Octavio Rodríguez Araujo
La esquizofrenia es una enfermedad mental que se caracteriza, dice el diccionario, por una disociación de las funciones síquicas. Un esquizofrénico padece de un trastorno severo de la personalidad y, según dicen los que saben, de una distorsión del pensamiento que termina con ideas delirantes y una percepción alterada de las situaciones que vive. Los esquizofrénicos suelen sentir que los controlan fuerzas extrañas o que éstas tratan de controlarlos.
Por lo que se ve, varios de los dirigentes de Nueva Izquierda en el interior del Partido de la Revolución Democrática han sido presas de esta extraña enfermedad. En sus afanes por desprestigiar y descalificar a Alejandro Encinas, el principal oponente de Jesús Ortega para dirigir el PRD, lo acusan de estar apoyado por Andrés Manuel López Obrador.
En el pasado relativamente próximo (2006) no tuvieron empacho en ser apoyados por el ex candidato presidencial de su partido. El mismo Ortega aceptó ser el coordinador nacional de su campaña, después de no pocos titubeos. Muchos de los entonces candidatos a diputados, senadores, gobernadores y presidentes municipales, cuya elección coincidió con la presidencial, gozan ahora de los privilegios de los cargos que ocupan, sobre todo los diputados federales y los senadores. Millones de personas votaron por ellos porque eran candidatos, uninominales o de representación proporcional, bajo los mismos colores partidarios de la coalición Por el Bien de Todos, formada por el PRD, el Partido del Trabajo y Convergencia en apoyo de López Obrador.
Muchos de ellos, ahora adversarios de Alejandro Encinas (“el candidato de López Obrador”, dicen), se alinearon a las decisiones de su entonces candidato a la Presidencia, y nunca lo cuestionaron en público. Entiendo que Ortega y Horacio Duarte luchen en contra de Encinas, de eso se trata cuando se contiende por cargos de dirección de un partido. Lo que no entiendo es que, por ejemplo, Duarte use el apoyo de AMLO para tratar de descalificar al contrincante principal de Ortega, como lo hizo en una reunión en Cuernavaca, según leí al día siguiente en La Jornada Morelos. Y menos lo entiendo cuando antes, durante el proceso electoral federal de 2006, fue el representante de la coalición ante el IFE y un sólido defensor de los votos a favor del entonces candidato presidencial. Sé que es abogado y que los de esta profesión suelen defender a su cliente incluso sabiendo que es culpable del delito que se le imputa. Pero en ninguna parte del mundo es bien visto un abogado que defiende a una persona y luego, cuando “deja de ser su cliente”, se dedica a combatirla. No es ético. Pero nadie, salvo algunos utopistas románticos sin remedio, ha creído que la política sea ética. Sin embargo, el “antes estaba contigo” y ahora “estoy en tu contra” es, al margen de la ética, una actitud que revela cierta esquizofrenia en el personaje. Y lo que digo sobre Duarte lo pienso igual para Ortega y muchos de los chuchos, aunque algunos de ellos sean mis amigos muy estimados con los que de vez en cuando me reúno a cenar.
En la guerra y en el amor se vale todo, dicen por ahí. Y la política es una especie de guerra. Lo tengo claro. Pero uno espera que, en el único partido competitivo de centro-izquierda de México, quienes aspiran a dirigirlo sean más ecuánimes, más cuidadosos de las formas y, no menos importante, que traten a sus compañeros de partido (aunque sean sus adversarios para determinados cargos internos) mejor que a sus enemigos. Si fueran más coherentes con las posiciones políticas e ideológicas que supuestamente suscriben como miembros del PRD, serían más hostiles con el Partido Acción Nacional y quien fuera su candidato presidencial y con el Revolucionario Institucional (al margen de quien fuera su candidato a la Presidencia si es que alguien se acuerda de él y sabe dónde está). No es así, lamentablemente.
Varios comentaristas de radio me han preguntado si creo que el PRD se dividirá a partir de su elección interna por la dirección. Yo, confiado que soy en la inteligencia de la gente, les he dicho que no, que si acaso se divide esto ocurrirá después de la elección de diputados federales de 2009. Sin embargo, los chuchos se han encargado, por lo que leo en los periódicos, de que me asalten serias dudas sobre mi convicción de que no se dividirá antes de los comicios del año entrante. Si se dividen (antes o después de 2009), será un error y lo pagará el país, no los esquizofrénicos políticos que ahora se creen muy sensatos al deslindarse de quien les abrió las puertas para que fueran lo que fueron y para que sean lo que son.
¿Se han preguntado qué pasaría en México sin una izquierda aunque sea moderada? Si fueran más listos, y quizá menos soberbios, se darían cuenta de que la única oposición que tienen Calderón-Mouriño y Germán Martínez, todos del PAN, es López Obrador, un personaje a quien no le perdonan que siga siendo el político más importante del país al margen de las instituciones gubernamentales y a pesar de sus detractores.
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