Luis Hernández Navarro
En no pocas ocasiones la fuerza pública macaneó, pateó y persiguió a los maestros y sus dirigentes
Nombre de la obra: retrato de la familia política y sindical en Bellas Artes hace medio siglo. Fecha: 15 de mayo de 1958. Al centro se encuentra el presidente Adolfo Ruiz Cortines, en su último año de gobierno. Lo acompañan: Enrique W. Sánchez, secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Jesús Robles Martínez, Manuel Sánchez Vite (el Elba Esther Gordillo de la época) y el doctor Manuel Sandoval, subsecretario de Educación.
Celebran, como se hace cada año desde 1918, el Día del Maestro, porque, según se desprende del decreto firmado por el entonces presidente Venustiano Carranza, el maestro es “factor decisivo del progreso de la nación, forjador del alma nacional, por la educación que imparte a las masas”.
En la ceremonia oficial, el presidente Ruiz Cortines está muy molesto con los profesores de primaria del Distrito Federal. Desde el 16 de abril los mentores suspendieron labores, exigiendo un aumento salarial de 40 por ciento, y el reconocimiento de sus representantes sindicales seccionales encabezados por Othón Salazar, nombrados en un Congreso de Masas efectuado en el Rancho del Charro, año y medio antes. Y, desde el 30 de abril de 1958, realizan una asamblea permanente en las oficinas de la Secretaría de Educación Pública (SEP), que es un dechado de organización y disciplina.
Los mentores democráticos se rebelaron contra los pésimos salarios, las malas condiciones de trabajo, los materiales pedagógicos inservibles, los representantes sindicales espurios, las autoridades educativas despóticas e ineficientes, la ausencia de justicia. No querían seguir siendo los trabajadores abnegados a los que cada 15 de mayo se les rendía tributo verbal, pero que el resto del año debían aguantar todo tipo de maltratos. Por eso, desde el inicio de su protesta reivindicaron “una lucha frontal contra la condición de apóstoles, que se nos da para sumirnos cada día más en el hambre y la miseria”. (El Nacional, 26 de julio de 1956).
Pero en el Día del Maestro el mandatario está enfadado. Según la mitología oficial de la Revolución Mexicana los docentes deben ser servidores públicos capaces de sacrificar sus necesidades gremiales en función de los intereses nacionales, correas de transmisión de saberes estatales, semiprofesionistas leales con sus empleadores. Y así se lo dice en su discurso. “La tarea del maestro –afirma– entraña excepcionales responsabilidades ante sí mismo y ante la patria, que cada maestro en cualquier circunstancia debe enseñar invariablemente con su ejemplo, su esfuerzo y su interés por elevar sus virtudes ciudadanas y en mostrar su solidaria actuación con los intereses nacionales.”
Al regaño presidencial le siguió la concesión. Magnánimo, Ruiz Cortines anuncia, como ha sido costumbre hacerlo los Días del Maestro, un inminente aumento salarial a partir del primero de julio. Precavidos, los maestros mantuvieron la huelga hasta que el 3 de junio se hizo público el monto otorgado.
Entre Buenavista y la Plaza de Santo Domingo
El último año de gobierno de Adolfo Ruiz Cortines fue atravesado por un verdadero sismo social. Su epicentro se localizó entre Buenavista (sede central de los ferrocarrileros) y la Plaza de Santo Domingo (lugar en el que encontraban las oficinas de la SEP ocupadas por los maestros durante 37 días). En 1958 estalló por todo el país una oleada de luchas obreras, campesinas y estudiantiles independientes. Tuvieron como trasfondo un lento crecimiento económico, los efectos de la devaluación del peso de 1954 en los salarios, el empleo y la carestía; el aumento en los precios del transporte público en la ciudad de México, el estancamiento de la reforma agraria, y una burocracia sindical corrupta.
Durante 1957 y 1958 la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM) protagonizó grandes invasiones de tierras. En Sonora, Sinaloa, Baja California y la Comarca Lagunera persistían grandes latifundios que violaban las leyes agrarias y la Constitución. En esos estados, jornaleros agrícolas, aspirantes a braceros y solicitantes de tierras ocuparon miles de hectáreas. Aunque los dirigentes fueron encarcelados, Adolfo López Mateos, sucesor de Ruiz Cortines, se vio obligado a reanudar el reparto agrario.
En esos mismos años se suscitaron, también, importantes movimientos sindicales independientes entre telegrafistas, petroleros, ferrocarrileros y maestros que cuestionaron, temporalmente, el modelo de control gremial hegemónico en el país. La insurgencia sindical, particularmente entre los trabajadores del riel encabezados por Demetrio Vallejo, vivió entre 1958 y 1959, y hasta su decapitación, una primavera democrática sin continuidad. Su derrota sumió al movimiento obrero en un letargo del cual aún no sale.
Las protestas de los estudiantes de la UNAM contra el alza de las tarifas de los camiones urbanos capitalinos resultó ser, a decir de José René Rivas Ontiveros (La izquierda estudiantil en la UNAM), la primera gran movilización política estudiantil de masas en la historia de la Universidad Nacional, que inauguró una larga y fructífera etapa de luchas protagonizada por las fuerzas de izquierda.
