Juan Pablo Becerra-Acosta M.
Doble Fondo
México vive un momento muy difícil. Y lo primero que se requiere, en esta dramática circunstancia, es hablar claro. Muy claro. Las definiciones y los conceptos entre los gobernantes y los medios de comunicación no deben ser ambiguos. Por eso le presento, lectora-lector, el Código Penal Federal:
“LIBRO SEGUNDO. TÍTULO PRIMERO. Delitos contra la Seguridad de la Nación. (...) CAPÍTULO VI. Terrorismo. Artículo 139. Se impondrá pena de prisión de seis a cuarenta años y hasta mil doscientos días de multa, sin perjuicio de las penas que correspondan por los delitos que resulten, al que utilizando sustancias tóxicas, armas químicas, biológicas o similares, material radioactivo o instrumentos que emitan radiaciones, (ojo) explosivos o armas de fuego, o por incendio, inundación o por cualquier otro medio violento, realice actos (ojo otra vez) en contra de las personas, las cosas o los servicios públicos, que produzcan alarma, (ojo de nuevo), temor o terror en la población o en un grupo o sector de ella, para atentar contra la seguridad nacional o presionar a la autoridad para que tome una determinación (por ejemplo, cesar la guerra contra el narcotráfico).”
De acuerdo con nuestro marco legal, lo ocurrido en Morelia fue un acto terrorista. Punto. Y sus perpetradores --materiales e intelectuales-- son terroristas. Punto. No se juegue semánticamente con esto (así ocurre entre ciertos políticos y algunos medios) porque entonces se caerá en eso que se denomina “estado de negación del problema” (como un alcohólico que se niega a aceptar su adicción) y, por ende, este mal no podrá afrontarse con la debida claridad e inteligencia que se requieren.
Quien dude, que hable con los familiares de los ocho muertos por los granadazos. Por ejemplo, con aquellos del más reciente fallecido (anteayer), Ángel Uriel Herrera García, un niño de trece años cuya madre --Rocío-- está gravísima debido a las esquirlas que le perforaron la tráquea, y cuya abuela (Elisa) murió instantáneamente por el atentado. O que charle con los más de cien heridos, como esa joven de 19 años --Ana María Rico Urbina-- a quien tuvieron que amputarle sus dos piernas, y su hermana --Carmen Liliana, de 21 años-- a la cual le amputaron una y parece ser que desgraciadamente le amputarán la otra.
El 15 de septiembre, entre muertos y heridos, una bandera mexicana, ensangrentada, yacía en el suelo. Doloroso simbolismo de la terrible etapa que inició esa madrugada: nuestros tiempos de terrorismo. Para aprender a lidiar con esta desgracia, hay que decirlo sin rodeos: habrá más...
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