Con valentía, indignado por las mentiras que decía Felipe Calderón, el joven Andrés Gómez Emilsson (un inteligente pelirrojo a quien no pueden acusar de "naco") le gritó ¡Espurio!, en otro episodio de reproches públicos que FC se niega a oír, y son, en realidad, denuncias de un sentir político generalizado en la subconciencia colectiva del país.
Por Fausto Fernandez Ponte
I
"¡Espurio!", gritole Andrés Leonardo Gómez Emilsson a Felipe Calderón cuando éste, en un rapto de grotesca hipocresía, hablaba --¡agárrese usted, caro leyente!-- de la Matanza de Tlatelolco.
Las víctimas fatales de esa degollina fueron casi todos jóvenes atravesados a mansalva el 2 de octubre de 1968 por las balas de militares bajo el mando directo del Jefe del Estado Mayor Presidencial.
Ese jefe militar, Luis Gutiérrez Oropeza, general del Ejército Mexicano, actuó por orden precisa, sábese hoy, de su superior, el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, el Presidente de la República.
Y el Presidente de la República era, por ese entonces, Gustavo Díaz Ordaz, quien, como el ya citado Presidente de Facto, el señor Calderón, sostenía su presidencialado sobre la simulación.
Simulación para disfrazar por un lado las expresiones de la cultura de la corrupción del poder político y económico y, por otro, la represión a la disidencia organizada y discrepancia colectiva.
Mas no nos desviemos del tema. Andrés, de sólo 18 años de edad, externó el sentir y el parecer de millones de mexicanos acerca de la laya espuria de la investidura que ostenta el señor Calderón.
II
El incidente ocurrió, como sabríalo el leyente medianamente informado --que no es el caso en la mayoría--, en un acto público "solemne" en Palacio Nacional que presidía el señor Calderón.
Este personaje interrumpió el discurso que leía e improvisó, aludiendo a que en México existe libertad de expresión. "Hace 40 años no había libertad; hoy tenemos libertad", afirmaba.
Y en ese mismo momento, otro joven, Marco Virgilio Jiménez Santiago, de 24 años, se sumó a la acción de Andrés, gritándole al Presidente de Facto: "¿Cuál libertad? ¡No hay libertad!.
Este sucedido trasciende, desde luego, lo folclórico y anecdótico, dado el contexto dentro del cual ocurrió. Ese contexto le otorga atributos de sintomatología social.
Sin duda. Es un episodio de reproches públicos que son, en realidad, denuncias de un sentir político generalizado que se asienta cada día más en la subconciencia colectiva de la sociedad civil.
Y así asentado, ese sentir generalizado permea hacia otros estratos de la sociedad. Andrés y Marco Virgilio representan estratos demográficos de jóvenes y, por añadidura, escolarizados.
III
Representan, ambos, un amplio espectro del ente inasible, pero tangible, que sería --es-- la conciencia del país. Por su juventud (diferencia de seis años entre ellos) son emblemáticos.
Pero, ¿qué representan por emblemáticos? A estratos societales políticamente conscientes y, diríase también, poseedores de un enorme potencial de actuación cívica y valor civil, allí demostrado. Ambos jóvenes inspiran. Materializan la esperanza y ciérranle el paso a la desesperanza. Hay que luchar.
¿Idealistas? ¿Impetuosos y atropellados e imprudentes? ¿Sin control de sí mismos y de la energía de sus emociones? ¿Irreverentes? ¡Por supuesto que sí! Es el ímpetu de la valentía.
Y la valentía no se premedita; se alimenta de convicciones y, ¡sí, sí, sí!, también de idealismos, si entendemos y definimos éstos como una fuerza motivacional que tiene más de verismo que de utopía.
Lo ocurrido en ese patio en Palacio Nacional encuerpa el primer deber del ciudadano, con arreglo a lo civilizatorio: dudar, cuestionar, inquirir, enunciados que son de la dialéctica moral y ética de virtud cívica y desde luego civil.
Y, cual valor agregado, también es deber ciudadano expresar sentimientos, emociones y el parecer individual y colectivo por vías alternativas cuando las convencionales, como es el caso, están cerradas. Lo garantiza incluso nuestra mismísima Constitución.
Y héte aquí la trascendencia de este episodio: el Presidente de Facto ostenta tal condición porque el poder que lo patrocina cerró la vía convencional de la forma de organización política prevaleciente, la que simula democracia. Y ello es en sí mismo indicador de descomposición.
Ésto nos empuja a otro plano de reflexión. La democracia en México no es definitivamente participativa --y, sí es, por ello, nugatoria y castradora-- y no alcanza siquiera, en términos objetivos reales, la calidad de representativa.
Los jóvenes Andrés y Marco Virgilio le están diciendo al mundo y al grueso de mexicanos pasivos y políticamente inconscientes que, en efecto, no hay democracia en México. Persiste enraizada la simulación. Y muchos como ellos están hartos de ésta.
ffponte@gmail.com
Glosario:
Nugatoria: que burla la esperanza de quien la había concebido o el juicio que se había hecho.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario