Raúl Zibechi
La reciente gira del subsecretario de Estado para América Latina, Thomas Shannon, por tres países de Sudamérica, dejó un saldo amargo para la diplomacia estadunidense y evidenció que la superpotencia ya no controla la región a su gusto. Pudo constatar el disgusto que está provocando la escalada belicista y el rechazo que cosecha la reactivación de la Cuarta Flota.
La gira se inició el 8 de julio en Colombia, apenas una semana después de la liberación de Ingrid Betancourt y otros 14 secuestrados, entre ellos tres mercenarios estadunidenses. En Bogotá se reunió con el presidente Álvaro Uribe y el comando de las fuerzas armadas para evaluar la marcha de la guerra y ratificó su apoyo al modo en que ese gobierno viene encarando el conflicto. Shannon intentó convencer a los medios locales de que la operación de rescate fue “100 por ciento colombiana”.
Luego se trasladó a Brasil, donde pudo comprobar que existe un rotundo rechazo a la Cuarta Flota. Lo que sucedió en el Senado de Brasilia habla por sí solo. El senador Pedro Simón, uno de los más respetados de la cámara, integrante del Partido del Movimiento Democrático, de centro derecha, aunque aliado con el gobierno de Lula, dijo directamente que no le cree a Shannon cuando aseguró que no tiene carácter ofensivo. “Esto de la Cuarta Flota es parte de una política de prepotencia que ya conocemos en Brasil… Basta leer el libro del embajador estadunidense Lincoln Gordon, en la época en que derribaron al presidente Joao Goulart (1964), donde dice abiertamente que los marines estaban listos para entrar si Goulart no presentaba renuncia”.
La reactivación de la Cuarta Flota se relaciona –sostiene– con las reservas de petróleo descubiertas en las costas de Brasil. Simón integra la Comisión de Defensa y Relaciones Exteriores del Senado, donde su posición consiguió casi unanimidad. El ex presidente José Sarney (1985-1990) coincidió con el senador al considerar que la Cuarta Flota se reactiva “ante la perspectiva de que la región se torne uno de los grandes centros de producción de petróleo debido a los recientes descubrimientos”.
El problema de fondo, según reportaje de Página 12 (14/7/08), es que Brasil aspira a que su zona de explotación económica exclusiva se extienda de los 370 kilómetros actuales a los 648 kilómetros, con base en estudios geológicos que demuestran la amplitud de la plataforma continental.
Además del Senado, el gobierno de Lula se muestra disgutado con la posición belicista de Washington, algo que puede enturbiar las relaciones entre ambos países. El rechazo de Colombia al Consejo de Seguridad Suramericano –propuesta de Lula en la última reunión de la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), forma parte del intento de Washington por recortar la creciente autonomía de la región.
En Buenos Aires, la última escala de la gira de Shannon, la presidenta Cristina Fernández expresó similar preocupación, lo que forzó al funcionario estadunidense a afirmar que “la armada no va a entrar en ningún río ni en ningún agua territorial”.
Las relaciones bilaterales tuvieron un punto crítico con el “escándalo de la maleta”, cuando un empresario venezolano-estadunidense intentó ingresar a Argentina con 800 mil dólares. Según un fiscal de Miami, el dinero iba dirigido a la campaña de Fernández, pero la mandataria respondió que se trataba de una “operación basura” montada por la Casa Blanca para enturbiar las relaciones argentino-venezolanas.
Estos hechos se producen en un momento en que Argentina vive una nueva crisis política de imprevisibles consecuencias, y cuyo origen no es transparente. La Casa Blanca considera Argentina como un “socio clave” en Sudamérica.
No queda claro qué quiere decir eso, toda vez que Washington ya tiene dos socios estratégicos, Colombia y Perú, y un socio estable de vieja data, Chile. Sucede que la diplomacia brasileña ha establecido que su papel como país emergente en el mundo, y como país rector en la región, sólo pueden avanzar con base en una sólida alianza con Argentina.
Samuel Pinheiro Guimaraes, el más destacado diplomático brasileño y uno de los pirncipales intelectuales del país, dijo hace pocos días en referencia a la Argentina, que “las crisis en las economías de la región son el reflejo de crisis en el centro de la economía mundial”, como consecuencia de “grandes maniobras especulativas” (Jornal do Valor, 14/7/08). Agregó que hoy Brasil es el principal abastacedor de Argentina y que para las empresas brasileñas las inversiones en ese país son decisivas. Sobre el Consejo de Seguridad Suramericano, Pinheiro Guimaraes aseguró que uno de los objetivos es el desarrollo de la industria de defensa en el continente y en Brasil, “porque no hay defensa eficaz cuando se depende de equipamienteo importado”. Al final de la entrevista aseguró que las elites de Estados Unidos “tienden a comportarse de forma imperial”.
Más allá de las cordiales relaciones que mantienen Itamaraty y la Casa Blanca, los episodios en torno a la Cuarta Flota y la gira de Shannon revelan que existe una abierta disputa por la hegemonía regional. A lo que deben sumarse dos hechos: Brasil no está solo en el continente y ha construido una estrategia de largo plazo que, como demuestran los casos del senador Simón y de Pinheiro Guimaraes, ambos no petistas, rebasa al gobierno de Lula para irse convirtiendo en una estrategia de nación.
Aunque no parece oportuno dejarse arrastrar por hipótesis conspirativas, como la que asegura que está en marcha un golpe de Estado contra Cristina Fernández, todo indica que la desestabilización de ese gobierno es, como mínimo, observada con simpatía por Estados Unidos. Cuando la estrategia imperial no puede golpear directamente a un adversario clave como Brasil, bien puede optar por agitar uno de sus flancos más sensibles, en el convencimiento de que provocar pequeños o grandes terremotos es un buen camino para hacer prevalecer sus intereses.
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