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Publicado el 7 de Mayo de 2008
Por Amy Goodman
Sami al-Haj es hoy un hombre libre luego de haber sido prisionero del ejército de Estados Unidos durante más de seis años. ¿Su crimen?: Ejercer el periodismo.
En su embestida contra los periodistas, el gobierno de Bush ha encarado acciones tales como ataques directos, intimidación, encarcelamiento y bloqueo informativo para limitar la capacidad de los periodistas para hacer su trabajo. El blanco principal durante estos últimos siete años ha sido Al-Jazeera, la emisora árabe de televisión con sede en Doha, Qatar.
En noviembre de 2001, a pesar de que Al-Jazeera había proporcionado al ejército de Estados Unidos las coordenadas de sus oficinas en Kabul, bombarderos estadounidenses atacaron la sede de Al-Jazeera, destruyéndola. Un reportero de Al-Jazeera que cubría la cumbre entre George Bush y Vladimir Putin celebrada en Crawford, Texas, ese mismo mes, fue detenido por el FBI porque su tarjeta de crédito estaba “vinculada a Afganistán”. En la primavera de 2003, Estados Unidos lanzó cuatro bombas sobre el hotel Sheraton de Basora, Irak, lugar en el que los corresponsales de Al-Jazeera –los únicos periodistas que informaban desde aquella ciudad– eran los únicos huéspedes. Otro trabajador de Al-Jazeera, al pasar por un puesto de control en Bagdad, mostró su identificación a un infante de marina estadounidense, pero sólo consiguió que los marines dispararan contra su vehículo. Él salió ileso. No se puede decir lo mismo de Tareq Ayyoub, un corresponsal de Al-Jazeera que se hallaba en el techo de las oficinas de la cadena de noticias en Bagdad el 8 de abril de 2003 cuando un avión de combate estadounidense lanzó misiles contra el edificio. Tareq resultó muerto. Su viuda, Dima Tahboub, me dijo: “El odio engendra odio. Estados Unidos afirmó que estaba haciendo esto para aniquilar el terrorismo. ¿Quién practica el terrorismo ahora?”
Y luego está la historia de Sami al-Haj. Como camarógrafo de Al- Jazeera, informaba sobre la invasión estadounidense de Afganistán. El 15 de diciembre de 2001, cuando se encontraba en una ciudad paquistaní cercana a la frontera con Afganistán, Haj fue arrestado, y posteriormente enviado a una prisión en Afganistán. Seis meses después, esposado y amordazado, fue trasladado en avión a la prisión estadounidense de la Bahía de Guantánamo. Haj estuvo detenido allí durante casi seis años, fue interrogado repetidas veces pero nunca se lo acusó de ningún crimen y nunca fue juzgado por ningún tribunal. Realizó una huelga de hambre durante más de un año, pero fue alimentado a la fuerza por sus carceleros, a través de un tubo introducido por la nariz hasta su estómago. Haj fue liberado repentinamente esta semana. El gobierno de Estados Unidos anunció su traslado a Sudan, su país de origen, para ser custodiado allí, pero el gobierno de Sudán no llevó a cabo ninguna acción contra él. Fue llevado inmediatamente a una sala de urgencias, y en poco tiempo fue visto nuevamente en su emisora, Al-Jazeera:
“Estoy muy feliz de estar en Sudán, pero a la vez estoy muy triste por la situación de nuestros hermanos que siguen en Guantánamo. Las condiciones en Guantánamo son muy, muy malas, y empeoran día a día. Nuestra condición humana, nuestra dignidad humana fue violada; el gobierno estadounidense fue más allá de todos los valores humanos, de todos los valores morales y de todos los valores religiosos. En Guantánamo hay animales llamados iguanas, ratas que son tratadas con más humanidad. Pero hay gente de más de 50 países que está completamente privada de todos sus derechos y privilegios, y a quienes no les conceden los derechos que otorgan a los animales”. Haj describió la profanación del Corán como parte de los esfuerzos para quebrantar su voluntad: “Demostraban su desprecio al Corán, lo destruyeron varias veces y ponían sus pies sucios sobre él. También se sentaban en el Corán cuando intentaban enfadarnos. Cometieron repetidas violaciones contra nuestra dignidad y nuestros órganos sexuales”. Al menos un funcionario del Departamento de Defensa ha negado esas acusaciones.
Según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), 10 periodistas han permanecido detenidos por el ejército de Estados Unidos durante largos períodos de tiempo y después han sido liberados sin que se presentaran cargos en su contra. Hace unas semanas, el ejército estadounidense liberó en Irak al fotógrafo de Associated Press Bilal Hussein, ganador del Premio Pulitzer, luego de haberlo mantenido en prisión durante dos años sin presentar cargos en su contra. El ejército había acusado a Hussein en una ocasión de ser un “agente terrorista que se había infiltrado en AP”.
El comité informa que 127 periodistas y otros 50 trabajadores de medios de comunicación han sido asesinados en Irak desde 2003, mucho más del doble de los periodistas fallecidos en la Segunda Guerra Mundial. Debemos recordarle al gobierno de Bush: no maten al mensajero.
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