Alberto Montero Soler
Rebelión
La última encuesta de Gallup sobre Bolivia pone de manifiesto dos cosas importantes en relación con los apoyos con los que Evo Morales cuenta entre la población boliviana.
Una de ellas es más que evidente y la encuesta sólo viene a confirmar la percepción que cualquiera que siga la realidad de Bolivia puede tener: Evo Morales cuenta con el apoyo mayoritario –el 64%- de la población pobre y de la clase trabajadora. Es el presidente de los pobres, de los desposeídos que esperan que promueva un cambio social, político y económico que, de una vez por todas, acabe con las situaciones de exclusión y pobreza en las que vive la mayoría de la población de ese país.
Pero, además, la encuesta revela que, en su proyecto transformador, Morales no sólo está arropado por quienes pudiera pensarse que son sus partidarios tradicionales e incondicionales sino que también cuenta con el apoyo del 40% de las clases media y alta.
Esto significa que la imagen de una Bolivia quebrada por las políticas indigenistas o populistas del actual gobierno es muy poco cierta en sus líneas generales. De hecho, el último informe del Latinobarómetro para el año 2007 mostraba que el 60% de la población apoyaba la gestión del gobierno actual.
Hay razones que permiten explicar el porqué del mantenimiento de ese apoyo popular que, sin embargo, tanto desde la oposición como a través de los medios de comunicación trata de minusvalorarse o, lo que es peor, de rechazarse.
La razón principal la aporta también el Latinobarómetro. Según el mismo, Bolivia es el país de América Latina en donde más ha avanzado el apoyo a la democracia por parte de la población desde que gobierna Evo Morales: del 49% en 2005 al 67% en 2007. Es más, la confianza en que el sistema democrático es el mejor sistema de gobierno ha aumentado 20 puntos en los últimos cinco años y llega actualmente hasta el 81%. Y, más aún, la percepción de la población de que Bolivia es un país cada día más democrático ha ido en ascenso desde la llegada al poder de Morales.
Evidentemente, esto significa que la población boliviana percibe que su capacidad de influencia en la política a través de mecanismos institucionales de naturaleza democrática ha ido en aumento; que el poder está dejando progresivamente de percibirse como un reducto controlado por las élites criollas tradicionales y pasa a extenderse de forma horizontal entre el pueblo. Ello sólo es posible cuando desde las instituciones se promueve esa participación democrática y se alienta la implicación de los ciudadanos en la actividad política; cuando se incita a las clases populares a que asuman su responsabilidad de participación democrática como cauce ineludible para aumentar su nivel de empoderamiento y, con ello, sus posibilidades de avanzar en la transformación social tal y como lo está haciendo el gobierno de Evo Morales.
Pero hay más elementos que contribuyen a explicar el apoyo popular y el refuerzo de la confianza en la democracia en Bolivia. Y son razones que también tratan frecuentemente de ser tergiversadas: mientras que en el año 2004 el 68% de la población tenía dificultades para llegar a fin de mes, en 2007 ese porcentaje se ha reducido al 47%, esto es, más de 20 puntos. Evidentemente, todo ello gracias a que, por ejemplo, entre los años 2006 y 2007 se redujo la tasa de paro desde el 24% al 15%.
Así, el reforzamiento de la percepción democrática del país ha ido acompañado de una mejora tanto en la situación objetiva como en la sensación subjetiva sobre la evolución económica. El avance es paralelo: la confianza en la democracia y la mejora en los niveles de ingreso han ido en aumento durante estos dos años de gobierno y ello sin duda -y a pesar de todos los errores de gobierno y lo que pudiera haberse hecho y no se hizo- redunda en el mantenimiento del apoyo a Evo Morales.
Pero si seguimos analizando los datos nos encontramos con nuevos elementos que también conviene destacar.
La realidad cultural y política de Bolivia es tan compleja que los apoyos a Morales no pueden entenderse exclusivamente en términos ideológicos vinculados a los conceptos tradicionales de derecha e izquierda.
De hecho, cuando se realizan los análisis desde esa perspectiva, que es una de las predominantes en muchos medios de comunicación, se plantea que aquél sólo encontraría sustento entre el electorado de izquierdas y, seguidamente, se pasa a la descalificación de su proyecto transformador acusándolo de su presunto talante socialista como si ello, por otra parte, fuera una opción ilegítima.
Para rebatir la simpleza de tal análisis bastan dos elementos que no pueden ser obviados. En primer lugar, que, precisamente, es el pueblo boliviano el que cada vez desconfía en mayor medida de la economía de mercado como sistema que permita promover el desarrollo económico: el porcentaje de población que cree que ese es el camino se ha reducido del 64% en 2005 al 54% en 2007.
Y, en segundo lugar, el Latinobarómetro también muestra que el país ha ido reduciendo los niveles de polarización política y va situándose en posiciones más centradas políticamente sin que por ello disminuya el apoyo popular al gobierno.
Por lo tanto, y en la medida en que el apoyo no se sustenta sobre posiciones ideológicas muy definidas, deberán introducirse algún elemento adicional para tratar de comprender la complejidad de la situación.
En este sentido, lo que nunca puede obviarse en Bolivia son los factores étnicos y culturales. Desde ese punto de vista, Evo Morales es considerado como el presidente capaz de impulsar un proceso de transformación social generador de inclusión social para la mayor parte de la población y, especialmente, para los pueblos y naciones indígenas originarios; como el líder de lo que en algunos ámbitos se conoce como la “segunda independencia”.
Ese planteamiento queda reforzado por el dato de que el 71% de la población boliviana opina que, en su país, el conflicto entre personas de distinta raza es fuerte o muy fuerte, lo que constituye la expresión inequívoca de que estamos ante un conflicto étnico y cultural en el que el presidente aglutina las esperanzas de cambio de los tradicionalmente oprimidos y excluidos. Unos excluidos que no sólo lo son étnica y culturalmente sino que también lo son económicamente, según nos indica el dato de la encuesta de Gallup con el que abríamos este texto.
De esta forma, en la medida en que el proceso de transformación avanza a través del refuerzo de la legitimidad de las instituciones y de los mecanismos democráticos de participación y los excluidos tienen mayores posibilidades de acceso a los mismos, se mantiene e incluso crece el apoyo popular al Presidente de un Estado cuya población indígena y mestiza es mayoritaria y ésta, a su vez, es mayoritariamente pobre.
Pero, además, ello ocurre con independencia de la ideología y de la posición en la escala social porque cabría plantear, desde esa perspectiva, la existencia de barreras para los mestizos de las clases media y alta para la promoción social o el acceso a los resortes del poder. Esto que explicaría parcialmente el que el 40% de los integrantes de esas clases medias y altas apoyen el liderazgo de Morales por considerar que su proyecto intenta eliminar la discriminación a todos los niveles.
Todo ello nos conduce a una conclusión muy evidente y que constituye, a su vez, la respuesta a la pregunta que da título a este artículo: a Evo Morales le apoyan la mayoría de los excluidos de Bolivia, lo sean económica, cultural o étnicamente. Y eso, en Bolivia, significa que lo apoya la mayor parte de la población. Guste o no guste y le pique a quien le pique.
Alberto Montero (amontero@uma.es) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga. Puedes ver otros textos suyos en su blog La Otra Economía.
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