martes, abril 01, 2008

El mundo por venir


Michel Balivo

(Viejos y modernos mitos)


Todo el drama humano se origina en que el tiempo futuro predomina en nuestra conciencia. El hecho de que intentemos compararnos con la naturaleza y definirnos como parte de la escala zoológica, no hace más que evidenciar que no tenemos una identidad definida, que desde el mismo principio hemos intentado superar, liberarnos de las limitaciones naturales.

Toda nuestra historia, nuestro conocimiento, nuestra organización social e instituciones, nuestra búsqueda de felicidad o realización, y sobre todo nuestra capacidad de transformar la naturaleza acorde a nuestras necesidades, son testimonio de que intentamos encontrar o darnos una dirección a futuro. De que por mucho que lo intentemos no logramos identificarnos de un modo estable con objetos o entidades externas, con otridades.

Por ende no son los dogmatismos, los determinismos insuperables los que nos definen, sino nuestra creciente libertad de decidir entre circunstancias, nuestra capacidad de concebir y darnos las formas de vida que elegimos. Nuestro esencial impulso libertario trascendente a todo límite, incluyendo el de la muerte, es justamente el trasfondo subyacente al sentimiento religioso y todas sus búsquedas.

En sencillo, nuestra posibilidad y nuestra cruz es la libertad de elegir en cada generación, en cada conciencia, como queremos vivir. Por eso hagamos lo que hagamos, ocupemos el rol social que ocupemos, heredemos y cultivemos los hábitos y creencias que sean, nuestras miradas siempre exploran lejanos horizontes, están lanzadas a reconocer futuros posibles.

Un enfoque posible de esos futuros es paradójicamente el de la memoria. Por ejemplo, para hacer viable la producción de alimentos transitando de trashumantes a sedentarios, es necesario reconocer la ciclicidad de las estaciones climáticas, para poder planificar acertadamente la producción anual necesaria y los momentos oportunos para realizarla.

Nos demos cuenta o no las estaciones climáticas no se repiten en el mundo. Para un ser que no tenga memoria la primavera siempre sucederá por primera vez y no tendrá nunca la capacidad de prevenir, evitando repetir situaciones angustiantes de carencia sufridas. Por tanto una estación climática solo se repite en la memoria, jamás en el mundo.

Si ampliáramos este enfoque más allá de los intereses inmediatos personales, de grupo, de una nación, hubiese resultado evidente que una economía basada en la ganancia de unos y la pérdida de otros, es decir en “negocios” dentro de un ecosistema de recursos agotables, solo podía conducir acumulativamente a la pobreza y miseria de los más para el beneficio de los menos, desestructurando toda organización social y colapsando nuestro hábitat.

De ese modo nos hubiésemos ahorrado muchos conflictos crecientes que terminan estallando en guerras entre los ganadores y los perdedores. Yo no se uds., pero yo cuando menos preferiría jugarme la vida al azar con una mínima oportunidad de ganar al menos, a tener por alternativas morir de un tiro o de hambre.

Si no se han dado cuenta aún por cual mundo caminamos y lo que nos rodea, les cuento que la FAO termina de pedir urgente, perentoriamente 500 millones de dólares a los países desarrollados para poder seguir alimentando día a día, a 73 millones de personas en 80 países que no tienen otro modo de hacerlo.

Otra vía para acercarse al futuro es la intuición. Cuando el mundo aún no tenía dueño, cuando Dios no había vendido el planeta a las corporaciones transnacionales ni los satélites nos mostraban segundo a segundo los detalles de cada oscuro rincón del mundo, cuando la imaginación aún podía jugar a la aventura de lo desconocido, había gente que disponiendo del apropiado conocimiento tenía la suficiente intuición y valor, para arriesgarse a apostar a una visión de futuro que sentía posible y de la que muchos ciegos y tuertos se burlaban.

Así fue como se hicieron en su momento grandes fortunas, grandes avances sociales, o tal vez simplemente se lograron grandes satisfacciones, trayendo a ser en el mundo un futuro que en principio solo estuvo en la imaginación. En este caso la memoria se combina de diferentes modos con la imaginación, exigiendo una mayor cantidad de energía sicológica para afrontar el riesgo, para trascender los hábitos.

