Editorial
De acuerdo con la información disponible al cierre de esta edición, las elecciones realizadas en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) para renovar a sus órganos de dirigencia, pese a todas las irregularidades que las caracterizaron, pueden desembocar en una recomposición institucional de ese instituto, que en el ámbito federal es la segunda fuerza política del país.
Los comicios se caracterizaron por una abstención alarmante y por viejas e impresentables prácticas antidemocráticas, como el robo, embarazo y destrucción de urnas, compra de votos, papelería electoral marcada de antemano o manejada en forma poco clara y adulteración del sitio y de la hora de instalación de casillas. Ocurrieron también, aunque aisladas, algunas confrontaciones físicas. Tales vicios resultan deplorables en cualquier circunstancia, pero cobran relevancia particular en el caso del PRD porque uno de sus propósitos fundacionales es luchar por la democracia y la limpieza en los procesos electorales nacionales.
Las dos principales fórmulas se quejaron de irregularidades, pero la encabezada por Alejandro Encinas fue la que expresó la mayor parte de las quejas y la que señaló que las trapacerías habían afectado la “calidad de la elección”. La planilla de Nueva Izquierda (NI), con Jesús Ortega a la cabeza, afirmó, en cambio, que el comicio interno había sido legal y válido.
Con estos antecedentes, el triunfo de Encinas, prefigurado en las encuestas divulgadas por el propio partido, parece ser difícilmente impugnable por NI. Lo probable, en todo caso, y ciertamente lo deseable es que las cuatro tendencias que se disputaron los órganos de la dirigencia nacional y quienes pelearon por los cargos locales se aboquen a resolver las inconformidades particulares y a esclarecer las denuncias, lo cual no significa negociar posiciones, sino aplicar en forma escrupulosa los términos legales y las reglas que el partido se ha dado para solucionar sus controversias internas.
Estas tareas resultan indispensables para emprender –independientemente de los resultados oficiales y finales de la elección de ayer– la necesaria reconstrucción del PRD. En efecto, a lo largo de sus casi 20 años de existencia ese partido ha experimentado un inocultable desvío de su misión original, que no es tomar parte en la rebatiña por posiciones de poder y cargos de elección popular –lo que constituye, actualmente, la actitud de numerosos perredistas–, sino articular las causas y movimientos sociales del país con la institucionalidad política, a fin de procurar la transformación democrática de la segunda, y pugnar por un cambio de rumbo en el manejo de la cosa pública; es decir, ocupar posiciones de gobierno para ponerlas al servicio de las necesidades y aspiraciones de los sectores mayoritarios de la sociedad, los damnificados del neoliberalismo y del grupo oligárquico y privatizador que se mantiene en el poder, con los ajustes, los pleitos, las alianzas y las ampliaciones necesarias, desde hace dos décadas.
Para preservar una mínima estabilidad política, emprender la necesaria restauración institucional en el país e impulsar el cambio de política económica que le urge a la mayoría de los mexicanos, es indispensable un PRD fortalecido, cohesionado sin merma de su diversidad y claro en sus objetivos y de sus métodos. Cabe esperar que la elección de ayer contribuya a construir tales condiciones en el partido del sol azteca.
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