Luis Hernández Navarro
Cuando los niños de San Salvador Atenco dibujan su pueblo en los periódicos murales de sus escuelas, reproducen escenas en las que policías y helicópteros atacan a los pobladores. En sus viñetas aparecen hombres en prisión y víctimas de la violencia de las fuerzas del orden. Ellos no vivieron directamente la represión gubernamental, pero fueron marcados sicológicamente por los golpes que sus familiares y vecinos recibieron.
Cuando llega la hora del recreo o el momento de esparcimiento en las tardes, esos mismos niños evitan jugar a policías y ladrones. ¿Acaso hay algún pasatiempo infantil en el que los malos persigan a los malos? Prefieren jugar a los zapatistas y a los traidores. Unos se cubren el rostro con un pasamontañas, los otros deben enfrentar la indignidad de no defender su tierra.
La herida está abierta y los pobladores de Atenco se niegan a olvidar. Hace casi dos años, el 3 y 4 de mayo de 2006, más de 3 mil 500 agentes de distintas corporaciones policiacas desbarataron brutalmente una protesta campesina. Más de 200 personas, entre las que se encontraban nueve menores, fueron detenidas sin orden de aprehensión, salvajemente golpeadas y torturadas. La mayoría de las 47 mujeres que fueron presas sufrieron abusos sexuales.
Veinticuatro meses después permanecen en la cárcel 16 personas. Trece de ellas se encuentran en el penal del Molino de Flores. Tres más están en la penitenciaría de alta seguridad de Almoloya, junto a traficantes de drogas y secuestradores.
Ignacio del Valle, Felipe Álvarez y Héctor Galindo fueron condenados a 67 años y medio de prisión. Se les acusa de secuestro equiparado y ataque a las vías de comunicación. Los dos primeros son campesinos y tienen 52 años de edad. Héctor Galindo es abogado y se encuentra en sus treintas. Sus condiciones carcelarias son muy difíciles. A cualquier hora son sometidos a exámenes en los que son desnudados.
Siguen procesadas, en libertad bajo fianza, otras 70 personas, habitantes en su mayoría de Atenco y los pueblos aledaños. América del Valle, hija de Ignacio, se encuentra prófuga. Las autoridades le negaron un amparo.
Los responsables gubernamentales de la represión y los abusos están libres. Enrique Peña Nieto, gobernador del estado de México, ocupa su tiempo en aparecer en las revistas del corazón presumiendo sus últimas conquistas amorosas. Eduardo Medina Mora fue nombrado procurador general de la República. El vicealmirante Wilfrido Robledo trabaja para Carlos Slim y espera el momento de reinsertarse en la administración pública.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) resolvió en febrero de 2007 indagar si en Atenco se violaron los derechos humanos. El ministro José de Jesús Gudiño prepara un proyecto de sentencia que se pondrá a consideración del pleno de la Corte y, en su caso, establecerá criterios sobre los límites de la acción de la fuerza pública. La resolución no tiene efecto vinculatorio, pero podría reconocer la comisión de graves violaciones a las garantías individuales.
Aunque ya evitaron su construcción una vez, sobre los pobladores de Atenco se mantiene viva la amenaza de edificar un nuevo aeropuerto, ahora en un terreno federal donde se encuentra el lecho del lago de Texcoco. A pesar de que el decreto que expropiaba sus tierras se abrogó en agosto de 2002, las autoridades siguen abriendo vialidades en el territorio que abarcaba.
En las comunidades aledañas la mancha urbana devora los campos de labranza y el agua. Líderes ejidales hacen negocio cambiando el uso del suelo y vendiendo predios a grandes inmobiliarias, especialistas en levantar viviendas como si fueran gallineros y en construir grandes complejos comerciales.
Pero los habitantes de Atenco resisten. Quieren vivir en paz, ser lo que han sido. Siembran maíz, alfalfa, calabaza, frijol y haba. Cultivan jitomate en invernaderos. Extraen del lago espirulina, alga conocida por sus cualidades alimenticias, y la procesan.
Su organización, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, sigue vivo. Hacen asambleas, impulsan proyectos productivos, buscan liberar a sus presos, se solidarizan con otras luchas y no olvidan los abusos sufridos. No perdonan el agravio que sufrieron. Mantienen viva la memoria y la indignación.
“Somos descendientes de Nezahualcóyotl”, dicen los habitantes de Atenco. La sangre del coyote que ayuna, del tlatoani de la ciudad-estado de Tezuco, del hombre sabio que murió en 1472, corre por sus venas. En sus tierras, aseguran, vivieron las esposas, concubinas e hijos del poeta y monarca. El mito sostiene que sus restos están enterrados en la iglesia del poblado.
Nezahualcóyotl, cuenta la historia, supo recuperar el reino que su padre perdió a manos de Tezozómoc, señor de Azcapotzalco. Con astucia e inteligencia evitó su propia muerte, organizó la resistencia contra la tiranía tepaneca, vengó el asesinato de su padre y recuperó el trono en 1429. Muchos en Atenco han sacado la lección y tienen presente esa experiencia.
Amor por la tierra, vínculo profundo con el terruño, identidad con sus raíces, deseo de justicia, organización, voluntad de seguir siendo quienes son, dan a los habitantes de Atenco fuerza y horizonte. A dos años de la represión, el movimiento de los descendientes de Nezahualcóyotl sigue vivo. Los dibujos y los juegos de sus niños lo recuerdan día a día.
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