María Teresa Jardí
Si con un grupo de pistoleros llega una persona y se posesiona de su casa, primero se enoja, luego se azora, más tarde decide solicitarle que se vaya y si no lo hace buscará la manera de sacarlo. De manera legal, primero, a pesar de la ilegal invasión a su propiedad. Y a patadas, acabará por sacarlo, si las instituciones no cumplen con el cometido de protegerlo: a usted: ciudadano y propietario, de quien ha invadido su casa.
Lo mismo pasa con los usurpadores. La primera reacción es de enojo, luego viene el azoro ante el cinismo de las instituciones que llegan al grado de legalizarle un fraude para imponerlo y finalmente va tomando forma la decisión de sacarlo, en el caso de algunos grupos, que van ganando simpatía social.
Toda usurpación es abominable. Todo dictador es repugnante. Pero los inteligentes, aunque envilecidos también por el poder, a veces dan golpes de timón que no se tiene más remedio que reconocer. Más aborrecibles son aún los que tienen canceladas las células que convierten a los animales humanos en pensantes. Si usted apoya la usurpación del gobierno federal puede robar y no se preocupe que la PGR, a modo del usurpador, esconderá con el argumento de que es información “reservada”, la información que todo ciudadano tiene derecho a solicitar. Pero si cae de la gracia de los amigos a los que al usurpador le interesa cobijar. Es decir, si no es Rosario Robles o Carlos Ahumada, Marta Sahagún o Vicente Fox y si de casualidad se llama Arturo Montiel y transita por la vida con el mote de ex gobernador del Estado de México, entonces sí, la ciudadanía puede obtener la información sobre algunos de sus negocios.
La usurpación envilece la vida toda de un país con un usurpador como cabeza. La usurpación, en sí misma, conlleva la vileza de quien se sabe espurio y más aún cuando es a base de despertar el odio que se ha llegado al lugar no obtenido en las urnas. La usurpación produce la inseguridad que la mantiene. La usurpación presume pactos, elaborados en el sótano, con carísimos costos para los gobernados. Un día se encuentra el gobernador con la capital del Estado que gobierna llena de mantas que lo amenazan y a la mañana siguiente un empresario se entera de que acaban de encontrar en la cajuela de un auto el cadáver de su hijo secuestrado y al otro día once decapitados aparecen tirados en un paraje yucateco…
La usurpación envilece las relaciones y pervierte con sus pagos la legalidad que compromete en aras de su ilegítima estancia en el lugar que no le corresponde a quien usurpa. Un día el país se entera que ya compite por el último lugar en la lista de lugares con más baja calidad educativa del planeta y en sus monederos encuentran las amas de casa la inflación que les impide llevar la comida necesaria a la mesa donde sus hijos padecen hambre por mantener el pueblo a unas cuantas familias mafiosas de ricos, muy ricos, beneficiados por el FOBAPROA, que se reparten el poder con un usurpador como cabeza.
No se trata ni de sustituir ni de derrocar. Es más simple: El usurpador se tiene que ir. Petición que ha hecho Alejandro Martí, al decir que si no puede se vaya, Martí ha invitado al usurpador a irse.
No importa que los medios a modo del sistema quieran tergiversar lo dicho y pretendan que el empresario, padre del niño secuestrado y asesinado, no dijo: lo que dijo, porque lo que dijo fue para que se fuera Marcelo Ebrard. La inseguridad está ligada a la usurpación y Martí fue muy claro al respecto: que se vaya quien se tenga que ir. Ebrard, inteligente que es, asumió el reto a sabiendas de que es el usurpador el que se tiene que ir. Tendría que entender Calderón que si no se va, lo que está buscando es que los gobernados empiecen a pensar en la necesidad de sacarlo en aras de salvar al país.
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