Otro ejemplo es el de Einstein y su soñada solución de la fórmula de la relatividad, pero no antes de tener toda la información y el ejercicio mental necesarios para llegar a esa situación de tensión creativa. Aquello puso las bases para un nuevo mundo, incluyendo a la bomba atómica.

Hoy hemos evolucionado tanto que el apostar la vida a inciertas opciones futuras, no es ya el privilegio de algún gran sensitivo sino la obligación de todos y cada uno de nosotros. Es una consecuencia lógica porque nuestro más lejano futuro posible tiene por límite la muerte, por tanto al acelerarse el tiempo, al acercarse el fin, se aumentan las apuestas a todo o nada.

Entre muchos otros motivos hay un partido político que para mantenerse en el gobierno de su país, necesita convencer a su población de que están rodeados de caníbales terroristas que apetecen sus redondeces. Necesitan aterrorizarlos de tal modo que se sientan de nuevo en el mundo de pan y circo de los romanos, un pequeño retroceso mental a la atmósfera a unos miles de años atrás. Quieren reducirlos a una situación como la de los tres monitos que se tapan los ojos, los oídos y la boca.

Su función es quedarse encerrados en casa, hipnotizados con una cajita que emite imágenes y sonidos para informarles de lo único que necesitan saber, para calmar la agobiante realidad que viven disociándolos con los mundos felices virtuales. Salvo cuando una cinta transportadora los lleva de casa al trabajo y vuelta a casa.

Con un chip subcutáneo que les inyectan al nacer e informa de cada uno de sus movimientos. Pero tal vez pronto hasta puedan estimularnos sensaciones placenteras directamente al cerebro para amaestrar nuestras reacciones como ratas de laboratorio, mientras vamos por el mundo con lentes que proyectan escenas virtuales.

Estos no son los cuentos de ciencia ficción que leíamos hace unas décadas, está en marcha, ya está sucediendo. Porque la sofisticada tecnología fruto del sudor de miles de generaciones, la capacidad de prevenir repeticiones que tal conocimiento posibilita, está siendo usada para evitar la igualdad social, eternizar la esclavitud, para convertir al ser humano en un animal doméstico.

¿Por qué? Simplemente porque el ser humano ha sido siempre postergado y sometido a entidades divinas que exigían sacrificios y religiones que organizaban y ejecutaban las generosas dádivas y ofrendas de los temerosos creyentes. Esos rituales y creencias los heredaron las hijas de los dioses, las ideologías y las entidades abstractas, descarnadas, del Estado así como el para-estado corporativo.

Hoy el ser humano sigue postergado y sometido al desarrollo y acumulación del capital, al dios dinero. Cuando el dinero no es más que una representación del valor de los bienes con utilidad para facilitar intercambios, es decir un valor de trueque.

En lugar de usar la tecnología y sus bondades para posibilitar su creciente libertad y disfrute, se multiplican las policías secretas, el terror y las guerras que traigan a flote todos sus temores y fantasmas, lo más bajo de su siquis. ¿Cuál es la prioridad y que haremos crecer pues? ¿El dios del dinero y su insaciable sed de sangre joven y bienes? ¿Seguiremos jugando a la ruleta rusa con los alimentos, salud, vivienda, educación y el ecosistema todo?

La muerte está inevitablemente en el futuro cercano, algo ha de morir y algo ha de renacer para seguir adelante. Muchas cosas han de morir de muchos modos, porque el futuro comienza a hacerse cercano en la aceleración y la intensidad de las experiencias que vivimos. Podríamos por ejemplo preguntarle a EEUU, ¿cuántos muertos y esclavos nos costará esta vez la libertad y la democracia que nos ofrecen? ¿Uno, dos, cinco, diez, cien, mil millones?

Yo les puedo asegurar sin temor a equivocarme que en una economía de complementación planificada entre naciones, no basada en el robo de las ganancias o en la generación y acumulación de capital, bastaría en la mayoría de los casos con que cada cual trabajara cuatro horas para que todos satisfaciéramos cómodamente nuestras necesidades.

El resto del tiempo cada cual estaría en libertad de usarlo como mejor quisiera, para el desarrollo y enriquecimiento de su persona y comunidad. Dígame ahora uds. si frente a esta posibilidad al alcance de la mano, frente a ese futuro ya avizorado por nuestra mirada, tiene algún sentido la propuesta neoliberal de que cada cual se las arregle como pueda. Una mente humana no disociada, no disociaría tampoco el trabajo de sus frutos, ¿verdad?