El florecimiento de las luchas proletarias en plena guerra fría provocó que arreciaran los vientos anticomunistas que soplaban en el país. En una editorial del 2 de mayo de 1958, el periódico Excélsior advertía cómo “la agitación que promueven lidercillos que sirven a doctrinas ajenas a México resulta criminal”. Y El Universal reparaba en cómo “poco será necesario ahondar para llegar a las capas más oscuras, donde corren los veneros del comunismo, que alientan este sacudimiento social, que sus telúricas proporciones, lleva las más serias amenazas para el progreso de México”.
Desde el otro lado de las barricadas, un grupo de 13 importantes intelectuales y artistas, entre los que se encontraban Octavio Paz, Carlos Fuentes, Fernando Benítez y Carlos Pellicer, veía las cosas de otra manera. En un desplegado público sostenían: “Somos testigos de un movimiento obrero que desea la purificación del sindicalismo nacional y que repudia a los dirigentes que durante años han traicionado los fines que legitiman la asociación de los trabajadores, desviando la lucha obrera en su provecho y con propósitos personalistas”.
La primavera del consciente proletariado magisterial
Entre 1956 y 1960, el magisterio de educación primaria del Distrito Federal, perteneciente a la sección 9 del SNTE, protagonizó una de las más importantes movilizaciones gremiales en el país. Nacido desde las escuelas y agrupado desde 1957 en el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), realizó en tres ocasiones Congresos de Masas para nombrar a sus dirigentes, organizó marchas, tomó las oficinas de la SEP, luchó para que los dirigentes sindicales en funciones no ocuparan cargos de representación popular y arrancó indirectamente aumentos salariales para los trabajadores de la educación.
Su condición salarial era precaria. En un manifiesto publicado en 1958 así lo hicieron saber: “en julio de 1956 ganábamos 14 por ciento menos que en 1939, en tanto que en marzo de 1958 la diferencia es de más de treinta por ciento”.
Los maestros que protagonizaron el movimiento se politizaron rápidamente. “Los derechos no se exigen: se arrebatan”, decían. El gobierno puso su parte en esta radicalización. En no pocas ocasiones la fuerza pública los macaneó, pateó, persiguió y encarceló a sus dirigentes. El 6 de septiembre de 1959 la policía gaseó a los maestros en el Monumento a la Revolución, en el Hemiciclo a Juárez, en el Correo Central, en el Zócalo, en la Plaza de Santo Domingo, en la Plaza de Buenavista y, por si fuera poco, los persiguió hasta el local del sindicato del Ánfora, donde se habían refugiado, y los sacó a palos. ¿Cómo no se iban a politizar así?
Los líderes sindicales oficialistas del SNTE se encargaron del resto. Tenían a su disposición a pistoleros famosos como La Bruja y El Mago que acuchillaban a los activistas. Llegaban a las escuelas y, como escarmiento, golpeaban a los maestros democráticos.
El movimiento magisterial tuvo el mismo destino que los otros brotes de sindicalismo independiente. Sus dirigentes fueron desconocidos y varios de ellos tuvieron que pasar a la clandestinidad para no ser detenidos. La desmoralización de sus bases fue profunda.
Muchos de sus dirigentes fueron incorruptibles. Resistieron regaños, amenazas, intentos de soborno, palizas y cárceles. Nacidos de un potente movimiento de bases, soportaron todo tipo de adversidades mientras se mantuvieron cerca de él. Ése fue el caso de Jesús Ortega Macías, Rubelio Fernández y Othón Salazar.
Incansable, Jesús Ortega Macías cargó a cuestas la larga noche del reflujo de la lucha magisterial en las filas del MRM. Cuando en 1979 surgió la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) se ganó a pulso el reconocimiento de sus integrantes. Como maestro jubilado participó en sus luchas hasta que la muerte lo alcanzó.
A Rubelio Fernández, secretario general de Escuela Nacional de Maestros y activo militante del movimiento normalista, le dieron su plaza el 7 de junio de 1960. Trabajó tres meses y fue despedido. Nunca fue reinstalado. No obstante, se ha mantenido dentro de la lucha magisterial democrática y del movimiento popular a lo largo de su vida.
Othón Salazar fue cesado hace 48 años. Ni fue reinstalado ni recuperó su plaza de maestro. Estuvo en la cárcel y fue alcalde de su pueblo, Alcozauca, Guerrero. A punto de cumplir 84 años, enfermo de diabetes e hipertensión, sigue exigiendo que se le reinstale y participando en las mejores causas.
Jesús, Rubelio y Othón, como muchos otros integrantes de su generación, se cansaron de ser apóstoles, pero no de ser luchadores sociales. Con ellos, y con muchos más como ellos, hay una deuda profunda. En su persona –y en la de otros muchos– se resume una lección de dignidad, una hazaña democratizadora, una pedagogía cívica que hoy, a 50 años de aquellas jornadas de lucha, ha sido retomada por la CNTE.
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