jueves, mayo 15, 2008

La exaltación

Luis Hernández Navarro

Duró apenas poco más de un par de semanas de 1958. Explotó en escasos 11 días. El movimiento estudiantil contra el incremento en la tarifa de los pasajes del transporte urbano inauguró un ciclo de movilizaciones estudiantiles de masas donde la izquierda tendría amplia ascendencia.

La protesta juvenil prendió tan rápidamente porque estaba alimentada por las llamas del descontento obrero y magisterial. Al reventar, calentó aún más la atmósfera política. Polvorín inadvertido que estalló a finales de agosto –a unos cuantos días del último Informe Presidencial de Adolfo Ruiz Cortines–, tomó por sorpresa a una clase política arrinconada por una vigorosa insurgencia obrera.

En el hervidero de la inconformidad social de aquellos días el movimiento fue expresión del malestar que vivían los estudiantes y sus familiares ante el incremento en el costo de la vida. Alejado de las demandas sectoriales, dio cauce a un hartazgo social acumulado. “La ambición desmedida del pulpo camionero lesiona la economía popular”, decían las mantas que sacaron a las calles quienes protestaron en aquellas jornadas.

La protesta prende cuando un grupo de estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), provenientes del interior del país, deciden buscar una causa justa que enarbolar para potenciarse en la disputa por la dirección de la sociedad de alumnos. Teniendo como referencia el descontento existente en la ciudad de Monterrey, por el aumento en el precio de los pasajes del transporte público, y el rumor de que una medida similar era inminente en la ciudad de México, deciden convocar a la movilización contra el alza. Su convocatoria encuentra eco rápidamente y desborda sus intenciones originales.

Desde hacía casi un año antes, la Alianza de Camioneros de México, que agrupaba 96 líneas de camiones urbanos, había demandado al gobierno de la ciudad de México aumentar las tarifas. La solicitud había provocado un malestar difuso entre la población capitalina y había prendido las luces de alarma. (José René Rivas Ontiveros. La izquierda estudiantil en la UNAM)

La preocupación se hizo más tangible cuando, a finales de julio de 1958, la Comisión de Transporte del Distrito Federal presentó un dictamen en el que recomendaba subir el salario de los choferes, mejorar sus condiciones laborales y autorizar un incremento de 10 centavos en el pago de los pasajes. El 11 de agosto, el gobierno del Distrito Federal aprobó el aumento.

El 22 de agosto, las protestas universitarias comienzan. Un grupo de jóvenes estudiantes se dirige a la terminal de la línea de autobuses Villa Obregón-Bellas Artes para hacer un mitin. Choferes y cuidadores los recibieron con palos. Horas después los estudiantes regresan, prenden fuego a las instalaciones y secuestran autobuses. Por toda la ciudad se suceden tomas de camiones y enfrentamientos.

Esa misma mañana frente a la Facultad de Derecho, Carlos Ortiz Tejeda, estudiante de leyes proveniente de Coahuila, que muy pronto destacaría como uno de los dirigentes del movimiento, se puso frente al autobús de línea que a toda velocidad avanzaba por la calzada universitaria para obligarlo a detenerse. El camión era conducido por un joven que, en lugar de frenar, aceleró más. Seguro de que el chofer iba a frenar, Ortiz Tejeda no se movió de su sitio, hasta que Alfredo V. Bonfil –quien, años después, ya como dirigente de la Conferderación Nacional Campesina, moriría en 1971 en un accidente de avión nunca esclarecido– se lanzó sobre él para evitar que fuera arrollado. Ortiz Tejeda resultó ileso, y Bonfil herido. La noticia del accidente se esparció y provocó que los ánimos se encendieran aún más. La universidad estaba prácticamente parada.

En días siguientes ocurrieron más secuestros de camiones. Los estudiantes llegaron a tener más de 300 unidades. Se apoderaron de Radio Universidad. El 23, a bordo de los autobuses retenidos, centenares de universitarios, en medio de una gran algarabía, se trasladaron al Zócalo para realizar un mitin. Al movimiento se sumaron politécnicos y normalistas. Juntos formaron, días más tarde, la Alianza Tripartita. Varios choferes se solidarizaron con el movimiento.

El Ejército salió a las calles y se instalaron retenes militares en las inmediaciones de los centros educativos. Las autoridades capitalinas advirtieron que pondrían orden. El rector Nabor Carrillo reconoció que el conflicto tenía profundas raíces sociales.

El 25 de agosto, bajo el influjo del movimiento de los maestros de primaria del Distrito Federal, un grupo de estudiantes de la Facultad de Derecho forma la Gran Comisión Estudiantil (GCE), para evitar que las organizaciones existentes se montaran y dirigieran la lucha.

La GCE formuló un pliego petitorio de cinco puntos: abolición del monopolio camionero, expropiación de las líneas de autobuses por causa de utilidad pública, condiciones favorables para los trabajadores del volante, mejoramiento del servicio sin aumento de tarifas y libertad inmediata de los detenidos, así como el retiro del Ejército de las calles.

El martes 26 se realizó una nueva manifestación desde el Monumento de la Revolución al Zócalo, a la que asistieron muchos contingentes obreros. Ese mismo día, integrantes de la GCE se entrevistaron con Benito Coquet, secretario de la Presidencia, para informarle sus demandas.

Un día después, la Secretaría de la Presidencia entregó la respuesta a una comisión estudiantil. En el documento se respondió que: a) se suspendía temporalmente el aumento de tarifas autorizado; b) se ponía en ejecución el plan para un mejor servicio de transporte para los estudiantes, y c) se ampliaba la Comisión de Transportes del Distrito Federal con representantes de otros sectores sociales. La asamblea universitaria rechazó la posición gubernamental.

El 30 de agosto, un día antes del Informe presidencial, se efectuó la última manifestación convocada por la GCE. Miles de personas tomaron nuevamente las calles.

Una comisión asistió con el presidente. Seductor, Ruiz Cortines pidió a los militares que lo resguardaban y a su equipo de seguridad que salieran. Ante la preocupación de los mandos, preguntó: “¿con quién puede estar más seguro el presidente si no es con los jóvenes?”

Cuando el representante estudiantil, acostumbrado a recitar los poemas de la época, leyó con voz rimbombante el pliego petitorio, el mandatario le dijo: “¡Parece usted declamador!” Y cuando al dar respuesta a las demandas Carlos Ortiz Tejeda le insistió en la salida inmediata del Ejército de todas las instituciones superiores de educación pública, el jefe del Ejecutivo le reviró: “¿También de la Escuela Superior de Guerra?”

Finalmente, Ruiz Cortines respondió a las cinco demandas estudiantiles señalando que: a) se suspendía el aumento autorizado a las tarifas; b) se analizarían las condiciones de trabajo de los trabajadores del volante, para corregir las deficiencias que pudieran existir; c) se harían propuestas de métodos para brindar una prestación eficaz del servicio; d) se liberarían a estudiantes detenidos, en caso de haberlos, y c) se retirarían las fuerzas de seguridad del orden público que custodiaban las instituciones de cultura superior.

Cuando los comisionados se trasladaron al Zócalo a informar de la plática, la multitud los abucheó y los acusó de vendidos y traidores.

Finalmente, entre divisiones, acusaciones, deslindes y reproches, el movimiento acordó dar por terminadas las movilizaciones el 2 de septiembre.

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