Solo el temor a no conseguir o perder a futuro lo necesario a satisfacer las necesidades, solo el ensimismamiento resultante de tales conductas, puede hacer que soñemos compensatoriamente grandes e inútiles posesiones, que hoy ya es evidente que solo unos pocos pueden alcanzar sacrificando y esclavizando a los demás a sus temores y deseos.

No hay otro motor que el temor para impulsar y aceptar tan estúpidos sueños, que solo sirven para postergar lo que tanto esfuerzo y sudor ha costado alcanzar pero hoy ya está disponible. Si el estado de nuestra mente es tal que aún necesitamos mitos, si aún necesitamos conceptos abstractos como patria o nación para identificarnos, pues que los mitos sean de libertad y disfrute aquí y ahora, que la patria y la nación sea el mundo como hogar de la humanidad, para que ya nuca aceptemos postergar el ser humano presente y existente ni sacrificar su vida cual precio para ningún falso logro.

Que sean el mito de la vida y la muerte los que luchen en la mente colectiva, hasta que una masa crítica se haya identificado ya con la vida y no acepte sentimientos, pensamientos, sensaciones, ni mucho menos acciones manchadas de violencia. Sabiendo que cada acción contamina o contagia, reproduciendo su violencia o su paz.

Mientras el temor y las instituciones represivas, estatales o familiares, sean las que rigen nuestras conductas, es un poco ingenuo esperar encontrar ciudadanos que hayan desarrollado una conciencia ética, que tomen libremente decisiones porque su experiencia les ha demostrado que esa dirección de acción es la más ajustada a la estructura vital.

Hoy en día ya resulta vano seguir insistiendo en cual alternativa es la mejor, ¿me ocupo de mi mismo o de los demás? El ser humano es una función abierta e interdependiente de su entorno, por tanto la única respuesta viable al mismo es complementarnos, “crecer juntos”. Porque la alternativa de parasitarlo y crecer a su costa solo puede conducirnos al suicidio.

Volvamos al principio. Comenzamos diciendo que el drama humano se origina en el predominio que tiene el tiempo futuro, lo por ser, en nuestra conciencia. Que nuestra esencial posibilidad y nuestra cruz son la libertad de elegir, de decidir entre formas de vida. De allí partimos y allí volvemos inevitablemente girando en círculos.

Hemos concebido y traído a ser historias, mundos y personalidades capaces de desenvolverse en ellos, en ese fluir de la vida hacia el tiempo futuro, por venir a ser, que por mucho que parezca acercarse nunca termina de llegar. Pero no nos hemos dado cuenta y/o no hemos asumido que nuestra naturaleza esencial es la libertad de elegir, concebir e implementar.

El predominio del futuro y la libertad de elegir lo que somos y en consecuencia manifestamos y hacemos, conlleva las alternativas del temor y la fe. Si tememos al futuro inevitablemente desearemos aferrarnos y/o pertenecer a o poseer paisajes, personas, bienes, para calmar nuestros temores o experimentar la ficticia seguridad de la muerte de lo que somos.

Es así, concibiendo y eligiendo esa alternativa, como nuestras miradas han dado dirección a nuestras conductas construyendo los mundos que ahora experimentamos. Pero aún nos espera y nos queda por experimentar y desarrollar la alternativa de la fe. Esta presupone reconocer que la libertad es nuestra más íntima y esencial naturaleza, es decir lo que somos.

¿Existe acaso la posibilidad de negar o huir de lo que somos? ¿Tiene sentido vivir temiendo a nuestro propio ser? Pues eso fue lo que nos enseñaron, así nos educaron. Diciéndonos que nacemos en pecado y somos niños malos, desobedientes. El ser humano es el peor de los animales. Y como tenemos la capacidad y el poder de concebir e implementar nuestras creencias en formas de vida, pues allí tenemos a la vista los resultados inevitables.

Tal vez ese mito de la desobediencia que amerita que no se nos quiera ni acepte, que se nos destierre y convierta en parias que no pertenecen a nada ni nadie, es decir que se nos condene a la pérdida del paraíso, no hace más que sintetizar plásticamente en la imaginería popular, la lucha intergeneracional que aún hoy resulta obvia en la etapa de la adolescencia.

