Asa Cristina Laurell
En la discusión actual sobre la política de salud el incremento de los costos de la atención es un elemento clave. Generalmente se cree que se debe al rápido avance científico-tecnológico. Una explicación complementaria es que el llamado “complejo médico industrial” ha creado una dinámica tecnológica con fines de lucro, que muchas veces añade poco a la precisión diagnóstica, la prevención o la curación de la enfermedad. Es más, algunas nuevas tecnologías inclusive perjudican a los individuos o a las colectividades. Es decir, se convierten en fuentes de iatrogenias o daños causados por los procedimientos médicos.
Las empresas farmacéuticas son parte de este complejo médico industrial y algunas son protagonistas en los conflictos generados por la contradicción entre su búsqueda de lucro y la necesidad de los enfermos de acceder a medicamentos para curarse o sobrevivir. La última gran batalla sobre las patentes, la de los medicamentos contra el sida, que literalmente hacen la diferencia entre vida y muerte, se ha dado en la Organización Mundial de Comercio (OMC), con una intervención valiente del gobierno de Brasil. En el caso contrario, el de los efectos adversos de los fármacos, la industria ha ocultado información para posponer su retiro del mercado.
Actualmente hay una disputa sobre Gardasil, vacuna contra los tipos 16 y 18 del virus del papiloma humano (VPH), los cuales están asociados con 70 por ciento de los tipos de cáncer cérvico uterino (CaCu). Científicos especialistas en el tema y organizaciones profesionales de salud de la mujer en Canadá y España, entre otros, están llamando a una “moratoria” en la inmunización masiva hasta que se tenga más conocimiento sobre esta sustancia orgánica, engañosamente denominada la “vacuna contra el cáncer de cérvix”.
Esta controversia es importante porque se han aprobado 250 millones de pesos para iniciar la inmunización en México este año. Tiene dos riesgos serios: significaría un experimento a gran escala en mujeres mexicanas con una vacuna cuya eficacia protectora contra el CaCu no está comprobada, y cuyos posibles efectos dañinos no han sido suficientemente estudiados. Además, el país pagaría mucho dinero por esta aventura médica. La vacunación universal tendría un costo igual a todo el esquema actual de inmunización.
El CaCU es el cáncer más común en mujeres. En 2006 representaba 1.5 por ciento del total de muertes en ese sector. Sin embargo, la mortalidad por esta causa ha disminuido rápidamente. Bajó 42 por ciento entre 1990 y 2007 en las mujeres de 25 años o más. La razón es que el Papanicolau es un método eficaz de detección oportuna que permite curar el cáncer. Es una de las medidas preventivas más exitosas contra una enfermedad crónico degenerativa.
Las objeciones hacia la vacuna se relacionan con su corto tiempo de seguimiento, cuatro años contra los 25 a 30 para que se desarrolle el CaCU. No se ha comprobado que la vacuna previene el cáncer, sino sólo que protege contra la infección contra dos de 100 tipos de VPH. Además se sabe que pocas mujeres infectadas desarrollan el cáncer. Por la alta frecuencia de la infección se recomienda su aplicación a niñas de 9 a 12 años, antes del inicio de su vida sexual.
Una regla de oro en medicina es que nunca debe usarse un medicamento o vacuna que pueda causar mayor daño que el padecimiento contra el cual se emplea. No tiene justificación aplicar una vacuna a decenas de miles o millones de mujeres durante su niñez o adolescencia, cuyos posibles efectos adversos son desconocidos, y cuyo efecto protector no está comprobado, particularmente cuando el CaCU es curable. Por ello, científicos sin nexos con la empresa farmacéutica recomiendan más investigación antes de incluir la vacuna en el esquema básico.
En nuestro país urge fortalecer el primer nivel de atención para que desarrolle medidas integrales de promoción y prevención contra las enfermedades infecto-carenciales y crónico degenerativas. Para prevenir el CaCU es más importante practicar el Papanicolau que aplicar una vacuna incierta. El fortalecimiento del primer nivel permite, además, combatir de manera más eficaz las tres enfermedades que a más mujeres matan: diabetes, 8.5 veces más que el CaCU; las isquémicas del corazón, 5.5 veces más, y las cerebro vasculares, 3.4 veces más. Para ellas no hay ni habrá vacunas. Disminuirlas depende del combate contra sus determinantes sociales. Ése debe ser el compromiso.
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