle. Era particularmente sabida su misoginia, que lo llevaba a despreciar el trabajo de las funcionarias, al grado de causar su renuncia. Ése fue el caso, entre otros, de Carla Rochín, que debió irse de la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas.
El grupo directo de trabajo de Vela, con el que mantenía nulo contacto según revelación de Herrasti, se ha deshecho durante su todavía breve estancia en el consejo de la cultura. Renunciaron también Griselda Galicia, del Museo Nacional de Culturas Populares; Raúl Zorrilla, secretario ejecutivo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes; Saúl Juárez, director general de Bibliotecas, que antes lo fue de Bellas Artes y quedó incorporado por Tovar a su equipo del Bicentenario. E Ignacio Padilla, perteneciente al grupo de jóvenes escritores que como Herrasti y Jorge Volpi, en el Canal 22, recibían la oportunidad de agregar a su experiencia de creadores la de la gestión cultural, combinación que ha sido pródiga en la vida mexicana. Padilla tuvo que marcharse de la dirección que dejó vacante Juárez ante la imposibilidad de echar a andar el maloliente y contrahecho armatoste de la Biblioteca José Vasconcelos, deconstruido por la prisa y la ignorancia del presidente Vicente Fox, no sin que en el caso falten adarmes (o kilos o toneladas) de corrupción.
El Conaculta no dirige la cultura mexicana, dotada de vida propia. Pero encauza los recursos públicos que la fomentan. Merece por ello mejor suerte.
Correo electrónico:
miguelangel@granadoschapa.com

No hay comentarios.: