Julio Pimentel Ramírez
Mientras en el mundo se cierne la sombra del hambre, cuyos efectos devastadores amagan convertirse en una verdadera hecatombe universal que podría desembocar en estallidos sociales de impredecibles dimensiones, según reconocen organismos internacionales, en México la clase en el poder avanza en su estrategia privatizadora que pretende culminar la entrega de los recursos naturales de la nación a las grandes empresas transnacionales, mismas que son corresponsables de sumir a la humanidad en un presente sin perspectivas para miles de millones de personas.
La pobreza y miseria de más de la mitad de los mexicanos, que es la verdadera catástrofe nacional al lado de otros severos problemas del país (narcotráfico, inseguridad, desempleo, migración, desintegración familiar, frustración juvenil, pérdida de identidad y soberanía, por sólo mencionar algunos de los eslabones del rosario de males nacionales que padecemos), subyace en la disputa por el petróleo.
En realidad se trata de la confrontación de dos proyectos de nación. Por un lado el neoliberal, muy definido y que se viene aplicando en México desde hace más de veinte años, que cuenta con inmenso poder económico, con fuerzas sociales que lo respaldan consciente o inconscientemente, así como con poderosos instrumentos mediático e ideológicos y con partidos políticos a su servicio (PAN y PRI, principalmente).
Por el otro, un proyecto alternativo de nación que desde la oposición se abre paso en condiciones complejas, con avances y retrocesos pero siempre intentando defender los intereses de la mayoría de los mexicanos excluidos del desarrollo y también de aquellos que consideran que la nación tiene futuro si se supera la inequidad y la pobreza, a través de una vía pacífica y democrática.
La cascada de desinformación que vierten la mayor parte de los medios de comunicación, pretende ocultar el fondo de la discusión en torno a la disputa por la renta petrolera. Según ellos de un lado se encuentran los que se preocupan por la modernización que le permita llegar a PEMEX a las aguas profundas, sitio donde se encuentra un “tesoro” que se le repartirá a los mexicanos a través de la adquisición de “bonos ciudadanos” de cien pesotes cada uno (que en volumen son un jugoso manjar para banqueros); por el otro -dicen los medios- se encuentran los millones de necios manipulados por un ambicioso, delirante y mesiánico individuo de origen tropical, que añoran un pensamiento nacionalista añejo y anacrónico.
La realidad es otra: se trata del petróleo y de la política que se desea aplicar en México. Si bien la forma y el contenido en que se ha explotado el petróleo durante muchos años se encuentra agotada (PEMEX fue el sustento fiscal del régimen mexicano, que le permitió atender necesidades sociales y con ello paliar contradicciones entre los mexicanos; también fue un instrumento que facilitó el enriquecimiento de la burguesía parasitaria y fuente de inconmensurable corrupción sindical y de altos funcionarios de la paraestatal), eso no significa que el camino para que se convierta Petróleos Mexicanos en una empresa moderna, productiva y competitiva, sea el de la apertura, abierta o encubierta, al capital privado.
Los intentos del gobierno calderonista, sus patrones transnacionales y sus aliados por convicción y de ocasión, por mantener la discusión sobre la reforma energética en las “aguas profundas” de la ignorancia, sin que fueran tomadas en cuenta las propuestas de quienes defienden el dominio del Estado sobre el petróleo, como lo marca la Constitución, han fracasado y ahora las posiciones se ventilan públicamente aunque aún pretenden culminar el proceso privatizador iniciado hace algunos años, ajustando tácticas y estrategia.
Evitar el albazo legislativo que fue un triunfo del movimiento en defensa del petróleo, pequeño pero no por eso intrascendente, significó poner sobre el tapete de la discusión otra arista de la realidad nacional: las limitaciones y contradicciones del entramado institucional que confronta la democracia representativa (crisis de los partidos políticos y de sus legisladores) con la democracia participativa, que en México tiene mucho camino por andar.
Enfrentar con éxito la entreguista y privatizadora reforma petrolera, solamente será posible si se combinan acertadamente la resistencia civil pacífica con las acciones de los legisladores del Frente Amplio Progresista, que en el caso de los perredistas deberán mostrar congruencia ente palabras y hechos, más allá de sus diferencias.
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