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Pascual Serrano
El Gobierno colombiano de Álvaro Uribe ha presentado a la comunidad internacional como un éxito militar y político la muerte, el pasado sábado, de 17 miembros de la guerrilla de las FARC. Ayer, el periódico colombiano El Tiempo, propiedad de la familia del ministro de Defensa, difundía en exclusiva, como trofeo, la foto del cadáver del número dos de esa guerrilla, Raúl Reyes.
La versión de Uribe fue que las muertes se produjeron en combate y que los guerrilleros huyeron hacia suelo ecuatoriano donde fueron perseguidos y rematados por el Ejército.
El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, ya ha aclarado que, tras el envío de tropas ecuatorianas a la zona, se han encontrado 15 cadáveres, ubicados en un campamento ambulante que no operaba militarmente, sólo se desplazaba. También ha dicho que los guerrilleros se encontraban en paños menores y en pijama, por lo que “fueron masacrados desde el aire mientras dormían, una vez localizados mediante tecnología punta ofrecida por potencias extranjeras”.
Los acontecimientos se desarrollaron dos kilómetros al interior de suelo ecuatoriano, por lo que la soberanía de ese país fue violada deliberadamente, primero por aire para bombardear y posteriormente por tierra para recoger por lo menos dos cadáveres.
A pesar del alto nivel jerárquico de Raúl Reyes, número dos de las FARC, su función era nula en el ámbito militar y su papel ha sido siempre clave como interlocutor de los países amigos en la búsqueda de una solución dialogada al conflicto. Viajó de gira por Europa, reuniéndose con líderes políticos, incluidos los españoles, durante las conversaciones de paz con el presidente colombiano, Andrés Pastrana, entre 1998 y 2002. Anteriormente, se encontró con representantes estadounidenses en Costa Rica, en 1997.
Junto a Reyes murieron el pasado sábado su esposa Olga Marín y el músico Julián Conrado, quien compuso 15 discos en lo que se denominó “frente cultural” de las FARC, y también participó en las negociaciones de paz. Masacrar a esas personas bombardeándolas mientras dormían es el éxito militar que presenta Uribe.
En la última entrevista que concedió, tres días antes de su muerte, Raúl Reyes había planteado que las FARC “no subestiman la vía electoral mediante una gran coalición” y ofrecía “la superación de la crisis” con un Gobierno que “se comprometa con el canje de prisioneros y las salidas políticas al conflicto interno de los colombianos”.
No eran sólo palabras; tres días antes la guerrilla había liberado sin condiciones a cuatro de sus retenidos. El analista y miembro de la Comisión Asesora de Paz del Parlamento colombiano Carlos Lozano ha recordado que a través de Reyes “se realizaban los contactos de los facilitadores y misiones humanitarias en la búsqueda de salidas políticas al conflicto colombiano”, lo que dificultará a los países amigos o los negociadores internacionales para encontrar una salida política.
A todo ello se añade la preocupación que genera en la región la política colombiana de extender su guerra a los países limítrofes. El sábado bombardeaban e invadían territorio ecuatoriano, y ya en diciembre de 2004 un comando secuestraba en la capital de Venezuela, Caracas, al representante exterior de la guerrilla, Rodrigo Granda.
La masacre del 1 de marzo es lo más alejado a un éxito político y militar. Es un ataque a cualquier vía de solución del conflicto colombiano y un nuevo ejemplo del peligro que supone Álvaro Uribe para la estabilidad de la región, tal y como ya han advertido los presidentes Rafael Correa y Hugo Chávez.
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