La libertad de elegir ser lo que somos, se escenifica inevitablemente como conflicto cuando cada nueva generación llega a la edad y capacidad de manifestar su propio paisaje íntimo. Entonces se presenta la alternativa de acomodarse a lo heredado y establecido como animales domésticos, para asegurar el plato de comida pero sobre todo para no afrontar el temor del destrato, del destierro emocional, como si no fueses nada, nadie. Allí yace la profunda raíz del temor, del conflicto y la decisión inevitable.

O te ajustas negándote y traicionándote a ti mismo, o te comprometes íntimamente con lo que eres y manifiestas, con lo cual no te queda sino afrontar el conflicto de ser llamado traidor a los hábitos y creencias imperantes, “que todo te lo han dado y gracias a cuyo sacrificio eres hoy lo que eres”. De ese profundo conflicto y contradicción íntima nace toda la violencia y también toda creatividad social.

Afuera, miremos adónde miremos, no vemos más que ese íntimo conflicto, cual guión de los argumentos reflejados en el espejo social del mundo en plena dinámica. Por eso las mareas de la historia no podían traernos sino a las puertas de ese mismo conflicto del que ingenua e instintivamente deseamos escapar, decidiendo no decidir, que es como decir que lo aceptemos o neguemos, estamos vivos e inmersos en el mundo heredado y en capacidad de elegir.

Si observamos las opciones que nos presenta el escenario continental y mundial, yo creo que los futuros posibles ya están a la vista, así como también las repeticiones del pasado. Nos toca cultivar la intuición y el riesgo o el aferrarnos a lo conocido, cuyo tropismo nos conduce rápidamente hacia la prehistoria humana y la barbarie. ¿Tiene algún sentido intentar adaptarse a un mundo inviable que se desmorona?

Lo que en estos momentos históricos ya no tiene cabida es la continuidad lineal. O avanzamos o regresamos al pasado, o evolucionamos o involucionamos, y todo ello sucede cada vez más aceleradamente. Los científicos terminan de confirmar el deshielo de un enorme bloque del casquete polar, a una velocidad que desborda todos sus modelos estadísticos.

En momentos de intensidad como estos, la convivencia de la vida y la muerte, de la destrucción y la creatividad, se hacen más evidentes y no dejan lugar para mirar hacia otro lado o focalizarse en uno solo de ellos. Nos toca elegir qué ha de morir y que ha de nacer, que ha de abrirse camino y que no tendrá ya más lugar dentro y fuera de nosotros.

En diciembre se conformó el Banco del Sur en Buenos Aires, y ahora termina de hacerlo el Banco del Alba en Caracas. Entre ambos tenemos ya diez países que conciben, ven, apuestan y comienzan a construir el mundo por venir. En el que cada uno aporta según su capacidad y recibe según su necesidad, porque la dirección es de equilibrio gradual de asimetrías desde el entendimiento que solo crecer juntos es viable. Cada nación tiene allí un voto del mismo valor. Lo mismo que para una nación es para una familia y/o persona. Todo lo que se mantenga cerrado y ensimismado, todo lo que continúe afirmando diferencias se desadapta, avanza velozmente hacia la regresión y desintegración. Todo lo que se abre y desplaza hacia la complementación creciente de diferencias, inicia un proceso natural de gradual integración.

En la organicidad de la existencia la separación solo puede ser un sueño, porque la interdependencia es absoluta e inevitable. Intentemos separar a los reinos inferiores de los superiores, a las ciudades del campo, a los géneros sexuales, al agua del aire.

Por eso cuando hablamos de integración no nos referimos a la unidad de lo viviente, sino a la conciencia que cae en cuenta de sus sueños y de las conductas consiguientes, corrigiéndolas, ajustándolas a la existencia. Esa es la función práctica de la religión cual función inherente a la conciencia humana y no cual institución secular de culto, descargar la siquis de las fuertes tensiones que sus conductas erróneas le generan, volver a unir la mente superficial, la personalidad epocal disociada con la unidad subyacente de la mente profunda, sentida.

¡Vaya paradoja y broma! Ser libres por naturaleza, tener que autoconcebirnos, elegir y decidir futuros y formas de vida auque sea decidiendo no decidir. No poder negar lo que somos por mucho que lo intentemos, porque solo logramos convertir la vida en un calidoscopio que girando sin fin siempre nos trae nuevamente al punto de partida, dejándonos por única salida de tal callejón el atrevernos a aceptar y ejercer lo que somos.

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