Por María Teresa Jardí
A pesar de que todo ha sido debidamente programado para que el ser humano pierda la capacidad de pensar, desde lo primeros años de su vida, al menos, en México, las televisoras encendidas en todos los lugares públicos, incluidas las cafeterías universitarias, generan ruido e impiden estudiar y charlar. Los niveles sin que nadie se oponga y sin campañas en contra de que vecinos que escuchan también el ruido a altos niveles hagan, de paso, que otros los escuchemos también; los niveles de ese mismo ruido permitidos en los antros. Niveles tan altos que ni siquiera la mejor de las músicas puede ser disfrutada. Pero además, basura barata, el ruido que han acostumbrado a escuchar a los jóvenes.
A pesar de la baja calidad educativa ordenada por quienes detentan el poder en México —en la actualidad a nivel federal usurpándolo—, a los que a su vez les ordenan que así sea los extranjeros que los mandan. A pesar de que aceptamos todos —al no combatir cada minuto de nuestra larga o corta vida lo anterior y lo posterior— que nos conviertan en el pueblo mediocre deseducado por la telebasura devenida en telecracia.
A pesar de todo lo anterior y de mucho más que podría cada uno de ustedes señalar, sin duda, habla mal de los mexicanos el que no queramos hacer la tarea de ponernos a pensar, al menos, en lo que nos aqueja de manera circundante.
Que no se ocupen los maestros de la seguridad, por ejemplo, aunque la inseguridad los afecte también a ellos, a sus educandos, a sus familias y a las familias de sus educandos, amistades, etc., puede pasar, pero es inconcebible, por decir lo menos, inaceptable, más bien, criminal, canalla y miserable, que no se hayan preocupado los maestros por la orden de bajarle al nivel educativo cuando les llegó la orden inicial. Y aunque los de ahora, la mayoría quizá ya, sean hechura de la baja calidad educativa, muy mal, salta a la vista, habla de los maestros el sometimiento que han aceptado tener de la grotesca y perversa mujer enferma de avaricia que en la realidad es la sola dueña, entre otras cosas, del sindicato ¿de maestros?, evidente contradicción porque todavía no ha logrado que le regalen del todo la Secretaría de Educación Pública.
Claro que esa siniestra mujer iba a reventar aquí y en Chiapas y donde le dé la gana —la protege la impunidad que le garantiza el usurpador— la elección para imponer a sus huestes del SNTE.
Pero, me pregunto yo y se preguntarán, quizá, algunos de ustedes, ¿qué hacen en el SNTE los maestros cuando salta a la vista que tendrían que haberse unido a la CNTE, al menos, desde que surgió la CNTE? O, al menos, desde que Salinas convirtió, a la efectivamente bien caracterizada por lo también siniestra amén del parecido físico que ambos tienen como la madre del Chucky, en la dueña del aparato sindical de los maestros.
Qué esperaban los maestros yucatecos que no han tenido la dignidad de los maestros de Oaxaca. Que esa dignidad les ha valido la represión, el asesinato, las torturas y la cárcel, sí, es cierto. Pero a pesar de la propaganda en contra de la APPO de telecrática telebasura y de la prensa vendida, a pulso se han ganado el respeto de la sociedad oaxaqueña.
Que en la CNTE también ha habido traidores, por supuesto. La traición existirá mientras el hombre exista. Y lo mismo se puede decir de la corrupción y del abuso gubernamental en todas sus vertientes y del abuso del hombre por el hombre. Para castigar esos abusos surgieron los Estados de Derecho. Claro que, como aquí, lejos estamos de haberlo sido nunca, no sabemos ni lo que es poner candados la ciudadanía, que tampoco hemos sabido construir, ni el que las leyes no se ubiquen por encima ni de gobernados ni de gobernantes. Pero a pesar de la lamentable situación jurídica del narcoestado mexicano, individuos impresentables como la Gordillo llegan hasta donde el pueblo cobarde permite que lo hagan y es hora de que los maestros yucatecos no permitan otra imposición, al menos restándole al SNTE con su salida, la fuerza que sin maestros afiliados ni el usurpador puede mantenerle a esa mujer siniestra.
¿Qué más tenemos que esperar que ocurra a la cosa pública o cuántos agravios más tiene que sufrir la nación para que regresemos a la tarea de pensar los mexicanos?
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